El director que sabía lo que contaba

“Yo no soy un director peronista, soy un peronista que hago cine… En ningún momento planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”.

Entre las muchas, muchísimas cosas que nos dejó Leonardo Favio, además de su poesía fílmica, está su manera de entender los mitos populares y elevarlos a la consideración de su público. De su filmografía impar, porque no es única, ya que es excepcional, tomemos el caso de Juan Moreira (1973.) Una película que junto a Gatica, el Mono, se recortan sobre su cine en cuanto a que se centran en hombres de rasgos potentes, cuyo valor va más allá de sí mismos. Y son filmes que marcan una diferencia, por contraste, con Soñar, soñar o Aniceto, su última obra. Si hay un Favio más intelectual, como el de sus comienzos, con la trilogía en blanco y negro de Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente, también aparecerá uno de cuño popular. Y Moreira, que supo estar entre las películas más vistas en la historia del cine argentino, en épocas en las que no existía la TV por cable, VHS, DVD ni Internet, supo combinar ambas vertientes.

Favio pensaba rodar el Moreira, del que tenía referencias por escucharlo en un radioteatro, aún antes de El dependiente (1969). Pero los costos resultaban imposibles. El folletín de Eduardo Gutiérrez iba a ser producido por Héctor Olivera para su sello Aries. Favio quería a Toshiro Mifune, que lo había impresionado en Los siete samurais, para interpretar al gaucho “vago y mal entretenido”. Finalmente, un barbudo Rodolfo Bebán encarnó al héroe.

moreira leonardo favio

 

 

 

 

 

 

 

 

En Juan Moreira conviven el sentido de rebeldía que impera como marca indeleble en los protagonistas de Favio. El del tipo bueno que es víctima de abusos y humillaciones, y sale a defenderse. El que se gana el respeto del pueblo a fuerza de honra y coraje. No es casual que el gaucho encuentre refugio entre los pobres indios, en sus tolderías, cuando lo persigue la Justicia. “No puedo contar lo que no conozco”, decía el realizador. La cámara no es detallista -igual que en Gatica – salvo cuando deba mostrar las armas y las expresiones de los rostros en medio de una pelea.

La sangre brotando, las malas palabras que sorprendían al público de entonces, el sonido de los disparos -los mismos de Los irrompibles – son imágenes y recuerdos de un cine que pervive. Favio le toma prestada a Bergman la escena en la que Moreira juega al truco con la Muerte. Y cómo olvidar el final, cuando lo toma de espaldas, y contra una tapia, que Moreira no llegó a saltar.

Moreira tuvo un público soñado por Favio. El del pueblo, los trabajadores que encontraron en el rebelde un ejemplo y modelo en el que identificarse en momentos aciagos.

Después de Aniceto (2008) Leonardo quería seguir filmando. Siempre se tomó su tiempo entre uno y otro título. El, en su departamento de Balvanera, rodeado de libros y discos, lo explicaba así: “soy un director lento y meticuloso”. Pero la enfermedad que lo obligaba a caminar con un bastón lo fue distanciando más de la cámara. Eso le generaba dolor.

“Pero es sólo una pierna -decía-. Sería jodido que me doliera el alma.”

Una neumonía acabó con su vida a los 74 años de edad el 5 de noviembre de 2015.

leonardo favio

 

 

 

 

 

 

 

 

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