El primer funeral de Belgrano

El 20 de junio recordábamos en estas páginas el silencio con que pasó la muerte del prócer en un día tan aciago en medio de la anarquía que caracterizó a ese año 1820. Apenas una semana después se celebró un funeral que igualmente pocos se apercibieron y al que concurrió la familia y algunas allegados, sin presencia oficial alguna. Los diarios La Gaceta y El Argos obviaron todo homenaje.

Fue el franciscano fray Francisco de Paula Castañeda quien a los cinco días dio a conocer la noticia de la muerte de Belgrano en las páginas de su periódico el Despertador Teofilantrópico. Dos días después en la iglesia de Santo Domingo el 27 y 28 de junio, se celebró en la iglesia de los dominicos un primer funeral en memoria del difunto, seguramente para salvar del olvido la noticia que sólo Castañeda había dado a conocer. Cabe aclarar que los dos días, comenzaban el primero de ellos con el oficio del canto de las vísperas el rezo de la tarde, y el funeral con la o las misas por el alma del difunto se celebraban al día siguiente.

Sin embargo, estos ritos no tuvieron la magnificencia que debían y Castañeda verdadero admirador de Belgrano escribió estos versos que salieron publicados al mes firmados por “Una Gaucha de Morón” una defensora de la memoria del general:

“Porque es un deshonor a nuestro suelo; / Es una ingratitud que clama al cielo, / El triste funeral, pobre y sombrío, / Que se hizo en una iglesia junto al río. / En esta ciudad, al ciudadano, / Ilustre general Manuel Belgrano”.

Como vemos describe el templo, cercano entonces al Río de la Plata que llegaba a la altura de la actual avenida Paseo Colón.

No dejaba en esos versos de mencionar el recuerdo de los:

“Heroicos hechos y servicios, / Nobles virtudes, grandes sacrificios / Por diez años continuos al Estado, / A quien dio nuevo ser, no han alcanzado / Siquiera el miramiento tan debido / Al grado en la milicia conseguido!”. A ello agrega “Ese desinterés y esa grandeza / De alma, en ceder con la mayor franqueza / Los cincuenta mil pesos soberanos / Para la educación de sus paisanos, / En Tarija, en Jujuy, en el Tucumán / Y en Santiago Lestero, cuyo plan / De gratuitas escuelas ha dejado / Tan sólo le han servido a que fuera / Enterrado tan pobre cual viviera”.

Por más que equivocara en la suma que había recibido como premio por sus victorias de Tucumán y Salta, en diez mil pesos más, lo cierto es que demuestra el cabal conocimiento que tenía de la figura de Belgrano.

Otros versos no dejan de pegar la Cabildo de Buenos Aires, que ostentaba en su Sala Capitular el obsequio de las tarja de plata mujeres potosinas y su indiferencia ante el ilustre muerto, que la había destinado a lucir en ese recinto:

“El magnífico cuadro de blasones, / Que tiene en el Salón de sus sesiones / La Municipalidad, por ser presente / Que Belgrano le enviara dignamente / Del alto Potosí, con su elocuencia / No ha podido mover a su Excelencia / A hacer de su memoria con empeño / De gratitud, un rasgo el más pequeño”.

Quizás lo más penoso sea que lo que pensábamos superado no sea así y a dos siglos de su muerte, también esa Ciudad de Buenos Aires y sus autoridades continuación histórico de aquel Cabildo también ha ignorado supinamente a Belgrano al no dedicar este año bajo su patrocinio como lo han hecho otras provincias e inclusos pequeños municipios; máxime habiendo nacido en ella y haber muerto en la misma residencia en la que naciera hace dos siglos y medio.

A éstos personajes del presente bien les cabe lo que la pluma de Castañeda decía de aquellos en esos versos:

“Ah, Señor, que el suceso bien lo veo / Y a deciros verdad, aún no lo creo. / Ni lo tendré jamás por verdadero / (Mientras no lo refiera el gacetero) / Pues a caber no puede en mi cabeza / Que se trate, Señor, con tal bajeza, / Y tanta ingratitud al gran Belgrano”.

Y aquí vale como en aquel Despertador la acción desarrollada por La Prensa, para promover desde el pasado noviembre la declaración que finalmente se concretó con el decreto 2/2020 de Año del General Manuel Belgrano.

Academia de Dibujo

Castañeda había fundado en 1815 en el convento de la Recolección una Academia de Dibujo, siguiendo el ejemplo que impulsara en sus años antes Belgrano, en la que daba clases de dibujo a los niños de las primeras letras que concurrían a la escuela de la Recoleta. El padre Furlong aquel estudioso del fraile transcribe este documento: “fundó el reverendo la Escuela de Dibujo en la Recoleta y a los ocho meses presentó los trabajos de 18 jóvenes dibujantes, a quienes por el Excmo. Cabildo, les fueron acordadas unas moneditas de oro, pero el Padre aconsejó a los niños que se contentasen con haberlas merecido, prohibiéndoles que hiciesen la menor gestión para obtenerlas”. La actitud del religioso se parece a la de Belgrano, e inclusive a la de San Martín que alguna vez dijo “ni la virtud ni los talentos tienen precio ni pueden compensarse con dinero sin degradarlos”.

Fue tal el interés que a partir de agosto de 1815 la Academia funcionó en el edificio del Real Consulado de Buenos Aires, en el discurso inaugural Castañeda dijo: “este arte nobilísimo es tan propicio de la juventud que pudiera llamarse arte privativo de los niños, cuya constitución pintoresca, cuya imaginación viva, cuyo genio imitador no se emplea más que en el remedar cuanto ve, cuanto oye y cuando admira…”. Más adelante expresaba que el aprendiz de artista: “Al dibujar los ojos, que es la primera lección de su oficio, luego advierte que sin una inteligencia de a anatomía, en todos sus ramos, nunca podrá ser un buen retratista…”.

Primer funeral y primer homenaje propiciado por ese fraile franciscano al que Arturo Capdevila llamara “aquel de la santa furia”. Sin duda con esa pasión, con esa furia tan suya Castañeda fue el único que gritó cuál un discípulo las preocupaciones de Belgrano por la educación y salvó su memoria del olvido a poco de su muerte.

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