Con el final de la Segunda Guerra Mundial la prédica del anarquismo entró en una natural declinación. El final de la Republica española había preanunciado su agonía; la falta de organización había esterilizado los esfuerzos para mantener encendida la antorcha anarquista durante la Guerra Civil. Si bien cada tanto estalla con fulgores de fuego de artificio, como el proclamado “Prohibido prohibir”, del Mayo francés, la misma lógica del movimiento anarquista le impedía cosechar los frutos de sus esfuerzos individuales. Ante el fracaso manifiesto de su metodología, los movimientos obreros se alinearon tras formas más concretas de reclamo, que iban de un extremo al otro del espectro político. Cualquier otro movimiento había demostrado tener más posibilidades de llegar al poder para imponer sus condiciones que el partido anarquista.
Hasta entonces el movimiento ácrata había escrito su historia con tinta y sangre. Veamos una lista de sus víctimas.
* Sisi, Emperatriz austriaca, 1898.
* Humberto I, Rey de Italia, 1900.
* William Mac Kinley, Presidente americano, 1901.
* Antonio Maura, Presidente español
* José Canalejas,Presidente español, 1912.
* Atentado contra el Kaiser Guillermo I, 1884.
* Muerte del Presidente Sadi Carnot, 1894.
* Muerte de Carlos I, Rey de Portugal, 1908.
* Atentado de la Avenida Lexington, 1914: 4 muertos, 50 heridos.
* Atentado en Wall Street, 1920: 38 muertos, 400 heridos.
A esto hay que agregar los daños producidos por las huelgas que paralizaron la industria de los países y los cientos de atentados que sembraron al mundo de muertos inocentes, y empujaron a reclamar un orden más contundente en la sociedad. La violencia ácrata generó las respuestas represivas de los grupos de derecha.
La Argentina no fue excepción a este fenómeno social. El atentado contra presidentes como Sarmiento, Quintana, Figueroa Alcorta y Victorino de la Plaza, la muerte de Ramón Falcón -la mano represora del gobierno- las huelgas y reclamos violentos aún a gobiernos democráticos, radicalizó a la sociedad, que en nuestro caso se aglutinó bajo lo que Leopoldo Lugones dio en llamar “La hora de la Espada”, un movimiento militarizado (es decir, donde existía una subordinación que dejaba de lado el proclamado individualismo), nacionalista (que enfrentaba a los anarquistas generalmente de origen foráneo) y católico (para combatir el ateísmo propugnado por los ácratas).
Bajo estas consignas habría de organizarse una sociedad ordenada y poco dispuesta a tolerar los desvíos de algunos revoltosos.
El anarquismo no solo empuñó las armas y arrojó las bombas, sino que además tomó la pluma. De la mano de intelectuales contó su historia, plena de romántico heroísmo, y de entrega sin límites. El relato de la gesta anarquista ha sido panegírico a la hora de otorgarles a sus militantes un halo mítico, a pesar de asesinar a sangre fría, poner bombas que mataban inocentes, o sustraer bienes ajenos. El relativismo moral justificaba sus consignas violentas, pero denostaba cualquier intento de reprimir los actos subversivos con que sembraban el terror en la sociedad. Radziwihovsky, Di Giovanni, Malatesta y tantos otros ascendieron al olimpo ácrata dejando un camino teñido de sangre.
Quizás el ejemplo más difundido fue el de Sacco y Vanzetti, inmortalizados en películas, libros y canciones, consagrando a dos inmigrantes italianos que robaron una fábrica de zapatos y mataron a dos policías norteamericanos, en mártires del movimiento libertario.
A pesar de que años más tarde, mediante técnicas sofisticadas, se confirmó que las balas que mataron a los policías solo podían haber sido disparadas por el arma que usaron los anarquistas, la leyenda del sacrificio partidario se difundió por el mundo y hoy, para aquellos que no profundizan en el tema, Sacco y Vanzetti son mártires libertarios.
¿Alguien recuerda el nombre de sus víctimas inocentes? El halo de romanticismo heroico oculta la alevosía tras el brillo del relato. Los sueños utópicos suelen terminar en pesadillas descarnadas.