Martín Rodríguez

Martín Rodríguez nació en Buenos Aires, el 4 de julio de 1771, y fue bautizado en la iglesia parroquial de la Concepción. Era hijo de don Fermín Rodríguez, capitán con grado de mayor, que desempeñó la Comandancia de Chascomús, y de doña Thadea Rodríguez, ambos de holgada posición económica. Cursó estudios en el Colegio de San Carlos, y luego se halló al cuidado de sus vastas propiedades rurales al producirse las Invasiones Inglesas. Inició su carrera militar, en 1806, bajo las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón al organizar éste la resistencia contra el invasor. Rodríguez fue uno de los primeros que le respondió presentándose con 19 jinetes en la villa de Luján, donde aquél había sentado sus reales. Ninguna instrucción militar llevaba la improvisada fuerza de caballería cuando se dirigió a Buenos Aires, a las órdenes del comandante general de fronteras Antonio Olavarría, que se había unido en aquella villa con su escuadrón de Blandengues. Acampados en la chacra de Perdriel, confióse a Rodríguez la arriesgada misión de adelantarse con una patrulla para prevenir los movimientos del enemigo. Rechazado por una columna del Regimiento 71 con cuatro piezas de artillería y 600 hombres, Rodríguez lanzó una carga desordenada, pero fueron dispersados por el fuego enemigo. La capacidad demostrada fue reconocida por el Cabildo como un acto heroico, mereciendo una medalla de plata. El escuadrón de Húsares se rehizo a sus órdenes, y se incorporó a las fuerzas de Liniers cuando desembarcaron en San Isidro. Confiósele la misión de dirigir una partida exploradora sobre la ciudad, para descubrir las defensas inglesas, y en una oportunidad se tiroteó con los invasores produciéndole algunas bajas. Tuvo actuación destacada en la Reconquista de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, donde fue herido. Por su actuación se lo reconoció como capitán de Húsares, el 8 de octubre. Al año siguiente, en la heroica defensa de la capital contra las fuerzas del general Whitelocke, en las encarnizadas jornadas del 5 y 6 de julio, Rodríguez cumplió dos hechos sobresalientes: rindió una patrulla inglesa que había buscado refugio en una casa vecina a la iglesia de San Miguel y a otra detrás del convento de Santo Domingo. Fue ascendido a teniente coronel del mismo cuerpo, el 19 de agosto de 1807, y la efectividad del cargo la obtuvo en 1808. La Junta Central del gobierno de Sevilla premió a los defensores con grados militares, el 13 de enero de 1809, y Rodríguez recibió los despachos de su empleo. Cuando el Cabildo de Buenos Aires instigado por el alcalde Martín de Álzaga, pidió tumultuariamente la suplantación del virrey Liniers por una junta de gobierno, el escuadrón de Húsares a su cargo, desempeñó un papel principal en aquella jornada al lado del comandante de Patricios, don Cornelio Saavedra. Gozaba de tan justa fama por sus hazañas freenet al invasor inglés, en momentos en que el virrey Cisneros reformó esos cuerpos voluntarios por decreto del 11 de setiembre de 1809, y de los tres escuadrones de caballería que existían sólo dejó el suyo bajo la denominación de “Húsares del Rey”. Con dicha fuerza se plegó a la Revolución de Mayo como uno de los partícipes de las reuniones secretas que precedieron el pronunciamiento. Estuvo reunido con otros patriotas en la casa de Rodríguez Peña, el 19 de mayo de 1810, para tratar la situación por la que atravesaba el virreinato, ante la victoriosa invasión de Andalucía por las topas francesas. Fue uno de los patriotas que indicaron la necesidad de llamar a un Cabildo Abierto de notables, concurriendo el 22 de mayo, donde reprodujo el siguiente voto; “que en la imposibilidad de conciliar la permanencia de la autoridad del gobierno con la opinión pública, reproducía en todas sus partes el dictamen de Cornelio Saavedra, y de que el Señor Síndico tenga voto activo y decisivo en su caso, es decir, activo cuando no haya discordia, y decisivo cuando la haya”. Este voto recibió las adhesiones de los doctores José Darragueira, Vicente A. De Echavarría, Juan García de Cossio, José Seide, Mariano Irigoyen, Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia, y de los señores Francisco Paso, Gerónimo de Lasala, Bernabé Nogué y Juan Ramos. Fue después uno de los comandantes que firmó la petición popular del 25 de Mayo para imponer al Cabildo la designación de la Junta Patria, quedando así ratificado expresamente el lugar de privilegio que le reconocieron sus compañeros de armas. El 9 de junio la Junta lo ascendió al grado de coronel de ejército, y en febrero de 1811, marchó con sus Húsares a Entre Ríos para organizar el socorro del ejército de Belgrano, que combatía en el Paraguay. No respondió la provincia a sus esperanzas, y se vio reducido a la impotencia. Mucho más cuando el ejército comenzó a retroceder tras las derrotas de Paraguarí y Tacuarí, siendo expulsado de aquel territorio. A su vuelta encontró la ciudad agitada por los disturbios, y tomó parte principalísima en la revolución del 5 y 6 de abril en defensa del presidente Saavedra. Su adhesión fue premiada por este, quien lo nombró general en jefe de Caballería del Ejército Auxiliar del Perú, por decreto del 19 de agosto de 1811, cuando el presidente preparaba su expedición a Salta al frente de los refuerzos para el ejército destruido en Huaqui, a orillas del Desaguadero. Rodríguez se quedó en Buenos Aires, acaso para apoyar el gobierno de la Junta contra la oposición envalentonada por la noticia del viaje de Saavedra. La Junta lo designó entonces comandante general de Frontera, el 13 de setiembre de ese año, para que se entendiera con los indios nómades del sur. La elección del Triunvirato encumbró al mando morenista, y Rodríguez perdió su influencia política. Confinado por sus enemigos a San Juan, se le encomendó no obstante, una misión en Jujuy. Reclamados sus servicios para la Banda Oriental, donde operaba otro ejército argentino, fue transferido al del Norte después de la batalla de Tucumán, a pedido de Belgrano, incorporándose el 27 de junio de 1812. Se halló en el juramento de la bandera en el Río Pasaje, y luego combatió en el campo de Castañares en la batalla de Salta, como tercer jefe, conduciendo el ala izquierda.

Recibió en premio un escudo de oro. Volvió a Buenos Aires para desempeñar el cargo de jefe del Estado Mayor General, designado por decreto el 4 de junio de 1813, pero un cambio político hizo que le cancelasen este nombramiento, y fue nuevamente destinado al Ejército del Norte a principios de 1814, a las órdenes de Rondeau. Allí encabezó el motín contra el general Alvear, cuando éste quiso suplantar a Rondeau en la jefatura de aquel ejército. Reunidas las tropas en Humahuaca para iniciar las hostilidades contra el frente realista del Alto Perú , Rondeau confió a Rodríguez la vanguardia. Paz en sus Memorias, recuerda su participación en el movimiento de diciembre que excluyó al general Alvear, y dice que su influencia era de mucho peso en el ejército, aspirando quizá a reemplazar a su mismo jefe. Manifestaba – agrega Paz – una inquietud vaga en sus acciones y palabras; no perdía ocasión en censurar, aunque con cierta templanza, al general, y procuraba por todos medios popularizarse y adquirir crédito y opinión. Desde Humahuaca, Rodríguez avanzó con una patrulla de su vanguardia sobre el pequeño pueblo de El Tejar, donde legó el 19 de febrero de 1815, sin avistar al enemigo. Sobre ellos cayó inopinadamente un fuerte escuadrón de Cazadores mandados por el coronel realista Antonio Vigil, acampado en Yavi. Rodríguez perdió la mitad de sus efectivos, y fue tomado prisionero, siendo liberado al mes siguiente por el propio general enemigo Pezuela. En abril de ese año, abandonó Humahuaca, obteniendo una pequeña victoria en el en el Puesto del Marqués al derrotar a una vanguardia enemiga estacionada. Ocupados Chuquisaca y Potosí, Rodríguez fue designado por Rondeau presidente del distrito de Charcas, pero acaso la designación llevaba el oculto pensamiento de apartarlo del ejército. Esto mismo debió pensar él, por que si bien aceptó el cargo no se mostró dispuesto a desentenderse de su misión , pues al mes siguiente, fue ascendido al grado de Brigadier. En aquella región hizo practicar numerosos registros para describir “tapados” (dinero enterrado) con que obtener recursos para alimentar las tropas. Algunos caudales se deslizaron inescrupulosamente y el nombre de Rodríguez se vio envuelto en habladurías. “No obstante ello, Paz aclara que en Chuquisaca al realizarse esas confiscaciones desordenadas, y en el eminente puesto que ocupaba, pudo acrecentar su fortuna; nada de eso hubo, como se probó bien cuando al año siguiente fue sorprendido y saqueado en la provincia de Salta, sólo se hallaron en su equipaje objetos de menguado valor que, sin embargo se hicieron sonar como pruebas de una patente malversación”. En agosto de 1815, sufrió un revés en el combate de Venta y Media, que fue un golpe de muerte – dice Paz – para la popularidad de Rodríguez. Comprendiéndolo así, solicito dejar al ejército para volver a la presidencia de Chuquisaca, petición que Rondeau atendió inmediatamente librándose de un enemigo incómodo. Luego de la derrota de Sipe-Sipe por las fuerzas argentinas, el 29 de noviembre de 1815, Rodríguez abandonó la presidencia de Charcas, y huyó hacia la provincia de Salta. Allí debió sufrir nuevos sinsabores, porque guerrilleros de Güemes enemistados con Rondeau, lo asaltaron y se apoderaron de todo su equipaje de manera tan imprevista que a duras penas pudo salvar la vida escapando a pie por los montes hasta el río Juramento. Venido a Buenos Aires fue sometido a un tribunal militar por la derrota de Venta y Media. El director Pueyrredón falló la causa en octubre de 1818, declarándolo “buen servidor de la Patria, libre de todo cargo y en pleno goce de los honores y prerrogativas militares que en premio de sus distinguidos servicios tuvo a bien la Patria condecorarle”. Rehabilitado, volvió a la actividad castrense, a comienzos de 1819, siendo designado para reemplazar al general Álvarez Thomas. Formó parte de la comisión militar extraordinaria para entender en la conspiración de José de Olavarría. En setiembre pasó a dirigir las fuerzas concentradas en San Nicolás de los Arroyos para prevenir la invasión con que amenazaban los caudillos del litoral, López y Ramírez. Bajo el comando en jefe del Director Rondeau peleó en la batalla de Cepeda (1ro de febrero de 1820). Poco después, fue enviado al sur de la provincia por el gobernador Manuel de Sarratea para arreglar la paz con los indios pampas, y el 7de marzo firmó el tratado de Miraflores en la estancia de don Francisco Ramos Mexia, cercana a Dolores. Desaparecidas las autoridades nacionales tras la invasión de los caudillos del litoral, Martín Rodríguez fue el primer actor de las disidencias surgidas por la elección del gobernador, a favor del coronel Manuel Dorrego contra las fuerzas de Alvear en el combate de San Nicolás (2 de agosto de 1820) y contra la montonera de Estanislao López en Pavón (12 de agosto). Su prestigio militar renació y con él adquirió ascendiente político. Cuando Dorrego decayó después de la derrota que le infligió López en el Gamonal, la legislatura lo eligió provisoriamente gobernador el 26 de setiembre. A los pocos días estalló una sublevación; pretextando que el nuevo gobierno era una restauración del antiguo partido directorial, el coronel Pagola con parte dela guarnición se adueñó de la ciudad. Rodríguez se dirigió a Barracas donde se le incorporaron algunas milicias y los regimientos de voluntarios de Sur, vestidos de colorado, que mandaba el comandante Rosas. Con estas fuerzas, el gobernador logró sofocar la rebelión, después de una cruenta lucha librada principalmente en la plaza de la Victoria y donde decidieron la acción de los colorados de Rosas. Este combate fue el último estallido de la anarquía del año XX. Fue nombrado gobernador en propiedad or el término de tres años, el 31 de marzo de 1821. Con el gobierno de Rodríguez se inició para la provincia una era de orden y relativa tranquilidad. Eligió sus ministros entre los hombres más afectos a su política: de gobierno y relaciones exteriores lo era Bernardino Rivadavia; la cartera de hacienda estuvo a cargo del Dr. Manuel José García, y la de guerra por el general Cruz. Con este ministerio dio solidez a su gobierno que desempeñó con toda normalidad desde 1820 hasta 1824. Sólo fue alterado por la rebelión del coronel Pagola y el motín del Dr. Gregorio Tagle en 1823, sobrevenido como reacción contra la supresión de algunas órdenes religiosas. Una de sus medidas eficaces para asegurar la tranquilidad fue el entendimiento que formalizó con el gobernador Estanislao López, sellado en el tratado de Benegas, el 24 de noviembre de 1820, que costó a la provincia la entrega de 25.000 cabezas de ganado exigidas como indemnización por los perjuicios que le había ocasionado las tropas porteñas. En su gobierno la reforma institucional fue llevada a cabo por la junta de

Representantes de la provincia que por medio de leyes orgánicas formó los poderes públicos provinciales, reglamentó las elecciones y suprimió los cabildos. Agregamos como labor política la Ley del Olvido, por la que se disponía que las causas suscitadas por opiniones políticas anteriores a la fecha en que se dictaba, no impedían a ningún individuo el pleno goce de la seguridad que la ley concedía a las personas y a las propiedades. Se reafirmaban así los principios de seguridad individual e inviolabilidad de la propiedad. La ley comprendía a todos los juzgados y sentenciados por delitos políticos o causas de opinión. El 28 de agosto de 1821, creó por decreto la Contaduría y Tesorería General de la provincia de Buenos Aires. Numerosas reformas sociales, económicas, políticas, culturales y edilicias dieron un tono orgánico y sistemático a su gestión de gobierno, pero su febril labor administrativa no postergó su acción militar. Declaró frente de guerra la tierra de los indios, y comandó varias expediciones al sur para destruirlos en los años 1822, 1823 y 1824, en la segunda de dichas campañas fundó el pueblo de Tandil, después de sus victorias en el Arroyo de los Huesos, Azul y Chapaleofú. En 1825, levantó fuerzas en las costas del Uruguay para la guerra con el Brasil. En julio de dicho año, durante el gobierno del general Las Heras pasó a la plana mayor con el grado de Brigadier General. Dirigió una fuerza de observación en Entre Ríos, y estableció su campamento en el Arroyo del Mlino desde donde pasó a la Banda Oriental en julio de 1826, trasladándose al Durazno para operar en combinación con sus subordinados Lavalleja y Rivera. Retornó poco después a Buenos Aires, con la designación del general Alvear, y luego de haber abandonado las filas patriotas del oriental Rivera. En marzo de 1827, pidió su retiro militar. No permaneció mucho tiempo en inactividad. Cuando Lavalle se levantó contra la autoridad del gobernador Dorrego (1ro de diciembre de 1828), Rodríguez acompañó al jefe rebelde en la batalla de Navarro, y estaba en el campamento cuando aquél fue fusilado. Al año siguiente, se lo nombró comandante general de armas, general en jefe del ejército, ministro de guerra y gobernador delegado en reemplazo del almirante Brown. Se opuso decididamente a la acción política de Rosas, y su adhesión al partido unitario lo obligó a emigrar a Montevideo en 1830. Ya enfermo y anciano, en 1842, intentó incorporarse a las fuerzas que mandaba el general Paz en su campaña de Entre Ríos. No pudiendo hacerlo envió a sus hijos, para que luchasen contra el dictador porteño y sus lugartenientes. Todos sus bienes también los entregó para sufragar una causa de cuya bondad nunca dudó. Falleció en Montevideo, el 5 de marzo de 1845. Estaba casado con doña Manuela Carrasco y Caballero. Al anoticiarse de lo ocurrido, el almirante Brown, que mandaba la escuadra federal que por entonces bloqueaba el puerto montevideano, decretó el duelo de reglamento en homenaje a sus glorias militares. Sus restos fueron repatriados en el transporte “Villarino”, el 15 de julio de 1891, y depositados en la tumba de Rivadavia, en el Cementerio del Norte hasta que se construyó el panteón donde reposan. Al recibir sus restos en Buenos Aires pronunciaron elocuentes discursos el Dr. Roque Sáenz Peña y el Teniente General Emilio Mitre, y en el acto solemne de la inhumación en el Cementerio le siguieron en el uso de la palabra el ministro de Uruguay, el Intendente Municipal, el Dr. Carlos M. Urien y Manuel Carlés. Tres estatuas evocan su memoria: en su tumba, en el pueblo de General Rodríguez y en la ciudad de Tandil que fundó . El general Paz que lo conoció y trató, dejó un medallón interesante sobre su personalidad, al decir que “era un patriota sincero, un hombre leal a la causa de la independencia. Estaba dotado de un excelente corazón, generoso, de maneras insinuantes y de un rato agradable; pero sea como militar, sea como administrador, era de limitados conocimientos; ignoraba aun la práctica de rutina de su profesión, porque la escuela que tuvo en los cuerpos urbanos de Buenos Aires no pudo suministrársela. Creía de muy buena fe que el modo de entusiasmar al soldado era tener condescendencias que relajan la disciplina, y el modo de premiar a sus subalternos era cerrar los ojos y tolerar el merodeo… Además de aquellas cualidades, tenía el general Rodríguez la de la docilidad, mediante la cual hizo un excelente gobierno, cuando años después desempeñó el de Buenos Aires. Se dejó conducir por sus sabios ministros, y su administración fue una de las más felices con que cuenta el país. Aunque su educación había sido la de un hombre de campo y sin instrucción ninguna, perteneció siempre al partido civilizador, y fue constante en él hasta sus últimos momentos. Si hablamos del hombre privado, diremos que fue un buen padre, buen amigo; diremos también que fue buen ciudadano; pero contrayéndonos al hombre público, hemos dicho y diremos la verdad, como la hemos comprendido”. Diego Luis Molinari le atribuye un temperamento “temible y sanguinario”, y agrega que a duras penas sabía leer y escribir. El Fragmento de una memoria, del general Rodríguez se publicó en “El Nacional”, de Montevideo, de 1845, y en la Biblioteca del Comercio del Plata, t. VII, p.1-12. Fue reeditado por Adolfo P. Carranza en la colección de Memorias y Autobiografías, Bs. As. 1910, t. I, p. 113-132 y en los Sucesos de Mayo contados por sus actores (p. 117-144).

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