La historia del espía que le informó a Stalin sobre la creación de la bomba atómica

Los “cinco de Cambridge”, también conocidos como “los apóstoles”, eran miembros de la elite intelectual británica que espiaba para Stalin desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta la muerte del dictador soviético. Donald Maclean, Kim Philby, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross fueron reclutados por la KGB mientras estudiaban en Cambridge. Aprovechando su pertenencia a la burguesía británica, se infiltraron en distintas estructuras gubernamentales como el MI5, el MI6 y el Ministerio de Asuntos Extranjeros, lugares desde donde enviaban información exclusiva hacia Moscú.

Si bien Guy Burgess era el más inteligente y activo del grupo, fue Kim Philby -alias Stanley- el “topo” más eficaz, ya que llegó a ser jefe del contraespionaje británico del MI5. Anthony Blunt, por su parte, fue por años asesor de la Pinacoteca Real, y si bien fue descubierto como espía en 1964 -cuando a cambio de información no se lo envió a la cárcel- fue Margaret Thatcher quien lo denunció, en 1979, e hizo pública su condición.

La situación de Donald Duart Maclean es la menos conocida. Mientras todos los demás dieron lugar a libros, artículos, obras de teatro y películas -como Another country dirigida por Marek Kanievska-, a Maclean trataron de mantenerlo oculto por ser el hijo de un conocido político británico y por haber pertenecido al servicio diplomático británico en Washington.

Después de adquirir una esmerada educación, Donald ingresó a Cambridge, donde sus ideas de izquierda encontraron tierra fecunda para florecer. Se recibió con honores de primera clase en Lenguas Modernas, título que lo habilitó a ingresar al Ministerio de Relaciones Exteriores. En ese momento fue que se relacionó como agente de enlace con los espías soviéticos Anatoly Gorsky, y más tarde con Vladimir Barkovsky.

Barkovsky volvió a la Unión Soviética y el próximo enlace de Maclean con el Kremlin fue Kitty Harris, una joven con quien el diplomático mantuvo un romance, que más adelante fue reportado por la misma Kitty al Kremlin con lujo de detalles. En muestra de su afecto, Donald le regaló una cadena con un corazón y la inscripción de la fecha en la que se habían conocido. Maclean llevaba al departamento de su amante documentos clasificados que ella fotografiaba y enviaba a la KGB. En dos años juntaron 45 cajas con papeles secretos. La relación se mantuvo después de haber sido trasladado a París y aun a posteriori de que Donald se casara con Melinda Marling, una norteamericana hija de un empresario de Chicago. Melinda también era una entusiasta prosoviética. Juntos se mudaron a Londres, en plena guerra.

Entre 1944 y 1948, Maclean se desempeñó como primer secretario en la embajada inglesa de Washington. En ese período ofreció información valiosa a Moscú, sobre todo lo relacionado con la bomba atómica. El desarrollo de este artefacto había demandado varios miles de millones de dólares y el trabajo de 200.000 personas, una inversión descomunal que la URSS estaba imposibilitada de realizar. Sin embargo, Stalin quería estar al tanto de los más mínimos detalles y a tal fin presionó a Maclean para que otorgase toda la información posible, más cuando el 16 de julio de 1945 se realizó la primera prueba en el desierto de Los Álamos.

Pocas horas más tarde, en la conferencia de Potsdam, el mismo presidente Truman puso en conocimiento del líder soviético el éxito del experimento. Era una forma de mostrar confianza por un lado y también de demostrar que Estados Unidos tenía entre sus manos al “Gran Garrote”.

La Segunda Guerra Mundial había dado lugar a la Guerra Fría. El bloqueo de Berlín y el suministro de armas soviéticas a Corea y Vietnam eran los puntos álgidos de esta guerra. La obtención de científicos alemanes como prisioneros de guerra más los informes infiltrados por Maclean, habían acelerado la carrera nuclear soviética que, en poco tiempo y a menor costo, se había puesto a la altura de los americanos.

Washington empezó a sospechar del inglés y su interés por el desarrollo nuclear. Las sospechas, más la inclinación al alcoholismo de Maclean hicieron que fuese trasladado a El Cairo. Allí se desempeñó como encargado de la embajada, donde continuó ofreciendo información a los soviéticos. Para evitar sospechas fue su esposa Melinda quien las compartía con la mujer del embajador de Rusia, cada vez que coincidían en la peluquería.

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Donald MacLean
Donald MacLean

 

Estados Unidos había comenzado a exponer su plan Marshall que, en el primer momento, también pretendía incluir a los países en la esfera soviética. Fue Maclean quien envió esta información a Stalin, al igual que el proyecto de crear el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ambas iniciativas fueron objetadas y rechazadas por el líder soviético.

Toda esta actividad no podía pasar desapercibida para los norteamericanos y británicos que veían con creciente preocupación cómo Stalin contaba con información clasificada. Era evidente que alguien de alto rango estaba al servicio del líder soviético.

El hallazgo de documentos con mensajes encriptados entre agentes británicos y estadounidenses, donde se encontró a un tal “Homer”, finalmente se redujo a 9 sospechosos, entre los que se contaba Maclean. El agente Lamphere del FBI comenzó a cerrar el círculo sobre Maclean y Philby, pero tanto Moscú como los otros miembros del grupo de los cinco temían que Maclean delatase al resto dado su inestabilidad psicológica. Fue entonces cuando una misteriosa llamada telefónica le advirtió del peligro. Viajó a Moscú, donde el FBI trató de secuestrarlo, pero desistieron a último momento.

Maclean se adaptó a la vida en Rusia y la KGB lo nombró coronel. A su arribo declaró que él no había traicionado a su país, sino que el Gobierno británico se había rendido ante el poder de los norteamericanos. “Dadas estas circunstancias mi deber para con mi patria era entregar prontamente esta documentación a Stalin”, señaló Maclean.

Kitty Harris, su amante y contacto, había vuelto a Rusia después de la guerra, donde murió sola y deprimida. Sin embargo, al fallecer llevaba el colgante con corazón de oro que el espía inglés le había regalado en 1937. Por su parte, Maclean murió de un ataque al corazón en 1983. Su esposa e hijos que lo acompañaron en su ostracismo, cansados del paraíso soviético, volvieron a Estados Unidos en 1976.

 

Esta nota también fue publicada en La Nación

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