Hay pocos escritores que logran trascender, y son muchos menos los que alguna vez llegan a ser vistos como intérpretes privilegiados de su lugar y su tiempo. Pero si uno hiciera el esfuerzo por encontrar una figura así, alguien que sirva para definir literariamente al siglo XX brasileño, probablemente Jorge Amado sería el elegido. Aunque no era tan intelectual como João Guimarães Rosa, ese otro gran literato de Brasil, a lo largo de más de cuarenta libros de inmenso éxito comercial Amado elaboró una literatura que, sin dudas, supo dar a conocer la complejidad de su país – y especialmente de la región de Bahía – como nadie lo había hecho.
No se sabe a ciencia cierta dónde nació, pero la versión más comúnmente aceptada parece indicar que Jorge Leal Amado de Faria nació el 10 de agosto de 1912 en la hacienda Auricídia, en Itabuna, Bahía. De ahí en más – primero en la región cacaotera de Ilheus y luego, a partir de sus doce años, en Salvador – Amado entró en contacto con varias facetas de la dura realidad del Noroeste brasileño, interesándose especialmente por las condiciones de vida de los marginados.
Esta sensibilidad eventualmente se manifestó en dos aspectos centrales de su vida: la literatura y la política. Por un lado, con un claro talento literario que comenzó a explorar en su adolescencia, ya a finales de la década del veinte Amado se destacó como cofundador del grupo modernista bahiano conocido como “Academia dos Rebeldes”. Enseguida y con apenas 18 años escribió su primera novela, El país del carnaval (1931). Esta obra inauguró su carrera en las letras y, además, definió una agenda estética que, en sus primeros años, estaría orientada hacia el realismo social y la denuncia. Así, tanto en esta novela, como en obras posteriores – como Cacao (1933), Sudor (1934) o Tierra del Sin Fin (1943) – Amado se encargó de ilustrar con crudeza las condiciones del pueblo trabajador y las dificultades que Brasil estaba enfrentando en su transición de una sociedad agraria a una industrial.
Este programa artístico, por otro lado, tuvo su correlato político. Ya desde inicios de la década del treinta – momento en el que Amado se trasladó a Rio de Janeiro a estudiar una carrera de Derecho que jamás ejercería – él se plegó a las ideas del comunismo y empezó, de hecho, a militar en el PC brasileño. Este activismo, que en general aplicó a través de su trabajo periodístico, sin embargo, terminó valiéndole varios encontronazos con el régimen de Getulio Vargas. Tras varios arrestos, quemas de sus libros en plazas públicas y un breve periodo exiliado en Uruguay y en la Argentina, Amado pudo regresar a la vida política brasileña en 1945, cuando fue electo Diputado Federal por Bahía en representación del PC. A pesar de su participación clave en la aprobación de leyes, por ejemplo, orientadas a prohibir la discriminación religiosa, cuando el comunismo volvió a ser formalmente ilegal en 1947, Amado retomó la vía del exilio, esta vez a Europa.
Las décadas del cuarenta y del cincuenta, sin dudas, fueron momentos de complicaciones en su vida, pero también de despertares. Él, que siempre había sido tan respetuoso de las bajadas de línea soviéticas, vivó el fin del estalinismo intensamente a través de su literatura. Según señaló el investigador Salvatore Bizzarro, cuando Kruschev habilitó una cierta apertura a nivel estético a finales de la década del cincuenta, Amado se decidió a abandonar las obras de denuncia pura e inauguró una nueva etapa en su carrera con Gabriela, clavo y canela (1958).
A partir de la publicación de esa novela, dio inicio a su período de mayor éxito y demostró que el humor podía ser una herramienta eficaz para dar a conocer las realidades de su país. Entusiasmado, Amado adoptó un estilo más costumbrista, atento al folklore y a aspectos antes descuidados por la literatura brasileña, como la cultura afro – tema en el cual llegaría a ser un experto. Al representar con maestría este sincretismo típico de Brasil, a través de libros como Doña Flor y sus dos maridos (1966), La tienda de los milagros (1969) o Teresa Batista, cansada de guerra (1972), Amado se transformó en una sensación mundial. En el marco del “boom” de la literatura latinoamericana (concepto que él siempre criticaría), de repente él era visto como un intérprete privilegiado de la identidad brasileña, contribuyendo a dar forma a un país multifacético, sensual, repleto de problemas, intrigas y magia.
Nada de todo esto, sin embargo, se podría comparar con el éxito de las adaptaciones de sus libros a diferentes medios. El cine, las historietas y, notablemente, la televisión se transformaron en importantísimos órganos de difusión de su obra y, aunque él constantemente se preocupó por distanciarse de ellos, nunca dejó de reconocer que estos productos eran claves para llevar sus ideas a un público mucho más amplio que el lector.
En definitiva, para cuando él murió el 6 de agosto del 2001 tras varios años en los que su salud cardíaca se fue deteriorando, Amado dejó este mundo habiendo experimentado el éxito y sabiendo que había jugado un rol importantísimo en las letras de su país. Tal como él había llegado a asegurar, en su literatura había podido mostrar “la posición de los que están del lado de los pobres, los desheredados, los desposeídos, los maltratados”. Y, aunque esto le valiera el mote del “escritor de las putas y de los vagabundos”, como el aseguró, esto “no fue ninguna agresión, fue un elogio”.