El Dr. Frederic Ruysch (1638-1731) fue un eminente anatomista y botánico holandés del siglo XVII. Sin embargo, gran parte de su vida la dedicó a ejercer como obstetra e instruir a los futuros cirujanos y matronas de Ámsterdam. Este trabajo le brindó la oportunidad de reunir un gran número de embriones y fetos abortados que, en un principio, utilizaba como herramienta educativa en sus clases de anatomía. Sin embargo, el Dr. Ruysch fue mas allá y transformó estos pequeños cuerpos, en inusuales elementos de expresión artística. Sus “composiciones” con especímenes anatómicos no dejaban impasible al espectador. Muchas de sus “obras de arte” rozaban lo grotesco e incluso se podrían considerar macabras.
En sus dioramas o escenas —de los que hoy día solo se conservan los dibujos— representaba árboles con tráqueas y bronquios disecados. Adornaba sus paisajes con cálculos renales, tumores y toda clase de órganos extraídos a pacientes y cadáveres. En la mayoría de ellas, como figura central, colocaba pequeños esqueletos fetales en una actitud melodramática. En la escena, algunos lloran secando sus lágrimas con tejidos humanos como pañuelo. Otros tocan el violín con un arco fabricado con una arteria seca mientras cantan: “¡¡¡Destino Ah, ah amargo destino!!!”. Una representación —según Ruysch— de la fugacidad de nuestras vidas.
Estos dioramas estaban expuestos junto con 2.000 piezas de anatomía humana y más de 63 muestras de anomalías congénitas, alguna de ellas extremadamente raras. Su “museo” (una de las mayores colecciones de Europa), ocupaba tres pisos de su propia vivienda en el centro de Ámsterdam. Un lugar abierto al público en el que poder satisfacer la curiosidad de científicos e incrédulos, a los que el Dr. Ruysch retaba con una sencilla invitación: “Ven y mira. Sólo cree a tus propios ojos”
Estos “Cuartos de Maravillas” o “Gabinetes de Curiosidades” fueron los precursores de los museos actuales.
El Dr. Ruysch hizo algunas aportaciones interesantes en el campo de la investigación. Fue el primero en describir las válvulas en los vasos linfáticos, identificó el órgano vomeronasal de las serpientes y la arteria central del ojo. Pero sobre todo, se volcó en hallar el modo de preservar los órganos a estudio. Comenzó almacenando sus muestras en frascos con alcohol, pero muy pronto utilizaría su propia técnica. Un “método” que le llevó mas de 30 años perfeccionar y que mantuvo en secreto hasta el final de su vida.
Este novedoso proceso de conservación de sus muestras anatómicas, consistía en inyectar post morten una cera roja. Estaba fabricada a base de sulfuro de mercurio procedente del cinabrio, un mineral (de color rojo) de origen natural. Este fluido dio a sus muestras —especialmente los preparados de fetos y bebés— tal realismo, que parecían estar vivos. Posteriormente las sumergía en un líquido para embalsamar, llamado licor balsamicum. Con esta técnica se podían visualizar los vasos sanguíneos más pequeños, como podemos observar:
“Cabeza de un niño con ojos de vidrio artificiales y la piel de color rojo”.
Con la ayuda de su hija Rachel Ruysch —una conocida pintora de bodegones y naturaleza muerta— adorna estos especímenes con tul, encajes, telas de seda, plumas, flores o pedrería. Estos desconcertantes arreglos finales ocultaban los cortes en la carne y el hueso realizados durante la disección.
“Cabeza de niño con turbante y plumas”
Las sorprendentes presentaciones que consigue Dr. Ruysch en el siglo XVII, se pueden equiparar a la técnica de plastinación del siglo XXI realizada por Gunther von Hagens en Body Worlds . Ambos captan poderosamente la atención del espectador.
“Mano que sostiene los genitales externos femeninos entre el pulgar y el dedo índice”
Los visitantes tenían la ocasión de contemplar los cuerpos de bebés embalsamados, adornados con flores, tocados, bonetes o plumas.
El propio zar de Rusia, Pedro el Grande en una de sus visitas a Holanda, quedó fascinado por el realismo. Compró la colección en 1717 y la trasladó a San Petersburgo. El barco viajó desde Ámsterdam cargado con más de 3.000 preparaciones anatómicas conservados en pequeños frascos. Sin embargo, al llegar a puerto, los hombres del zar comprobaron que buena parte de la colección se había echado a perder. Cuentan las malas lenguas, que al parecer durante la travesía, los marineros se habían bebido el alcohol de algunas de las preparaciones.
Más allá de la veracidad de esta anécdota, se conservan 900 ejemplares. Expuestos en el museo Kunstkamera (Peter the Great Museum of Anthropology and Ethnography) San Petersburgo .
Casi 300 años después de su muerte, el legado de Ruysch aún impresiona e inspira a científicos y laicos.