A Elizabeth Garrett se la podría considerar la llave maestra, una persona capaz de abrir aquellas puertas que parecen inquebrantables; de madera, de hierro, de cualquier material, que bajo la mirada del más temeroso, se hacen gigantes e inaccesibles. Garrett se enfrentó a una de las mayores injusticias de su época, el veto a las mujeres que querían dedicarse a una carrera universitaria, que deseaban tener una vida académica y profesional, que como Elizabeth, querían convertirse en doctoras sin tener que aguantar las miradas engreídas y las sonrisas displicentes de sus compañeros de pupitre varones.
No tuvo un comienzo fácil –¿qué mujer del siglo XIX lo tuvo?–: empezaron cerrándole la puerta en las narices en muchas ocasiones, pero terminó abriendo una consulta médica y fue la primera mujer británica en convertirse en doctora. Al final, el portazo lo dio ella.
Estudiar medicina: un reto (im)posible
Elizabeth Garrett Anderson nació en Londres en 1836 en una familia numerosa y acomodada. Su padre, muy hábil para los negocios, se hizo rico y pudo enviar a Elizabeth y a su hermana Louie, de 13 y 15 años respectivamente, a un internado. Allí, Elizabeth aprendió sobre literatura, disfrutó mucho de la lectura, aprendió francés –idioma que luego le valdría para defender su tesis en la Sorbona– y mejoró su escritura. Pero si algo tuvo en mente desde el principio fue la medicina.
Siempre se habla de la importancia de tener referentes. En este caso Garrett contaba con uno, Elizabeth Blackwell, primera mujer en recibir el grado de medicina en Estados Unidos y en ejercer la profesión en el mundo, a la que quiso emular tanto en el aspecto científico como en la lucha por los derechos de las mujeres. Tras decidir que quería dedicarse a la medicina, su padre fue un gran apoyo; su madre, por el contrario, no estaba muy contenta con la decisión de su hija. Esta no solo era una opinión aislada, sino de una sociedad entera. Muestra de ello es la significativa conversación que Elizabeth mantuvo con un doctor, un buen ejemplo de lo difícil que iba a ser para ella acceder a cualquier escuela de medicina: “¿Por qué no quiere ser enfermera?”, le dijo uno de los doctores. “Porque prefiero ganar mil, en lugar de veinte libras al año”, contestó.
Cuando no se abre una puerta, a veces hay que entrar por una ventana. Se matriculó como estudiante de enfermería en el Hospital Middlesex, donde comenzó un periodo de seis meses de preparación como enfermera en la sala de cirugía. Desde allí, intentó entrar en la escuela de medicina de dicho hospital, pero no la aceptaron. Aun así, pudo asistir a clases de latín, griego y materia médica –con el boticario Mr. Joshua Plaskitt– sin ser consideraba “alumna oficial”. Además, contrató a un tutor para estudiar anatomía y fisiología por su cuenta, y empezó a asistir a las clases de disección y química. Sin embargo, tras una queja que presentaron sus compañeros, le denegaron la entrada y se vio obligada a abandonar el hospital, pero lo hizo con un certificado de honor en química y materia médica.
Garrett lo intentó en las escuelas de medicina de los hospitales de Grosvenor Street, Westminster y el London Hospital, pero en todas la rechazaron. Todos repetían lo mismo: no hay posibilidad de que una mujer entre en la carrera de medicina. Sin embargo, entre tanta puerta cerrada encontró un resquicio por el que salir victoriosa: la Sociedad de Boticarios era la única que no prohibía que las mujeres se presentaran a los exámenes. Aceptaron, pues, la solicitud de Garrett, pero le exigieron, del mismo modo, completar su currículo con otras asignaturas y prácticas que aún le quedaban por hacer. Finalmente, tras varios años de estudio y trabajo en el ámbito médico, en 1865 obtuvo el grado de medicina y se convirtió en la primera mujer del Reino Unido en conseguirlo.
Mucho trabajo y un doctorado
Pese a tener el título, ningún hospital la contrató por ser mujer, así que abrió su propia consulta privada y dirigió un dispensario, el St. Mary’s Dispensary for Women and Children, en una de las zonas más pobres de Londres, en Marylebone. Se puso en marcha en 1866, un año terrible para Londres a causa del brote de cólera que hubo en la ciudad. Además de recibir a sus pacientes allí, hacía visitas a domicilio. Finalmente, Garrett decidió convertirlo en un hospital para mujeres en el que solo trabajaran mujeres. De esta manera, se pasó a llamar New Hospital for Women (cuando Elizabeth murió le pusieron su nombre. Ahora es parte de la Universidad de Londres), que se inauguró en 1872.
No obstante, Garrett sentía que le faltaba algo: un doctorado en medicina. Consiguió que la admitieran en la Universidad de la Sorbona y terminó sus estudios en 1870. Tras el doctorado, fue nombrada oficial médico visitante del London Hospital for Children y elegida para ser parte de la Asociación Médica Británica. En 1874, cofundó la Escuela de Medicina para Mujeres de Londres. Aquí, además de ser profesora, llegó a ser decana desde 1883 hasta 1903. Como dato curioso: contrató como profesora de ginecología a su referente Blackwell; el círculo se cerraba de esta manera.
Su actividad médica fue conociéndose mediante numerosos artículos científicos en diarios y revistas, como también fue consabida su faceta como luchadora activa a favor del movimiento del sufragio femenino. De hecho, fue miembro del Comité Central de la Sociedad Nacional para el Sufragio de las Mujeres en 1889. No hay que olvidar que fue elegida alcaldesa en Aldeburgh en 1908, la primera mujer en Gran Bretaña que consiguió dicho cargo.