El amo del esplendor y las sombras

La carrera de Händel como músico (aunque su padre pretendía que estudiara derecho) comenzó en su ciudad natal, donde tuvo como profesor al entonces célebre Friedrich Wilhelm Zachau, organista de la Liebfrauenkirche. En 1702 Händel fue nombrado organista de la catedral y, un año más tarde, violinista de la Ópera de la corte de Hamburgo, donde entabló contacto con Reinhard Keiser, un compositor que lo introdujo en los secretos de la composición para el teatro.

Georg Friedrich Händel estrenó, en 1705, su primera ópera, Almira, que fue bien recibida por el público hamburgués. Un año más tarde el músico emprendió un viaje a Italia que había de tener especial importancia, ya que le dio la oportunidad de familiarizarse con el estilo italiano e introducir algunas de sus características en su propio estilo, forjado en la tradición contrapuntística alemana. Las óperas Rodrigo y Agrippina y el oratorio La Resurrezione datan de esa época.

De regreso en Alemania, Georg Friedrich Händel fue nombrado maestro de capilla de la corte del Elector de Hannover, puesto que abandonó al final del año 1710 para trasladarse a Inglaterra, donde pronto se dio a conocer como autor de óperas italianas. El extraordinario triunfo de la segunda de su autoría, Rinaldo, hizo que el músico tomé la decisión de radicarse en Londres a partir de 1712.

Dos años más tarde, el Elector de Hannover, fue coronado rey de Inglaterra con el nombre de Jorge I, y el compositor reanudó su relación con él (interrumpida tras el abandono de sus funciones en la ciudad alemana). Aquellos años fueron de gran prosperidad para Händel: sus óperas triunfaron en los escenarios londinenses sin que los trabajos de autores rivales, como Bononcini y Porpora, pudieran hacerles sombra.

Su versión de una canción francesa que pedía el retorno de la salud de Luis XIV (Dieu sauve le Roi) se convirtió en el himno británico (God save the King).

Sin embargo, a partir de la década de 1730, la situación cambió de modo radical: a raíz de las intrigas políticas, las disputas con los divos (entre ellos el castrato Senesino), la bancarrota de su compañía teatral y la aparición de otras compañías nuevas, parte del público que hasta entonces lo había aplaudido le dio la espalda.

A partir de ese momento, Händel volcó la mayor parte de su esfuerzo creativo en la composición de oratorios: Deidamia, su última ópera, data de 1741, de ese mismo año es El Mesías, la obra que más fama dio. Con temas extraídos de la Biblia y textos en inglés, los oratorios -entre los que cabe citar Israel en Egipto, Sansón, Belshazzar, Judas Maccabeus, Solomon y Jephta– constituyen la parte más original de toda la producción del compositor y la única que, a despecho de modas y épocas, se ha mantenido en el repertorio sin altibajos significativos, especialmente en el Reino Unido.

Si bien hoy la música de Händel y Bach se escucha como de autores coetáneos del Barroco, la de Bach es más hogareña y feliz, la alegría de un señor que se deleita con los pequeños goces (y sufrimientos) de la vida; mientras la música de Händel es esplendorosa como los fuegos de artificio que parecen escucharse en La Música Acuatica o su Mesias con un aleluya que aun hoy sirve de fondo a coronaciones, y por momentos melancólico (como el largo de Xerxes o el Lascia ch’io pianga), un reflejo de la ciclotimia del autor, cuyo genio se fue apagando como la luz de sus ojos. Pero esa es otra historia que contaremos oportunamente.

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