La madrugada del 9 de agosto de 1780, Luis de Córdova, director general de la Armada española, estaba a punto de hacer historia con 27 navíos y algunas fragatas, en un golpe logístico que ha quedado como el mayor sufrido en toda la historia por la Royal Navy. Acechando uno de los más grandes y ricos convoyes que partió de Portsmouth en el siglo XVIII logró la presa con una precisa mezcla de astucia y audacia sumadas a las dotes de gran navegante.
Todo había empezado semanas antes, con los espías españoles en la capital inglesa, que se hicieron con los datos de salida de un gran convoy. Inglaterra necesitaba en ese momento reforzar militarmente y avituallar a sus mejores unidades, que estaban luchando en ultramar, en las postrimerías de la guerra de Independencia Norteamericana, además de la expansión del Imperio en la India. Pero Gran Bretaña acababa de vivir, en el verano de 1779, con un terror desconocido desde tiempos de la Grande y Felicísima Armada de Felipe II, el acoso de la Armada combinada a las costas británicas. Era la primera acción importante después de que los Pactos de Familia pusieran a España en guerra con Inglaterra, un acoso por el que la población británica había abandonado incluso las localidades costeñas. Luis de Córdova capitaneaba la escuadra española y hubiera invadido Inglaterra aquel verano, pero las dudas continuas del almirante francés, Luis Guillouet, y una acción combinada del escorbuto y una epidemia de tifus echaron al traste esos planes y los obligaron a retirarse a Brest.
Cuando la información del convoy llegó al conde de Floridablanca, este alertó a la Armada comandada por Luis de Córdova, que contaba entonces 73 años. A sus fuerzas de 27 navíos se había sumado una flotilla francesa de 9 navíos y una fragata. A los franceses no les parecía nada bien el mando de un hombre tan mayor, pero lo cierto es que Floridablanca lo defendía como uno de los más válidos marinos de la época: “El viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest”, escribía el secretario de Estado al conde de Aranda apenas un año antes, cuando fracasaron los planes por la indecisión francesa.
Luis de Córdova estuvo acechando desde el Estrecho para encontrar el rastro del convoy. Y se aprovechó de que Londres, como consecuencia del ataque del año anterior que había detenido el comercio y parado la bolsa, ya no permitía a su flota alejarse del Canal de la Mancha. A la salida del Canal, el convoy quedó con la mínima escolta, apenas tres buques, y el resto volvió a defender las islas. Tratarían de alejarse de las rutas sabidas y confiarían su suerte a la noche y el viento.
Mientras tanto, las veloces fragatas españolas escrutaban grandes superficies alrededor de la flota, que se movía con prudencia en los primeros días de agosto de 1780. Pero todos sus esfuerzos dieron fruto en la madrugada de aquel dia 9. Poco después de la medianoche, desde el “Santísima Trinidad”, el Escorial de los mares, Luis de Córdova pudo ver cómo una lejana fragata, adelantada a barlovento para rastrear la zona, lanzaba una señal, disparando sus cañones. Sin embargo, por la extrema lejanía, no se pudo contar el número de disparos que indicaba el de velas avistadas.
¿Sería el convoy? Debieron ser momentos de gran tensión hasta que la fragata, siguiendo la ordenanza y avistando numerosas velas ya en el horizonte, y no de la escuadra combinada, repitió la señal y desde el “Santísima Trinidad” pudieron contarse los disparos.
En ese momento el navegante ordenó a virar a su escuadra y calculó el rumbo para lograr que se llegase a un punto en el que, al amanecer, se encontrarían con el convoy. A su dominio de la navegación añadió una añagaza: dejó un farol en lo alto del trinquete, el palo de proa, del “Santísima Trinidad”, que confundió a los del convoy hasta el punto de dirigirlos directamente a la trampa tendida.
Amanece el día 9. A las 4:15 de la madrugada se avista una vela en el horizonte. Inmediatamente le siguen muchas más, todas se encaminan a la luz del farol que camufla su suerte inmediata. Ellos creían que se trataba de una señal de su propio comandante.
Cuando ya es tarde, descubren su error y viran en desbandada. Luis de Córdova comienza a cañonear de manera selectiva a los aterrados ingleses para que se detengan y ordena una caza general para capturar y marinar las presas con dotaciones inmediatamente.
A las 5 de la mañana ha capturado 26 buques con 10 navíos, pero la caza continúa durante toda la jornada, aciaga para el inglés, trepidante para la combinada. Al anochecer cuentan 41 naves. Solo se escapa un bergantín chico por el Este y seis o siete pequeñas embarcaciones por barlovento, de las que solo se podrá dar caza a una más tarde. Lo hará la fragata “Nereyda”. El recuento, acabado el día 10 será de 51 naves capturadas. A las huidas hay que sumar la huida del único navío, de 74 cañones, y las dos fragatas que escoltaban el convoy. ¡Y qué convoy!
Cuando los españoles empiezan el recuento apenas pueden dar crédito a lo que ven su ojos. Se trata de un convoy doble, apresado antes de separarse. Una mitad iba a las Antillas inglesas, con el fin de reforzar a las tropas que combaten en Norteamérica, y la otra mitad se dirigía a la India, con un valiosísima carga. Luis de Córdova, que además comprende enseguida el valor estratégico del material militar apresado, ordena a Vicente Doz que escolte las presas a Cádiz, en cuyo puerto fondean el 20 de agosto. Allí van los buques que además de pólvora en gran cantidad y armas, uniformes y vituallas para miles de soldados, portaban lingotes de oro por valor de un millón de duros (para comprender la dimensión, piénsese que el valor de tantas naves no pasaba de 600.000).
El mayor desastre logístico de la historia británica incuía 37 fragatas, 9 bergantines, 9 paquebotes; sumaba 294 cañones; portaba 1692 hombres de equipajes, 1159 hombres de la tropa de transporte y 244 pasajeros, entre ellos algunos importantes. De las fragatas había algunas de 700 toneladas, muchas de 400, más de 10 de 200 y el resto de 300 toneladas. Tres de ellas pasaron a la Armada española con los nombres de “Colón”, “Santa Balbina” y “Santa Paula”.
Las noticias de la captura hicieron caer la bolsa de Londres. El toma y daca se repetirá, varias veces casi en las mismas aguas durante los siguientes 25 años, hasta Trafalgar, pasando por las batallas del Cabo de San Vicente y la del de Santa María. En la última, en 1804, un año antes del desastre de la Armada combinada en Trafalgar, estalló por los aires la “Mercedes”, tan célebre desde hace unos años por culpa del expolio de los cazatesoros de Odyssey.