¿Cómo te habrás sentido al morir casi sola, sin su presencia? ¿Qué te habrás preguntado, al saber de su ausencia prolongada por voluntad propia, mientras tu vida se te iba entre suspiros, sin sentir sus manos reposando en tu regazo? ¿Por qué la gloria antepuesta a la dicha, a la familia o a tu simple compañía?…
Remedios de Escalada murió el 3 de agosto de 1823, después de una larga agonía por tisis. Su marido, conquistador de Chile y del Perú, había vuelto a Mendoza unos meses antes, permaneciendo allí casi un año, sin atreverse a pasar por Buenos Aires, seguro de que su enemigo desde tiempos del Triunvirato, Rivadavia, le haría pagar caro la osadía de no prestar sus servicios para dirimir rencillas internas. Su familia política también habrá sabido de sus amantes, de sus aventuras, pero guardaron silencio ante Remedios, ahogada en su tos.
San Martín volvió a Buenos Aires el 23 de noviembre de 1823, cuatro meses después de su muerte. Mandó a hacer una placa de mármol con la leyenda “Aquí yace la esposa y amiga del General San Martín” a Felipe Bertres[1], ingeniero del Ejército del Norte. Casi no habló con sus cuñados, ni con su suegra (espantada por lo que se decía de él y porque se llevaba a su nieta, sin saber si alguna vez la volvería a ver).
San Martín partió hacia Europa para volver muchos años después a ofrecer su espada contra los enemigos que amenazaban su patria. Pero nunca bajó del barco y jamás volvió a ver esa tumba.
La vida, aún la de los grandes hombres, es solo una sucesión de pequeñas bajezas, serviles renunciamientos, repetidas contradicciones y solo unos pocos, muy pocos, momentos de gloria.
[1] Posteriormente, en 1928, se retiró esta placa y se la reemplazó por una columna hecha con cubos de mármol y la misma leyenda. La placa original se conservó en el Museo de Luján, desde haber sido rescatada de una subasta publica, hasta su actual restitución.
