Enrique VI de Inglaterra fue el último rey de la casa de Lancaster. Durante su minoría de edad, el regente Bedford logró controlar en el interior los movimientos nobiliarios y mantener en Francia las conquistas del anterior reinado gracias a la alianza con Felipe de Borgoña, con una de cuyas hijas se había casado Bedford.
Pero en 1429 el desastre de Orleans marcó el inicio del ocaso inglés en la guerra de los Cien Años. Carlos VII pudo coronarse rey de Francia en Reims (1431) y, aunque Enrique VI hizo lo propio en París pocos meses después, los progresos franceses fueron incesantes. Muerto Bedford (1435), Borgoña se reconcilió con el monarca galo y París cayó en manos francesas. Normandía fue invadida y pronto sólo quedó la plaza de Calais en manos inglesas (1435).
Los desastres bélicos agudizaron el descontento y la anarquía en Inglaterra. Las facciones nobiliarias, acaudilladas por los duques de York y Gloucester, exigían reformas, pero tenían la esperanza de un cambio de dinastía a la muerte de Enrique VI, que hasta entonces no tenía descendencia.
El nacimiento de un heredero y el pasajero ataque de locura que sufrió el rey indujeron al de York a tomar la iniciativa. La batalla de Saint Albans (1455) inició la guerra de las Dos Rosas entre los partidarios de los Lancaster y de los York. El pretendiente yorkista, Eduardo, se hizo coronar rey como Eduardo IV de Inglaterra (1461) y derrotó a las tropas de Enrique VI en Towton. El destronado rey fue encarcelado (1465). Aún en 1470 los partidarios de los Lancaster lograron restituir efímeramente a Enrique VI en su trono, pero la derrota de Banet hundió definitivamente las esperanzas de los lancasteristas; Enrique VI fue encarcelado de nuevo en la torre de Londres, donde fue asesinado.