El caos se prolongó por cinco años después de la independencia, en los que hubo insurrecciones en el ejército congoleño, luchas tribales interminables, injerencia belga, secesión en Katanga (la provincia más próspera) y una controvertida intervención de la ONU. En cierto momento llegó a haber cuatro gobiernos autoproclamados en diferentes regiones del Congo.
Hacia 1900, Inglaterra, Holanda, Francia, Portugal, Alemania e Italia habían colonizado gran parte de África. En el caso de la cuenca del río Congo (zona rica en cobre, cobalto y diamantes), los más de 2 millones de kilómetros cuadrados de extensión de la misma fueron anexados como un feudo personal por el rey Leopoldo II de Bélgica, quien junto a todos aquellos a quienes había otrogado concesiones desde 1885 organizó el Estado Libre del Congo (que de libre no tenía nada), convirtiéndose así en el terrateniente “en ausencia” más poderoso del mundo.
La explotación que Leopoldo II hizo de sus posesiones fue despiadada. El beneficio era el único objetivo de su régimen colonial; el trabajo forzado en las minas y en las plantaciones era supervisado y castigado con rigor por capataces blancos, que llegaban al extremo de amputar la mano de aquellos trabajadores que consideraran incapaces. Durante el mandato de Leopoldo II murieron entre 5 y 8 millones de congoleños.
En 1904, la presión internacional obligó a Leopoldo II a nombrar una comisión que investigara “los abusos cometidos”, y en 1908 el rey cedió al gobierno belga el Estado Libre del Congo. O sea: la comisión, nombrada después de años de abusos, claramente encontró responsable al rey de dichos crímenes, y el “castigo” fue que el rey tuvo que dejar su “propiedad personal” en manos de el país en el que él mismo reinaba. Capciosos, abstenerse de sacar conclusiones.
Los belgas se propusieron mejorar las condiciones de vida imperantes, pero no pensaban renunciar a explotar sus nuevos dominios. Combinando paternalismo y lucro, los congoleños aportarían la mano de obra y recibirían iglesias, misiones, viviendas, instalaciones sanitarias y escuelas; esta situación se prolongó durante décadas.
Con los años, la colonia del Congo llegó a tener uno de los más altos índices de alfabetización. Pero… pero… la escolarización terminaba en el nivel inicial, el más básico. Muy pocos congoleños tenían acceso a la enseñanza secundaria y prácticamente ninguno a la enseñanza universitaria. Los belgas no veían la necesidad de formar nativos con alto nivel de educación, ya que consideraban que faltaban décadas para que el Congo estuviera en condiciones de acceder a una autonomía. Los consideraban “aletargados pero satisfechos”, carentes de espíritu dirigencial.
Hacia los años ’50, las potencias europeas, debilitadas por la guerra, fueron disminuyendo la cantidad de fuerzas militares necesarias para mantener sus posesiones en África. Se produjeron cruentas guerras (Gran Bretaña contra la guerrilla del Mau Mau en Kenia, por ejemplo) y los esfuerzos por mantener sus colonias iban cediendo ante las corrientes liberadoras. Pero Bélgica seguía de espaldas a ese movimiento emancipador.
En 1957, Bélgica, cada vez más incapaz de mantener la situación de dominación colonial, otorgó una medida simbólica de autonomía, permitiendo que tres ciudades del Congo eligieran funcionarios a cargo, pero siempre supervisados por el poder central belga.
En 1958, Patrice Lumumba, un joven dirigente del primer partido nacional, el Movimiento Nacional Congolés (MNC), participó de la Conferencia de los Pueblos de África y a su regreso exigió, en un discurso explosivo ante una multitud, la independencia del Congo. Esto generó enormes disturbios; Lumumba escapó pero fue detenido por las autoridades belgas, que lo consideraron responsable de los desórdenes.
El desempleo creciente y la recesión económica avivaban el movimiento independentista. El gobierno belga prometió introducir reformas, mientras muchedumbres congoleñas provocaban disturbios en todo el país. Hasta que finalmente Bélgica comenzó a desmantelar su estructura de imperio en África.
A comienzos de 1960, el gobierno belga convocó a una reunión en Bruselas para decidir el futuro del Congo. A esa reunión concurrieron varios dirigentes africanos, entre ellos Patrice Lumumba, recientemente excarcelado. Bélgica estaba cansada de los problemas que le traía el Congo, y los dirigentes africanos percibieron que “la madre patria” estaba dispuesta a cortar sus vínculos con la colonia. Los líderes nativos se sorprendieron de la posición belga; no tenían planes políticos concretos y se fijó un plazo de medio año para convocar a elecciones. Ni ellos mismos lo podían creer.
Las elecciones en el Congo, celebradas en mayo de 1960, llevaron al poder a un gobierno de coalición. Lumumba (nacionalista) se convirtió en primer ministro; su rival, Joseph Kasavubu (regionalista), en presidente. Lumumba estaba decidido a formar un gobierno nacional central fuerte, pero Kasavubu y su aliado Moise Tshombe (dirigente importante apoyado por Bélgica) querían convertir el nuevo estado en una federación descentralizada en la que prevalecieran los intereses regionales y tribales. El conflicto entre ambas partes era inevitable.
El Congo se convirtió entonces en el escenario de una lucha prolongada y devastadora. El día de la independencia, el 30 de junio de 1960, el rey Balduino de Bélgica se dirigió a la multitud en términos que Patrice Lumumba consideró excesivamente paternalistas. En su repuesta al rey, Lumumba (que no se tragaba nada), le dijo: “ya no somos sus monos”. Cinco días después, el ejército congoleño (cuya administración y dirección no había tenido tiempo de “africanizarse” y seguía en gran medida bajo dirección belga) inició una sublevación que llevaría a la nueva nación al borde de la ruina.
La insurrección estalló en Thysville y Leopoldville, donde soldados congoleños, enfurecidos por la negativa de oficiales belgas a ascenderlos, secuestraron a oficiales blancos y a sus familias. En pocos días, la rebelión se propagó a todo el ejército. Los ciudadanos belgas, temiendo por sus vidas, empezaron a huir del país. Asesinatos, violaciones e incendios provocados eran moneda corriente. Mientras tanto, tanto los tribalistas como los nacionalistas buscaban aprovecharse de la confusión general. Para agregar caos, Moise Tshombe, el hombre fuerte de la provincia rica de Katanga, declaró la independencia de la región, apoyado por las compañías internacionales instaladas en la región, que explotaban cobre y cobalto.
La ONU envió una fuerza de paz, pero con instrucciones poco claras (como casi siempre). Los países vecinos del Congo temían por la seguridad de sus fronteras, no les gustaba la postura neocolonialista de Tshombe y apoyaban la postura desafiante de Lumumba. Pero Lumumba amagó con pedir ayuda a la URSS (justo a ellos), y la simpatía de los países occidentales comenzó a transformarse en ayuda concreta a Tshombe. Para alivio de Washington y Bruselas, en septiembre el presidente Kasavubu destituyó a Lumumba, pero éste no sólo se negó sino que a su vez destituyó a Kasavubu (sí, sí, como se lee). Ante tal anarquía, días después, el coronel del ejército Joseph Mobutu tomó el gobierno, arrestó a Lumumba, echó a los soviéticos recién llegados, se convirtió en el hombre fuerte del país, y un par de meses después devolvió el poder a Kasavubu y se nombró él mismo comandante en jefe de las fuerzas armadas.
En enero de 1961 Lumumba fue trasladado a Katanga y puesto en manos de su enemigo Tshombe. Menos de un mes después, Lumumba estaba muerto. Tshombe dijo que había tenido que dispararle porque intentó huir. Ja. Como era de esperar, Lumumba se transformó inmediatamente en un mártir, un héroe de la resistencia africana, y su muerte originó disturbios en todo el mundo.
Katanga seguía empacada y su ejército, lleno de mercenarios blancos, luchó contra las tropas de la ONU. El secretario general de la ONU, Dag Hammarskjold, viajó a una reunión con Tshombe en Rhodesia del norte (hoy Zambia), pero murió cuando su avión se estrelló misteriosamente. Luego de eso, la opinión mundial se volcó contra Katanga, Tshombe y su ejército. En el Congo, los herederos políticos izquierdistas de Lumumba luchaban contra los múltiples ejércitos regionalistas.
En 1965, el ahora general Mobutu se cansó de Kasavubu, lo derrocó y asumió como presidente; la dictadura que estableció llevó cierta estabilidad política pero la furia seguía contenida. En 1971 se cambió el nombre del país, que empezó a llamarse Zaire, y el de la capital Leopoldville, que se llamó Kinshasa. Mobutu nacionalizó la minería, aumentó la producción de cobalto y cobre y obtuvo la ayuda de EEUU, sin dejar de tener buenos lazos de amistad con los países del Tercer Mundo y del por entonces bloque comunista.
Así, finalmente, se apagó el fuego que se inició con la independencia.