Después de Ceausescu

Ion Iliescu era el jefe del gobierno provisional inmediatamente posterior a la sangrienta caída del dictador “stalinista”, Nicolae Ceausescu, en diciembre de 1989. Iliescu era un antiguo dirigente del Partido Comunista que había prometido reformas moderadas.

El resultado de las elecciones mostró una victoria aplastante del Frente de Salvación Nacional, que había liderado la revolución contra Ceausescu. Iliescu ganó con el 85 % de los votos, relegando al otro candidato, Radu Campeanu, del partido Nacionalista Liberal, que sólo sacó el 11 %.

A pesar de que la elección fue considerada “libre”, el Frente de Salvación Nacional tenía bajo su control todo el aparato estatal, las empresas y los medios de comunicación al momento de las elecciones, dejando prácticamente sin espacio a los otros candidatos.

Sólo cinco meses antes, cualquier cambio hubiera parecido imposible. Durante 24 años, incluso después de que la política de Gorbachov estimulara y propusiera cambios, Ceausescu y su esposa Elena gobernaron Rumania con un rigor implacable.

Ceausescu fue uno de los dictadores más duros y temidos del siglo XX; su policía secreta (la Securitate), de 70.000 efectivos, sembró el terror y le permitió llevar a cabo sus designios: la así llamada “sistematización”, por la cual destruyó pueblos modestos y medievales construyendo bloques de viviendas como cárceles sobre las ruinas y llevó a cabo un “programa de austeridad” que hizo que los rumanos padecieran el hambre y el frío, mientras él acaparaba comida y combustible para exportar.

La mayor diferencia del régimen rumano con los demás países de la órbita comunista fue su relativa independencia de la Unión Soviética, lo que le permitió a Ceusescu tener alas propias y ejercer una dictadura totalitaria extrema, ultrapersonalista y con una política económica que, tras la fachada oficial de austeridad, llevó al empobrecimiento de la población. Ceausescu, que había llegado al poder en 1965, estableció un Estado policial con la Securitate y, como se suele hacer en estos casos, reformó la constitución a su entera conveniencia.

Alentados por las reformas de Mikhail Gorbachov, los movimientos que apoyaban una economía basada en el mercado y una democracia pluralista comenzaron a derrocar a los regímenes comunistas en Europa central y oriental. En diciembre de 1989 estalló un alzamiento en Timisoara, y a diferencia de lo ocurrido en otros países, en Rumania la caída del gobierno comunista fue sangrienta.

El ejército regular rumano desertó y se puso del lado del pueblo, pero la Securitate mató a miles de manifestantes y de testigos de la agitación popular. La revolución dejó un saldo de 1.100 muertos y 3.400 heridos; el grupo insurgente, denominado Frente de Salvación Nacional, tomó el poder por la fuerza, se apoderó de las instituciones del Estado y forzó a Ceausescu y a su esposa Elena a huir de Bucarest, pero ambos fueron capturados enseguida en Targoviste.

La pareja suprema de Rumania fue juzgada en forma sumaria y condenada por un tribunal militar, que los encontró culpables de genocidio, abuso de poder y delitos económicos. La pareja fue ejecutada el día 25 de diciembre de 1989.

A pesar de eso, incluso después de muerto Ceaucescu, la vida para los rumanos siguió siendo muy dura. Una de las primeras medidas del nuevo presidente Iliescu fue exhortar a los mineros a que suprimieran todo tipo de manifestación anticomunista. Y tuvo la (no muy feliz) idea de contratar unos 6.000 miembros de la Securitate para dirigir una nueva policía secreta (o sea: muchos de los mismos tipos que habían masacrado al pueblo durante años ahora cambiaban de camiseta y de empleador… pero eran los mismos). Iliescu convocó a una Asamblea que redactó una nueva constitución en 1991, y luego de ser aprobada la misma por referéndum, convocó a nuevas elecciones en 1992. Luego de eso, el FSN se disolvió y Ion Iliescu fue reelegido presidente.

La pobreza no disminuyó, y la difícil vida de los rumanos no mejoró demasiado.

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