Paul Ricoeur

El filósofo francés Ricoeur, que había publicado su última obra L’Hermenéutique biblique (la hermenéutica bíblica) en 2001, falleció el 20 de mayo 2005.

Fuera de los ambientes académicos, eran conocidos sus pronunciamientos como cristiano de izquierdas contra todo tipo de totalitarismos y contra la guerra, en los que pesaron mucho su fe protestante.

También fue bastante mediatizada su implicación en el movimiento estudiantil de mayo francés del 68 como profesor de la recientemente creada universidad de Nanterre, al defender a los estudiantes que propugnaban la revuelta.

Sin embargo, después de ser elegido decano de la facultad, fue objeto de ataques de esos mismos estudiantes a comienzos de 1970, y para acabar con las revueltas recurrió a la policía que reprimió las protestas con dureza y le pusieron en una situación insostenible que condujo a su dimisión.

A partir de ese momento, Ricoeur desarrolló el grueso de su carrera y de su obra en el extranjero, en Lovaina, Ginebra, Montreal y, sobre todo, en Estados Unidos.

El filósofo había nacido en 1913 en Valence (sureste de Francia), quedó huérfano muy pequeño y se licenció en filosofía en Rennes (noroeste de Francia) en 1935, lo que marcó el inicio de su trabajo como profesor en varios liceos, hasta que fue movilizado en 1939 para la Segunda Guerra Mundial.

Ricoeur fue hecho prisionero y estuvo detenido en Polonia y en Alemania durante cuatro años.

A su vuelta a Francia, fue uno de los animadores de la revista Esprit, verdadera tribuna del existencialismo cristiano, y amigo de su responsable Emmanuel Mounier.

En 1956 consiguió la cátedra de filosofía en la Sorbona de París, pero diez años después dejó esa universidad para participar en la creación de la de Nanterre, que sería el vivero del movimiento del mayo francés del 68.

Intelectualmente, participó en los grandes debates de posguerra sobre la lingüística, el psicoanálisis, el estructuralismo y la hermenéutica, con un interés particular por los textos sagrados del cristianismo.

De hecho, en su obra Dios aparece como la voz de la Biblia, y para acercarse a él, el filósofo entendía que la mejor manera era aplicarse con el arte de interpretar los textos bíblicos.

Su trabajo hermenéutico, que partía de la consideración de Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud como los maestros de la sospecha, era un ejercicio de desmistificación de los símbolos, que a su juicio eran la muestra de la relación con lo sagrado, y tras los cuales había que buscar la verdad primera.

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