“Pioneros del viejo mundo instalaron en Buenos Aires su propio “coto real”, donde Adán y Eva fueron sustituídos por blancas y marmóreas reproducciones de Afrodita y Adonis, oriundos de otras latitudes, habitantes de un mundo con lagos, fuentes y espacios creados para el solaz y el esparcimiento de los ciudadanos de una urbe febril. Este Paraíso, como el bíblico, también tiene su creador. Su nombre es CARLOS THAYS y él es el padre del Jardín Botánico de la Ciudad de Buenos Aires”
El Jardín Botánico de la ciudad de Buenos Aires, es-uno de los más completos del mundo en su género. Cobija tesoros que muy poca gente llega a conocer y fue el resultado de un prodigioso esfuerzo de la imaginación realizado por el arquitecto paisajísta CARLOS THAYS, secundado por funcionarios con visión de futuro y colaboradores entusiastas que supieron poner su intelecto y esfuerzo personal, para concretar esta maravilla, que hoy es uno de los paseos preferidos que ofrece la ciudad de Buenos Aires.
Nació en 1892 cuando un enamorado de la naturaleza, don CARLOS THAYS, en ese entonces flamante director de Paseos y Jardines Públicos de la ciudad de Buenos Aires, solicitó se le cedieran 8 hectáreas de tierra, para la formación de un Jardín Botánico.
Pero retrocedamos en el tiempo. Muchos años antes de esto, AMADO BONPLAND había propuesto crear un jardín de plantas en la ciudad. El naturista francés había llegado a la Argentina en 1817, a pedido de BERNARDINO RIVADAVIA y de MANUEL DE SARRATEA, quienes también tenían la esperanza de crear un museo de Ciencias Naturales. Pero los vaivenes de la política nacional frustraron sus planes. Años más tarde, la idea de BONPLAND fue reflotada por TORCUATO DE ALVEAR, el primer Intendente que tuvo la ciudad de Buenos Aires, pero tampoco esta vez, pudo concretarse.
Pero no estaba dicha la última palabra ya que en 1891 llegó a nuestro país el ingeniero y arquitecto paisajista francés CARLOS THAYS, contratado para diseñar un Parque en la ciudad de Córdoba. Luego de hacer este trabajo, THAYS no regresó a Francia y aceptó el nombramiento de Director de Parques y Jardines Públicos de la Capital y el 22 de febrero de 1892, renovando el viejo sueño de AMADO BOMPLAND, elevó al Intendente Municipal de Buenos Aires, un proyecto que contemplaba la creación de un “Jardín Botánico de Aclimatación” que atendiera por igual a objetivos científicos, recreativos y paisajísticos”. En dicho proyecto explicaba que serían necesarias, no menos de 8 hectáreas y que el lugar más indicado para formar ese jardín, era el terreno situado en la calle Santa Fe a la altura del Parque Tres de Febrero, solar en el que funcionaba el Departamento Nacional de Agricultura, “a fin, expresaba, de efectuar en aquél, plantaciones que ya no podían tener ubicación en el Vivero Municipal, por hallarse éste colmado”, Señalaba además, las ventajas que reportaría la cesión de ese terreno, ya que estando cerca de los paseos de la capital, y sobre todo, de los bosques de Palermo y del Jardín Zoológico, el Jardín Botánico, constituiría, con nuestras colecciones vegetales, un conjunto del cual la visita sería, a la vez, una distracción y un elemento poderoso de instrucción para la población bonaerense”.
Aprobada la iniciativa por el Intendente, FRANCISCO BOLLINI ésta fue elevada al Ministerio del Interior, donde el ministro NICASIO OROÑO ya había sido puesto en conocimiento de la misma por el Presidente CARLOS PELLEGRINI, quien avaló la idea.
En mayo de 1892, se transfirió el predio solicitado a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, que según el acta de cesión tenía una superficie de 77.649,69 metros cuadrados, limitado al norte por la calle Las Heras, al sur por la calle Santa Fe, al este por Conservatorio Nacional de Vacuna y la calle Malabia, y al oeste con la propiedad del señor JUAN A. BUSCHIAZZO, con las plantaciones, materiales y construcciones existentes, con excepción del edificio principal, un vetusto edificio que hoy ocupa la dirección del Jardín y donde entonces funcionaba el “Departamento Nacional de Agricultura”, que por entonces era el Museo Nacional
El predio quedaba en el barrio de Palermo y ya había en él, añosos árboles como los eucaliptus y un tala, que hoy todavía puede verse desde la esquina de las calles Gurruchaga y Santa Fe, reliquia de los enormes bosques de esa especie que poblaban nuestra pampa, hoy casi inexistente, debido a la feroz tala a la que lo condenó, su utilidad como insuperable leña para los fogones.
La entrega de los terrenos se realizó el día 2 de setiembre de 1892 y la Ordenanza respectiva expresaba que “se trataba de crear un lugar destinado al estudio de las especies vegetales que fuera al mismo tiempo un paseo de gran belleza”.
“A pesar del origen francés de su formación, THAYS supo que tenía que utilizar la flora local para crear espacios verdes porteños y sólo anexó aquellas especies europeas que podían adaptarse al clima de estas latitudes. Tomó en cuenta, de todas maneras, los principios vigentes en Francia, a fin de aplicarlos a la jardinería pública, no sólo en su creación máxima (el Jardín Botánico), sino también en toda la jardinería urbana. Los recursos fueron: 1. Perspectivas compuestas a través d ejes que debían parecer infinitos; 2. Centralidad lograda con elementos de peso o fuerza; 3. Simetría bilateral constante; 4 Tipos geométricos coexistentes pero diversos, usados en la misma composición; 5. La traza peatonal o viaria, subordinada a la composición general; 6. Mobiliario urbano y 7. Kioscos y fuentes de estilo clásico” (dixit Sergio Prudencstein)
De inmediato se iniciaron los trabajos. La extensión total del parque se dividió de acuerdo con distintas regiones del mundo, de las que se intentó evocar su paisaje, reservándose la mayor de la extensión destinada a la plantación, para la flora argentina. Cada provincia debía estar representada y para lograr más realismo se hizo traer material de algunas regiones. Por ejemplo, la parte reservada a Mendoza se construyó con tierra, piedras y plantas enviadas desde esa provincia. Todo árbol o arbusto aborigen y también las plantas frutales autóctonas, fueron allí plantados. El Jardín se pobló con especies vegetales traídas de todos los lugares del mundo y más tarde se agregaron parcelas especiales dedicadas a plantas industriales y medicinales. Antes de habilitarse el paseo ya existían más de 1.500 especies vegetales (5.619 árboles, 7.700 arbustos y 325 frutales).
El arquitecto THAYS, quiso darle a los jardines la misma concepción cultural que al Zoológico. Para eso, proyectó un jardín francés, uno romano y uno inglés y creó el pabellón rococó del invernadero, una verdadera joya arquitectónica de hierro forjado y vidrio, característica de la época. Pobló el lugar con magníficas estatuas y fuentes y levantó la pequeña fortaleza donde se asentó la Dirección de Parques y Paseos.
Finalmente luego de seis años de labor ininterrumpida (1892 – 1898), el Jardín Botánico se abrió al público el 7 de setiembre de 1898. El botánico municipal, materializado con esfuerzo y perseverancia, pronto se colocó entre los primeros del mundo y así lo expresó el ilustrado CLEMENCEAU diciendo:“…Una organización de jardín botánico superior a todo lo que se ha hecho en este género en el viejo continente…”.
Al librarse al público era presidente de la Nación, JOSÉ FIGUEROA ALCORTA, e intendente de Buenos Aires, MANUEL GÜIRALDES. La visión y el conocimiento del arquitecto Thays habían realizado un trazado geográfico que sorprendió en países muy avanzados en la materia. Agrupó así con el tiempo, ejemplares de Asia, África, Oceanía, Oriente, América, India y hasta de la Rusia de los zares, los que, sabiamente dispuestos, se adaptaron a nuestro suelo y se reprodujeron para poder realizar canjes con entidades de similares características de todo el mundo y, por supuesto, con otros del interior de nuestro territorio.
Quien visite el museo se hallará con materiales curiosísimos y de incalculable valor. La que llega más a fondo en el interés de los que no son expertos, es un árbol chino -el gingko- cuyos orígenes se remontan a miles de años antes de la llegada de Jesucristo. Se la llama «la planta de los cuarenta escudos», pues parece que ése fue el importe que percibieron los guardias durante la dinastía Ming (en todos los tiempos de la historia y hasta en los más remotos lugares del mundo existió lo que suponíamos la criolla «coima»), por entregar semillas de la sagrada planta a algunos traficantes que, como adelantados de Marco Polo, las colocaron en sinnúmero de países. Dichos ejemplares tienen una característica curiosa: algunos son hembras y otros machos (especie dioica) y para que se reproduzcan ambos sexos deben estar cerca, para que los pájaros, el viento y las abejas en especial, produzcan la polinización necesaria para su reproducción.
Hay en el Botánico un laboratorio muy completo para el tratamiento de las enfermedades que pudieren llegar a sufrir las especies allí plantadas y un invernadero para aquellas que necesiten permanecer en un ambiente cuya temperatura y humedad sean la adecuada para ellas. Hay también un ámbito especial donde se mantienen algunos ejemplares de arbustos, bulbos y no menos de ocho variedades de maíz que aún hoy son parte del alimento de las tribus indígenas que subsisten en el norte y sur de la Argentina, donde sobreviven cepas de pisingallo, mora, perla, amarillo, y colorado y frutas como las guayabas y la chirimoya.
Entre las decenas de variedades de hierbas medicinales y especias para darle color y sabor de las comidas, todas ellas autóctonas, en vitrinas, prolijamente ordenadas, coexisten algunos medicamentos vegetales que usaban nuestras abuelas: el poleo, el cedrón, la peperina y la ruda, y que aún hoy son la solución para calmar algunos dolores o malestares en forma de “tisanas”.
Pero el Jardín Botánico no es solamente un paseo arbolado y didáctico. Cuenta además para que los visitantes disfruten con su belleza, numerosas esculturas como «La Primavera», la «Ondina de Plata», la «Loba Romana», el «Mercurio», la «Venus»; y grupos magníficos como «»Saturnalia», estatuas de mármol que simbolizan los movimientos de “La Pastoral”de Beethoven y el grupo escultórico «El Despertar de la Naturaleza». Posee además cinco invernáculos, una biblioteca botánica y una biblioteca infantil, todo rodeado de serenos senderos para caminar y contemplar la variada vegetación.
En 1931 el intendente JOSÉ GUERRICO, en un gesto de confianza hacia sus conciudadanos, hizo derribar la verja que rodeaba al Botánico para convertirlo en un parque público y libre. Pero sus buenas intenciones fueron defraudadas: las depredaciones llegaron a tal punto que cuatro años después hubo que construir una nueva cerca.
En 1937 fue bautizado con el nombre de su creador y en 1996 fue declarado “Monumento Histórico Nacional”. A partir de 2011, pasó a llamarse oficialmente «Gerencia Operativa Jardín Botánico Carlos Thays», dependiendo administrativamente del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires.