El fin del baile

El 10 de octubre de 1971 se produjo la mayor tragedia artística jamás ocurrida en la Argentina. Ese día, cerca de las 7 de la tarde, una avioneta que llevaba nueve pasajeros acababa de despegar de Aeroparque, cuando uno de sus motores se apagó de repente. En pocos segundos la máquina giró 180 grados y se desplomó, cayendo al río a menos de 500 metros de la cabecera de la pista, en un punto entre la dársena E del puerto y el muelle del Club de Pescadores, repleto de socios que presenciaron el evento atónitos. La torre de control había sido informada del desperfecto y rápidamente se llamó a Prefectura para iniciar tareas de salvataje, pero todo fue en vano: los 9 pasajeros y el piloto del avión habían muerto. Además de lo dificultoso de la situación, con una correntada impidiendo un buen desarrollo de las tareas de recuperación, varias personas comenzaron a llegar a la costanera con el fin de recibir algún tipo de noticia del hecho y, especialmente, de la identidad de quienes viajaban en la avioneta. No había una nómina de los pasajeros, pero rápidamente trascendió que se trataba de parte del cuerpo de baile estable del Teatro Colón.

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Programa de una de las funciones de la gira de 1917.
Programa de una de las funciones de la gira de 1917.

 

 

Luego de una larga y complicada noche, con ayuda de un helicóptero, de buzos y de una gran grúa, el 11 por la madrugada la Prefectura logró sacar al avión del agua y, así, retirar los cuerpos del interior. Una vez identificados, se supo que quienes viajaban, además de Orlando Golotyléc, el piloto, eran los conocidísimos Norma Fontenla y José Neglia. Ellos, junto con Rubén Estanga, Marta Raspanti, Margarita Fernández, Carlos Santamarina, Antonio Zambrana, Carlos Schiaffino y Sara Bochcovsky, estaban partiendo a Trelew como parte de una gira organizada por Pepsi-Cola que ya los había llevado por diferentes lugares del país.

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Cuerpo estable del teatro de 1971.
Cuerpo estable del teatro de 1971.

 

 

Desde un primer momento la congoja fue inmensa, algo que quedó claro en los dos días siguientes, momento en el que los bailarines fueron velados en el Salón Dorado del Teatro Colón. Para sorpresa de varios cronistas de la época, quienes consideraban que el ballet no era una pasión de multitudes, durante el 11 y el 12 se congregaron varios miles de personas en los alrededores de la ópera porteña para expresar su dolor o, aunque sea, para ver de qué se trataba.

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El día 13 las demostraciones públicas alcanzaron su máxima expresión con el sepelio de los bailarines. Un par de horas antes de partir el cortejo, el entonces presidente Alejandro Agustín Lanusse se acercó al Teatro para rendir homenaje a las víctimas. Cerca de las 10 de la mañana, luego de que varias personalidades se acercaran al velorio y de que se dijeran algunas palabras, 26 coches partieron hacia la Chacarita mientras se ejecutaba la Sinfonía Heroica de Beethoven. Excepto por Antonio Zambrana y Sara Bochcovsky – que fueron enterrados en Olivos y en La Tablada, respectivamente – los restos de los bailarines fueron depositados en la galería 19 de la Chacarita, en un lugar especialmente cedido para ellos por la Ciudad de Buenos Aires. En esta oportunidad, una vez más, se dieron discursos y se habló de la inmensa tragedia que produjo esta pérdida.

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Norma Fontenla y José Neglia, primeros bailarines del Colón, fueron recordados especialmente por sus impresionantes logros. Juntos habían sido la cara más visible de un nuevo fenómeno de popularización de la danza en la Argentina. Parte de esta tendencia era la gira que estaban realizando, llevando el ballet a todos los rincones del país, y la enorme cantidad de presentaciones gratuitas orientadas a los jóvenes que hicieron en los meses antes de morir. Individualmente, también se habían destacado como intérpretes de primera línea. Fontenla había actuado en las principales salas del mundo y bajo la dirección de los coreógrafos más renombrados, teniendo su momento más notorio en 1967, cuando fue elegida para actuar como la partenaire de Rudolf Nureyev durante su visita al país. En cuanto a Neglia, además de ser una personalidad reconocida y sumamente carismática, era un bailarín extremadamente hábil que había sido merecedor de diversos premios, incluido el Nijinski, otorgado por la Asociación Internacional de Danza.

Su deceso se hizo sentir y en los días posteriores al accidente se produjeron homenajes de todo tipo, incluidas varias presentaciones televisivas en honor a los caídos. Pero el evento tuvo, además, un impacto bastante más duradero. A un año del accidente, en 1972, se inauguró el Homenaje al Ballet Nacional, una estatua de Carlos de la Cárcova que representa a Fontenla y a Neglia, y que aún puede verse en la Plaza Lavalle cerca del Teatro Colón. En la misma línea, se decretó al 10 de octubre como el Día Nacional de la Danza y, al día de hoy, en esta fecha se continúa conmemorando a los bailarines fallecidos.

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