Medio siglo atrás, en el tumultuoso año de 1968, moría Giovanni Guareschi, el escritor italiano más popular de su tiempo, un católico coherente, anticomunista temido y hábil narrador de historias humorísticas y a la vez profundas que se burlaban de las modas y los vicios de la avasallante cultura moderna.
El éxito que consiguió en vida parece inventado de tan fabuloso que fue. Se vendieron 20 millones de ejemplares de sus libros, que fueron traducidos a decenas de idiomas. El cine filmó cinco de sus novelas de la serie de Don Camilo (que él mismo adaptó) y multiplicó su popularidad. Pero al mismo tiempo el creador de esas ficciones fue un periodista orquesta que escribía los artículos y dibujaba las viñetas del periódico que fundó y dirigió, que estuvo entre los más leídos en la Italia agrietada de la posguerra mundial.
Su influencia fue tan vasta que llegó a decirse que fue gracias a él y al ingenio de sus consignas de propaganda que los comunistas perdieron las decisivas elecciones legislativas de abril de 1948, cuando parecía que tenían todo listo para hacerse con el poder y arrastrar a la península detrás del Telón de Acero y en los brazos del Kremlin.
Medio siglo después, ese escritor entrañable de bigotazos negros y modales campesinos, es un marginado del canon de las letras italianas, donde sus libros ni siquiera figuran en los programas escolares, y ha caído en el olvido en el resto del mundo, que tanto lo apreció en la cúspide de su fama. Su obra no se consigue en las grandes librerías de nuestro país, por ejemplo, y tampoco se reedita en la órbita de habla hispana. Pero no es difícil dar con ella en los sitios de comercio por Internet, o en los polvorientos anaqueles de las librerías de viejo, donde cada tanto el buscador paciente podrá encontrarse con alguno de los volúmenes de la serie de don Camilo editados por Kraft en la década de 1950. Esa biblioteca circulante no interrumpida por el paso del tiempo todavía existe y es el mejor testimonio de la vasta difusión que tuvo su literatura.
EN LA TRINCHERA
Al morir el 22 de julio de 1968, Giovannino Oliviero Giuseppe Guareschi tenía 60 años. Había nacido 1 de mayo de 1908 en Fontanelle di Rocabianca, en la provincia de Parma. Su padre era un socialista no marxista y su madre una maestra devota “de Dios, del rey y de la sintaxis”, según la definió su hijo. Abogado frustrado, Guareschi fue, entre otras cosas, electricista, corredor de Bolsa, diseñador gráfico, escenógrafo y profesor de música hasta que en 1931 entró en el periodismo. El renombre le llegó a partir de 1936, cuando pasó al periódico Bertoldo, donde fue redactor y caricaturista y tuvo de compañero a Federico Fellini.
Famoso ya por su pluma mordaz, unas críticas imprudentes al Duce pronunciadas en público y con unas copas de más le valieron el enrolamiento forzoso en el Ejército italiano que combatía junto con los alemanes. En 1943, tras el armisticio firmado con los Aliados, Guareschi rechazó renegar de su lealtad al rey y fue recluido por los nazis en campamentos de concentración en Polonia y Alemania (experiencia desoladora que contaría años más tarde en Diario clandestino). Liberado al fin de la Segunda Guerra Mundial, Guareschi volvió a su patria reconvertido a la Fe católica después de las amargas penurias del cautiverio. Era también un monárquico declarado en una república que acababa de refundarse. Entonces creó en Milán, ciudad que nunca pudo soportar, la revista satírica Cándido (que dirigiría entre 1950 y 1957), desde la cual apoyó con reservas a la flamante Democracia Cristiana.
En este contexto se libró la batalla electoral de 1948, que tuvo a Guareschi en la primera línea contra el Frente Popular formado por comunistas y socialistas. A él se le atribuyen las consignas más punzantes en la disputa por la opinión pública italiana. “En el cuarto oscuro Dios te ve, Stalin no”, era una de ellas. O el cartel con el esqueleto de un soldado italiano caído en Rusia, detrás de una red con hoces y martillos y la leyenda:“Madre, vota contra ellos por mí”. Palmiro Togliatti, líder histórico del PC, jamás le perdonó la puntería de sus pullas. Furioso, lo llamó “el hombre más cretino del mundo”. Por esos años nació su personaje más famoso, Don Camilo, el sacerdote bonachón y astuto en pugna constante con Peppone, alcalde comunista del imaginario pueblo norteño de Ponteratto que nunca logra consumar sus maquinaciones. El primer relato de la serie -en total serían 346- salió en Cándido en 1946. Tuvo una recepción tan fervorosa que Guareschi se vio obligado a convertirlo en libro:Don Camilo: Un mundo pequeño (1948). Más adelante aparecerían El regreso de Don Camilo y El camarada Don Camilo, y otros dos volúmenes póstumos además de un par de antologías.
En ellos Guareschi apela a un antiguo recurso de la literatura: el contrapunto entre dos personajes enfrentados que a la vez se complementan. El tono es humorístico aunque se narren hechos dramáticos o trascendentales de la historia y la política. Buen lector de Chesterton, el don Camilo de Guareschi tiene mucho del padre Brown. Igual que el sacerdote creado por el genial inglés, don Camilo recubre su inteligencia aguda con una pátina de candor. Siempre parece estar a punto de caer en las trampas que le tiende el comunista Peppone, pero a último momento sale airoso, a veces con la ayuda expresa de Jesucristo, con quien conversa en el altar. Por el camino, don Camilo no pierde oportunidad de ridiculizar al comunismo y poner de manifiesto las contradicciones de sus militantes.
A LA CARCEL
Gracias a esas historias Guareschi fue el escritor más popular de Italia y uno de los más leídos en todo el mundo. Pero su intransigencia iba a jugarle algunas malas pasadas. Crítico del gobierno demócrata-cristiano que había ayudado a instalar, aceptó publicar viñetas burlonas del presidente Luigi Einaudi y luego, en 1954, una carta de 1944 atribuida al más tarde primer ministro Alcide de Gasperi en la que éste pedía a los Aliados que bombardearan Roma para incitara la rebelión popular. De Gasperi alegó que la carta era falsa, demandó por difamación a Guareschi y ganó un pleito en el que la defensa protestó por la falta de nuevas pericias. El escritor pudo haber apelado pero aceptó la condena sin quejarse: pasó 409 días en la cárcel más seis meses en libertad vigilada. Casi nadie en la Italia culta se levantó para repudiar un encarcelamiento que habría sido inaceptable si el autor hubiera sido de izquierda.
El Guareschi que salió de la prisión no era el mismo de antes. Se enfermó con más frecuencia y debió pasar largos períodos en Suiza para recuperarse. En 1957 dejó la dirección de Cándido, que cerró en 1961, “por causa…del total desinterés que los italianos del milagro económico y de la apertura a la izquierda tienen por todo lo que huele a anticomunismo”, explicó. Fueron años amargos para Guareschi. Aunque simpatizaba con Juan XXIII nunca pudo asimilar las reformas del Concilio Vaticano II y su abandono de la liturgia tradicional (una posición similar a la que sostendría otro implacable humorista católico, Evelyn Waugh). “En la Italia millonaria de la dolce vita está muerta toda esperanza de un mundo mejor -escribió en la introducción a El camarada Don Camilo-. Esta es la Italia que trata de combinar un horrendo mejunje de demonio y agua bendita,mientras una nutrida formación de jóvenes sacerdotes izquierdistas (que ciertamente no se parecen a don Camilo) se disponen a bendecir, en nombre de Cristo, las banderas rojas del Anticristo”.
Guareschi murió a causa de un infarto en la ciudad balnearia de Cervia, el 22 de julio del tumultuoso año de 1968.
‘La rabia’, con Pasolini
Una rareza en la vida de Giovanni Guareschi fue su participación como guionista y director en el filme colectivo La rabbia (La rabia), de 1963, junto con Pier Paolo Pasolini. La cinta es en realidad un documental dividido en dos partes: primero la de Pasolini y luego la de Guareschi.
Usando material de noticieros, fotos y dibujos, los dos autores debían responder a la pregunta de por qué había angustia y miedo en el mundo moderno. Pasolini expresa la visión de la extrema izquierda en tiempos de descolonización y auge de las guerrillas marxistas. La parte de Guareschi fustiga al comunismo imperante en el bloque soviético, pero también se burla de la manía del consumo alentada desde Estados Unidos, alerta sobre la decadencia de la “Vieja Europa” y castiga modas incipientes en ese momento como “el casamiento de un hombre disfrazado de mujer con un hombre disfrazado de hombre”. Podría decirse que sus críticas, adelantadas a su tiempo, iban dirigidas a lo que hoy se conoce como “nuevo orden mundial”.
El filme duró unas pocas se-manas en cartel. Sólo volvió a proyectarse en 2008, en una versión restaurada y extendida a cargo de Giuseppe Bertolucci, quien excluyó la parte de Guareschi por considerar “intolerables” algunas de sus opiniones.
Sin embargo, al año siguiente pudo exhibirse la película completa sin que nadie se escandalizara.