La década de 1920, probablemente, es una de las más importantes en la historia repleta de triunfos y fracasos del feminismo argentino. Para el espectador moderno los avances entonces logrados pueden llegar a parecer menores, en especial si se los compara con momentos de gran impacto la adquisición del derecho al sufragio con la ley 13010, pero durante esos primeros años del siglo se lograron conquistas de gran valor, como la ampliación de los derechos civiles en 1926 y, por supuesto, las primeras experiencias políticas llevadas a cabo por mujeres.
Ante todo, hablar del sufragismo en la década del veinte es hablar de figuras de inmenso renombre como Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo y Elvira Rawson de Dellepiane. Todas ellas (y muchas más) fueron las que, incluso desde finales del siglo XIX, habían empezado a romper los esquemas de lo que era socialmente aceptable para una mujer, logrando ingresar al mundo profesional y universitario. De esta primera camada de históricas, sin embargo, Lanteri se destacó especialmente por su capacidad para pegar el salto y entrar al, hasta entonces vedado, mundo de la política.
Feminista de la primera hora, además de haber luchado para ser reconocida como médica, esta mujer italiana, naturalizada argentina, también tuvo el privilegio de ser, hasta donde se sabe, la primera latinoamericana en votar. ¿Cómo lo logró? En 1911, casi cuarenta años antes de que se habilitara el acceso femenino a las urnas en el país, Lanteri notó que la ley no decía nada acerca del sexo de los ciudadanos capaces de votar, por lo que acudió a inscribirse en el padrón y pudo sufragar en las elecciones municipales.
Al año siguiente, sin embargo, la sanción de la Ley Sáenz Peña, con todo su discurso acerca de la universalidad del derecho, ató el empadronamiento a la conscripción. Aunque Lanteri se mostró perfectamente dispuesta a realizar el servicio militar, no recibió más que burlas y agravios, quedando excluida del padrón. Tenaz como era, lejos de frustrarse por no poder participar en los comicios, descubrió con gran placer que podía ser electa, ya que, una vez más, la ley no prohibía explícitamente que las mujeres se presentaran como candidatas.
Envalentonada por este descubrimiento, a inicios de 1919 se postuló como candidata a “diputado” (sic) nacional al frente de su partido propio, el Partido Feminista Nacional (PFN), bajo el lema “En el Parlamento una banca me espera, llevadme a ella”. La situación, ciertamente, fue llamativa y no son pocos los que notaron la ironía, como bien quedó expresado en el diario La Época del 10 de marzo, de que Lanteri estaba yendo “en busca de los votos masculinos para defender los derechos de la mujer”. La campaña previa sin duda causó revuelo, llegando a contarse cerca de dos mil personas en el primer acto político llevado adelante por una mujer en la Argentina ese 18 de marzo, y obteniendo 1730 votos positivos para el PFN. Así y todo, el verdadero impacto de este suceso todavía resultaba bastante dudoso, e hizo falta esperar un año para ver, realmente, un progreso que incluyera al movimiento sufragista.
Haciendo eco de estos avances, para el mismo día de las elecciones la Unión Feminista Nacional, presidida por Alicia Moreau de Justo, organizó también un ensayo de voto femenino que se llevó a cabo simultáneamente en 20 secciones de Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Aunque no tenía valor electoral, según un comunicado de Moreau de Justo, esta votación adquiría un “significado moral” ya que a través de ella se expresaba “la opinión de una mitad de la población que nunca ha sido consultada”. El evento en sí, inspirado en el accionar de sufragistas de otros países, llamó la atención de la prensa y del público, pero eso no evitó que fuera ridiculizado, incluso por personalidades afines al movimiento feminista, como la misma Lanteri. Para ella, esto no era más que un “juego” y, en un artículo de fines de 1920 publicado en La Nación, llegó a afirmar, situándose en otro nivel: “Las mujeres que luchamos de verdad […] repudiamos toda clase de farsa y todo simulacro, cualquiera sea el pretexto que se tome para justificarlo”. A pesar de estas duras palabras, en una verdadera muestra del compromiso de Lanteri con cualquier acción que ayudara a impulsar la causa feminista, no sorprende que el PFN figurara como parte del Comité Pro-Sufragio Femenino, encargado de organizar el simulacro.
El 7 de marzo, entonces, hombres y mujeres acudieron a las urnas -ya fueran reales o ficticias- para hacerse oír. La noticia principal ese día terminó siendo el triunfo de los candidatos radicales, pero la historia se encargó de recuperar el modesto triunfo de las feministas. El simulacro -aunque fue ninguneado y descripto como una “diversión inocente” por ciertos sectores críticos- fue un éxito, llegando a contar con la participación de unas dos mil a cuatro mil mujeres. Dentro de las elecciones oficiales, luego de haber pasado meses ocupando el espacio público con carteles y actos de todo tipo, Lanteri obtuvo 1373 votos, algunos menos que en la elección previa, y Berón de Astrada, 2700. Claramente, por más pequeño que fuera el impacto, las mujeres estaban comenzando a ser escuchadas y se estaban descubriendo como sujetos políticos.
En los siguientes años la tendencia, para bien o para mal, se mantuvo y, aún con gran dificultad, las históricas del feminismo intentaron mantener la causa a flote. Ridiculizada a lo largo de toda su trayectoria, antes de su muerte inesperada en 1932, Lanteri se presentó 4 veces más como candidata a diputada e intentó participar en dos elecciones municipales, sin éxito, pero con la firme convicción de que cada paso dado acercaba a las mujeres a la tan deseada conquista del voto.