El Cabildo de Córdoba había reconocido al Consejo de Regencia, al enterarse de su creación gracias a la Audiencia de Buenos Aires.
Liniers vivía en Alta Gracia, estancia que había pertenecido a los jesuitas expulsados en 1767 y que el ex Virrey comprara al Dr. Victorino Rodríguez, distinguido jurisconsulto creador del Código de Minas y de la Cátedra de Derecho Civil y dos veces gobernador de Córdoba. Con motivo de los acontecimientos de Buenos Aires, el gobernador de Córdoba, Gutiérrez de la Concha, reunió en su casa en dos oportunidades, a Liniers, que estaba de paso en la ciudad, al obispo Orellana, al Dr. Victorino Rodríguez (que era su asesor legal), al Tesorero Moreno, al jefe de las milicias provinciales, coronel Santiago Allende, al deán de la Catedral, Gregorio Funes, a los alcaldes de primero y segundo voto García de la Piedra y Ortiz del Valle, y a los oidores Moscoso y doctor Zamalloa. En la primera reunión sólo se intercambiaron informaciones a ideas. Pero en la segunda se produjo un altercado violento entre Liniers, partidario de desconocer a la Junta porteña, y el deán Funes, que aconsejaba aceptar la nueva autoridad o al menos llamar a un Cabildo Abierto para decidir. El deán y su hermano Ambrosio habían tenido ya anteriormente problemas con el gobernador y el Dr. Rodríguez, tanto que Ambrosio se había exiliado voluntariamente a Buenos Aires, regresando a Córdoba recién en 1809, al darle seguridad Cisneros de que no sería molestado. Estos antecedentes quizás explican que el deán Funes, en vez de mantener cierta discreción por tratarse de conversaciones privadas, escribiera a la Junta porteña el 20 de junio informándole detalladamente lo sucedido.
Como era necesario tiempo para juntar las milicias del gobierno desperdigadas por la provincia, Funes aprovechó esa demora para organizar una activa propaganda a favor de la revolución entre el pueblo y las tropas que estaban convocando los realistas y para comunicar todas las novedades a la Junta.
La Junta porteña estaba organizando una “Expedición Auxiliadora del Alto Perú” para recuperar las provincias que Abascal había decidido “proteger” y, mientras tanto trató de ganar adeptos en Córdoba. Saavedra y Belgrano escribieron a Liniers para manifestarle que eran leales a Fernando VII y aconsejándole no oponerse a la Junta.
Martín Sarratea, suegro de Liniers, le dio por escrito el mismo consejo. En julio lo visitó Letamendi, socio de su suegro y apoderado de Liniers, con idéntico propósito. Venía con pasaporte expedido con rapidez inusual por Moreno, ya que la Junta no quería tener a Liniers, héroe de la Reconquista, en el bando contrario.
Pero Liniers tenía motivos sobrados para oponerse a los revolucionarios. El 19 de mayo, ignorando el movimiento que se gestaba en Buenos Aires, le había escrito a Cisneros; “Dime ¿no te dije que Elio era un pícaro revoltoso, que Álzaga y sus demás coligados eran unos hombres perversos, que te declarases abiertamente por el partido más fiel y dominante, que había sostenido la autoridad el primero?
¿Qué pudo sentir al enterarse, días después, que ese partido más fiel y dominante había derrotado a Cisneros? No es de extrañar que Liniers, iluso consejero de su sucesor, se sintiera herido por la conducta de aquellos en quienes él confiara porque lo habían apoyado como Virrey el 1ero de enero de 1809 frustrando así la revolución de Álzaga.
Al ser ennoblecido, Liniers había querido tomar el título de conde de Buenos Aires y luego, ante las objeciones del Cabildo, había optado por el de Conde de la Lealtad, y ahora el ex Virrey pensó que había llegado el momento de demostrar su lealtad a la corona. Su origen francés, sus conversaciones con Sassenay (el enviado francés) y su comprometedora carta a Napoleón habían hecho que muchos dudaran de su fidelidad y Liniers no vaciló, esta vez, acerca del camino a seguir. Aceptando el pedido que le hizo llegar el depuesto Virrey Cisneros, decidió organizar la resistencia junto al gobernador de Córdoba y pedir ayuda a Asunción, Montevideo y el Perú.
A Sarratea, suegro suyo, le escribió que después de 36 años de fidelidad al soberano no iba a cambiar y dejar a sus hijos un nombre manchado por la traición.
Recién a mediados de julio se supo en Córdoba que Abascal, Virrey del Perú, había decidido desconocer a la Junta de Buenos Aires e incorporar “preventivamente” a su virreinato todo el Alto Perú (quedándose con las ricas minas del Potosí). El 21 de ese mes el Cabildo cordobés decidió, por la mínima diferencia de 6 votos contra 5, pedir protección a Abascal contra la Junta porteña.
El 10 de julio había partido de Buenos Aires, a las órdenes del coronel Francisco Ortíz de Ocampo, comandante de Arribeños, la “Expedición Auxiliadora del Alto Perú”. Ortíz de Ocampo tenía, entre otras, las siguientes instrucciones: “Se tendrá gran cuidado en sofocar toda especie capaz de comprometer el concepto de fidelidad que anima a esta Junta, pues nada debe cuidarse más que imprimir en todos, la obligación de ser fiel a su Rey y guardar sus augustos derechos”. Debía exigir al Gobernador y al Cabildo de Córdoba que el pueblo eligiera un diputado y, en caso de resistirse el gobernador, debía amenazarlo con hacerle pagar “con bienes y sangre la que hiciese derramar a los Vasallos del Rey; lo que así se verificará…” “Todo gobernador que no cediese sino a presencia de la Expedición que le amenaza, será suspenso en su empleo y remitido a la Capital, proveyéndose su plaza provisoriamente, hasta la aprobación de esta Junta, en persona de representación y respeto”. Se debía, asimismo, apoyar a los pueblos que quisieran reemplazar a sus gobernadores con Juntas locales siempre que éstas “reconozcan una absoluta dependencia de la Junta Provisional de la Capital hasta la celebración del Congreso”.
La Expedición debía recaudar fondos y conseguir reclutas, y llevar hasta Jujuy para esperar nuevas órdenes. Las decisiones no debían ser tomadas por Ortíz de Ocampo sino por una “Junta en Comisión” constituida por Ocampo y Vieytes, actuando como secretario Vicente López y Planes. (Como habían actuado los revolucionarios franceses).
Poco después recibió Ortíz de Ocampo una comunicación de la Junta, fechada el 13 de julio donde se le ordenaba que “irremisiblemente deben venir presos a esta ciudad, con segura custodia: el Obispo, Concha, Liniers, Rodríguez Allende, el oficial (tesorero) Moreno, el alcalde Piedra y el “Síndico Procurador”. ¿Nombres suministrados por el deán Funes?
Al aproximarse al Expedición Auxiliadora, con franco apoyo popular a lo largo de su trayecto, se produjeron masivas deserciones en las fuerzas organizadas por Liniers y el gobernador cordobés a pesar de que éste había pagado a sus tropas por adelantado. “El Cabildo, por su parte, también cambió de bando pidiendo a Ortíz de Ocampo sus directivas y protección.
Liniers, el gobernador, el obispo y demás conspicuos partidarios del Consejo de Regencia abandonaron Córdoba dirigiéndose hacia el norte procurando llegar al Alto Perú. El 8 de agosto la “Junta en Comisión”, es decir Ortíz de Ocampo y Vieytes, tomó posesión de la ciudad de Córdoba, sin encontrar oposición armada. El 14 de ese mes asumió el cargo de gobernador Intendente Juan Martín de Pueyrredón, el cual había sido designado para ese puesto el 3 de agosto por la Junta porteña, la cual declaró también vacante la sede episcopal.
A todo esto, el 6 de agosto habían sido apresados Liniers y varios de sus acompañantes. El ex Virrey fue tratado tan desconsideradamente que el 2 de septiembre, la Junta porteña ordenó procesar al oficial José María Urien “por no haberse manejado con la pureza y honor que debía en la prisión de D. Santiago de Liniers”. Los captores se apoderaron del dinero y joyas de los prisioneros. El propio Ortíz de Ocampo denunció un desfalco de 77.000 pesos, suma importante si se tiene en cuenta que su propio sueldo anual ascendía a poco más de 1.000 pesos.
Los prisioneros debían ser enviados a Buenos Aires, a disposición de la Junta según las primeras órdenes recibidas. Pero el 4 o 5 de agosto llegó otra, fechada el 28 de julio, disponiendo que debían ser “arcabuceados” en cuanto fueran detenidos, sin juicio previo ni demora alguna.
El deán Funes, afligido probablemente por los resultados de su infidencia, lo mismo que su hermano Gregorio que había sido favorecido por Liniers, y otras personas intercedieron en favor de los cautivos ante Ortíz de Ocampo, y sobre todo ante Vieytes que era partidario de cumplir la orden. El 10 de agosto la “Junta en Comisión”, decidió suspender la ejecución y mandar los prisioneros a Buenos Aires sin que pasaran por la ciudad de Córdoba para evitar manifestaciones. En la misma fecha Ortíz de Ocampo se dirigió a Saavedra como Presidente de la Junta y a los Vocales explicando la actitud de la Junta en Comisión.
Entre otras atinadas observaciones decía: “Explica que esas muertes serían lloradas por los mismos que ayudaron a aprehender a los fugitivos y dice: “V.E. conoce mejor que nadie la necesidad en que todos nos hallamos de ganar el afecto de todos estos oprimidos compatriotas, haciéndoles ver que, contarios en todo a los sanguinarios Déspotas que ese complacían anteriormente en derramar su sangre, se ponen en ejecución todos los medios de dulzura para hacer conocer las ventajas del suave y sabio Gobierno que unánimemente confiesan a V.E.”.
“Esta Junta espera que la sabiduría de V.E. se servirá aprobar una conducta que no ha tenido por base más que el crédito a las armas, la gloria y el buen nombre de V.E. y la unión conforme de los pueblos que tengan la fortuna de obedecer al dulce y sabio gobierno de V.E.”.
“Dios guarde a V.E. ms. ans. Quartel de Córdoba, 10 de agosto de 1810”.
Esta comunicación, llegada a Buenos Aires el 17 de agosto, no tuvo éxito y sirvió en cambio, para defenestrar a Ortíz de Ocampo, el cual estaba dispuesto a luchar como militar, pero no a actuar como verdugo.
El 18 de agosto la Junta reiteró la orden de arcabucear a los prisioneros. Esta segunda orden de fusilamiento tenía la firma de todos los integrantes de la Junta excepto la de Alberti, el cual, como sacerdote, se opuso a la pena capital.
¿A qué se debió el cambio de órdenes y el fusilamiento de los cautivos? Hay una carta de Moreno a Chiclana que algo explica al decir: “Después de tantas ofertas de energía y firmeza pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta, nos los remiten presos a esta ciudad. No puede usted figurarse el compromiso en que nos ha puesto y si la fortuna no nos ayuda, veo vacilante nuestra causa por ese solo hecho”. Existía indudable temor, entre los miembros de la Junta, a la reacción que tendría el pueblo al ver llegar a Buenos Aires, como prisionero, al héroe de la reconquista que fuera nombrado Virrey con apoyo popular. Y es así que, por miedo a la reacción del pueblo, se decidió fusilar a los prisioneros sin juicio previo, aunque en ese confuso conflicto de lealtades éstos no habían derramado ni una gota de sangre.
Por influencia de Moreno la Junta designó a su colega, el Dr. Castelli, para ir al encuentro de los prisioneros y hacer cumplir de inmediato la sentencia. Lo acompañarían su amigo Nicolás Rodríguez Peña y el ex cartero y ahora coronel Domingo French, incondicional de Moreno. French llevó una escolta elegida entre los integrantes del regimiento de “Patriotas de Buenos Aires” o “La Estrella”, que estaba organizando. (La creación de ese regimiento se debió a que Mariano Moreno quería contar con una fuerza militar propia que le sirviera para contrarrestar la influencia de Saavedra, y ahora también al de Ortíz de Ocampo, que había tenido la audacia de oponerse a sus deseos de fusilar prisioneros).
Para mayor seguridad de que se cumpliera la sentencia se le ordenó también al teniente coronel Juan Ramón Balcarce ir al encuentro de los detenidos. Estos, completamente ajenos al destino que los esperaba, se encontraron con los encargados de ejecutar la sentencia en el monte de los Papagallos, al sur de Córdoba, el 26 de agosto. A último momento se excluyó al obispo Orellana de la sentencia de muerte. Los otros cinco prisioneros fueron ejecutados de inmediato. Liniers, que contaba sesenta años, y afrontó la muerte con toda dignidad.
Este sangriento suceso, que empañó las armas de la patria naciente, causó asombro, pesar y horror en Córdoba y en Buenos Aires, pues los muertos estaban vinculados por lazos familiares y de amistad a la sociedad de ambas ciudades. Con las iniciales de sus nombres, manos anónimas expresaron el CLAMOR popular contra la crueldad demostrada:
Concha
Liniers
Allende
Moreno
Orellana
Rodríguez
Tres de los muertos se habían distinguido cuando las Invasiones Inglesas: Gutiérrez de la Concha fue el marino que transportara las fuerzas de Liniers desde Colonia a través del delta hasta Tigre y comandado las fuerzas de reserva durante el combate de Miserere. Liniers había dirigido la reconquista, y el coronel Allende había combatido a los ingleses en Montevideo. No parece casual el hecho porque, como veremos más adelante, también perecerán, ajusticiados, otros dos prominentes opositores de los ingleses: Martín de Álzaga y Fray José de las Ánimas, superior de los Bethlemitas.
Para justificar de alguna manera su inicuo proceder la Junta publicó, en octubre, un manifiesto innoble ya que acusaba a los ajusticiados, entre otras cosas, de “Haber injuriado a la Junta atribuyéndole intenciones revolucionarias contra la soberanía del señor Fernando VII, para desacreditarla ante los buenos vasallos…” cuando no habían hecho otra cosa que decir la verdad.