«Dr. Livingstone, I presume»

El doctor David Livingstone tuvo el honor de ser enterrado en la abadía de Westminster, dados sus méritos y contribuciones como explorador y evangelizador del Imperio, pero su corazón yace en África, porque murió en el continente negro mientras buscaba las fuentes del Nilo en 1873. Allí fue enterrado bajo un gran árbol mulva en el pueblo de Chitambo, Zanzíbar.

Explorador, doctor en Medicina y misionero, David Livingstone realizó varias expediciones por África. La segunda, en 1858, resultó un mortal fracaso, y no lo decimos de manera figurada. En ella, fallecieron la mayoría de sus acompañantes, entre ellos, su hermano Charles y su esposa Mary. De regreso a Inglaterra en 1864, fue duramente criticado. Sin embargo, se las ingenió para volver a África en marzo de 1866. La Royal Geographical Society le encargó encontrar las fuentes del Nilo. Esta nueva expedición que inició en la isla de Zanzíbar (actualmente Tanzania) sería la tercera y última. Durante años no se supo nada de él, se lo creía extraviado. Su cruzada antiesclavista lo había hecho muy popular entre los africanos, pero le había creado poderosos enemigos. Como se sospechaba lo peor, se organizó una expedición para buscarlo. Los periódicos del mundo cubrieron su “rescate” por parte de Henry Morton Stanley, enviado especial del New York Herald por una apuesta de su dueño, el magnate Gordon Bennett.

En realidad, Stanley se topó con Livingstone en el medio de África, con un escueto: “Doctor Livingstone, I suppose”, ante el único hombre blanco en miles de kilómetros a la redonda. Este no estaba extraviado, sencillamente, continuaba con la búsqueda de las fuentes del Nilo y ninguno de los dos quería demostrar signos de entusiasmo frente a los nativos, que podían malinterpretar un amistoso encuentro. De allí la parquedad.

Después del encuentro, el explorador retomó su camino y el periodista continuó con sus relatos, que le dieron fama mundial.

La aventurada existencia de Mr. Henry Morton Stanley

La vida de Henry Morton Stanley (nacido John Rowlands) fue dura y aventurada. Niño de padre desconocido criado en un orfanato británico pudo, a pesar de la adversidad, lograr una aceptable educación que le permitió volcar sus aventuras en distintos medios gráficos. Fue norteamericano por adopción, allí cambió su apellido y peleó para los Federales durante la Guerra Civil. Stanley se convirtió en imperialista muy conocido por crónicas en Medio Oriente, África y, especialmente, por este encuentro.

Trabajó para el rey Leopoldo de Bélgica que adquirió una facción del Congo para su peculio personal. Stanley colaboró con esta oscura conquista. En 1887 organizó la expedición para hallar al naturalista alemán Mehmet Emin Bajá, también extraviado en África. Como Stanley era uno de los pocos blancos que tenía experiencia en el continente, fue contratado por William Mackinnon y el mismo rey Leopoldo para hallar al científico y navegar el río Congo. A tal fin, 389 personas participaron de esta expedición, llena de contratiempos, desavenencias climáticas y enfermedades (solo 169 hombres terminaron el viaje; Stanley era el único europeo).

El encuentro con Bajá no fue igual que el de Livingstone ya que el alemán vestía como un nativo y estaba muy cómodo en su actual posición. Bajá se quedó en África después de beber el champagne que Stanley llevó por miles de kilómetros para la ocasión. Stanley continuó sus exploraciones y cazando elefantes (ya que con los marfiles mantenía los gastos de la expedición).

Vuelto a Inglaterra fue nombrado Caballero de la Corona Británica ya que los pactos firmados durante su periplo africano le permitieron al imperio incorporar Kenya y Uganda. Murió en Londres el 10 de mayo de 1904.

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Henry Morton Stanley.
Henry Morton Stanley.

 

Enterré mi corazón en África – David Livingstone (1816-1873)

David Livingstone murió en Chitambo (actualmente Zambia) el 1 de mayo de 1873. Lo encontraron arrodillado frente a su cama.

Sus fieles seguidores, Susi y Chamah, decidieron que lo mejor era que el predicador fuese enterrado entre los suyos. Lo evisceraron y enterraron su corazón bajo un mulva. Wainwright, su más fiel colaborador, escribió su nombre en la corteza del árbol. Rezaron y se sentaron a llorar.

Después salaron el cuerpo, lo bañaron con brandy y lo expusieron al sol por catorce días ‒mientras espantaban a los animales que deseaban al escocés como cena‒. Envuelto en tela de velamen, condujeron su cadáver por selvas, sabanas y desiertos durante nueve meses. A lo largo del recorrido, las tribus a las que él había llevado la palabra del Señor salieron a rendirle sus respetos. En el camino, se cruzaron con otra expedición que vanamente pretendía rescatar a Livingstone, dada su prolongada ausencia. Al encontrarlo, insistieron en enterrarlo, pero Susi y Chamah se rehusaron obstinadamente: Livingstone debía descansar entre los suyos. Persistieron hasta llegar a Zanzíbar. Allí su cuerpo fue entregado al cónsul inglés, quien hizo los preparativos para llevarlo a Inglaterra.

Arribado a Londres, en un primer momento, se dudó de la autenticidad de los restos, pero un examen forense despejó las dudas al corroborar las lesiones en el brazo izquierdo, debidas al ataque de un león en 1843. La Royal Geographical Society expuso el ataúd en la sala de mapas y finalmente inhumó a Livingstone en la abadía de Westminster, sin su corazón, que descansa en África.

Sobre sus vísceras enterradas, se construyó un monumento en recuerdo de su gesta, pero el pueblo de Chitambo fue abandonado y el árbol cortado. El corazón de Livingstone yace hoy en medio de la nada.

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Monumento a David Livingstone en las cataratas Victoria, Zimbabue.
Monumento a David Livingstone en las cataratas Victoria, Zimbabue.

 

Stanley and Livingstone

 

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