La geografía argentina va de la mano con su historia

Seguramente, ya sea por el recuerdo de la etapa escolar, o bien por la simple curiosidad de ser argentinos, a cada lector le sorprendió o alguna vez se preguntó por qué 14 capitales de las 23 provincias de nuestro país tienen el mismo nombre de su propia provincia. Y este número podría ascender a 15 si se tiene en cuenta la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que hasta la federalización de 1880, era la capital de su provincia homónima.

Lo primero que hay que aclarar es que el territorio nacional fue cambiando a lo largo del tiempo, aunque-en primera instancia-, la respuesta es más simple de lo que parece: la legislación de la antigua época colonial, dependiente de la corona española.

Comúnmente conocida como Leyes de Indias, una de las cláusulas fundamentales que establecía era que para la fundación de las ciudades, se debía instalar junto con ellas un cabildo, que daba orden jurídico (y político) a nivel local. Las vastas tierras por fuera de estas ciudades, estaban pobladas por grupos indígenas y/o eran desconocidas.

Faltaban cerca de dos siglos para la creación del Virreinato del Río de la Plata, por lo que la actual Argentina estaba condicionada por el antiguo camino real Buenos Aires- Potosí. La primera ciudad en fundarse fue Santiago del Estero en 1553. Durante los años siguientes, se fundaron Mendoza, San Juan, Tucumán (al sudoeste de su ubicación actual), Córdoba, Santa Fe (que más adelante se mudaría unos kilómetros al sur, hacia la ubicación actual); Buenos Aires (la conocida segunda fundación en junio de 1580), Salta, La Rioja, San Luis y Jujuy.

El caso de Córdoba es muy particular: su fundador, Jerónimo Luis de Cabrera (cuyo diputado en la declaración de la independencia en 1816, José Antonio, era uno de sus descendientes), terminó siendo fusilado justamente por desobedecer órdenes; y fundar la ciudad mediterránea el 6 de julio de 1573 a orillas del actual barrio Yapeyú. Es por eso que para la inauguración del cabildo cordobés hubo que esperar a que viniera el siglo XVII.

También el caso de Santa Fe tiene lo suyo: la ubicación original que dispuso Juan de Garay y que llamó Santa Fe de la Vera Cruz estaba muy cerca de la actual localidad de Cayastá, al norte de la actual capital provincial. Ya para 1649, se emplazó donde sigue hasta nuestros días, aunque siguiendo con el foco de la cuestión principal del artículo, gran parte del norte de la provincia estuvo ocupada por los indígenas del otrora Gran Chaco (salvando las distancias, al músico salteño Oscar E. Palavecino le dicen “el chaqueño”). Aunque pertenece al nordeste, Corrientes fue fundada en 1588, es decir en la época a la que nos referíamos antes, y nuevamente yéndonos al noroeste, San Fernando del Valle de Catamarca hizo lo propio en 1683, en plena época colonial.

Más allá de algunas particularidades que exceden el tema en cuestión, diremos entonces que las ciudades son preexistentes a las provincias, al menos desde el punto de vista de la conformación político-territorial de lo que fue Argentina hasta la reunificación del país y la presidencia de Mitre en 1862. Recién fue a partir de su gobierno, que finalizó en 1868, cuando se llamó oficialmente República Argentina.

Sin embargo, como bien explica este proceso el historiador Gustavo Paz, Jujuy como provincia recién pudo separarse de Salta en 1834, a pesar de que Jujuy como ciudad (o San Salvador de Jujuy, para ser más precisos), había llevado diputados al Congreso de Tucumán que declaró la independencia el 9 de julio de 1816. Y, para reforzar la idea previa, lo hizo porque tenía cabildo propio.

Hasta ese momento eran 14 provincias en total: la de Buenos Aires, con la ciudad del mismo como capital, y los “13 ranchos”, como llamaban despectivamente a las jurisdicciones del llamado interior. Formosa se agregó con los acuerdos territoriales tras la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza en la década de 1870, y ahí también la ciudad capital lleva el mismo nombre que el de la provincia, aunque esta vez no tuvo nada que ver con España.

La provincia de La Pampa y toda la Patagonia recién se añadieron al territorio nacional tras la llamada “Campaña al Desierto”, primero comandada por Julio A. Roca y luego por el general Villegas; y tanto Misiones, como Chaco, sufrieron cambios hasta el siglo XX inclusive. Por último, Entre Ríos se “creó” luego de la caída del Directorio, primero con la efímera República de Francisco “Pancho” Ramírez hasta su muerte en 1821, y luego como provincia autónoma, tuvo la particularidad de que su primer gobernador haya sido un porteño: nada más y nada menos que Lucio Norberto Mansilla, comandante de la famosa batalla de Vuelta de Obligado.

Tampoco las provincias tuvieron la misma extensión ni formato que como las conocemos hoy, a pesar de mantener sus nombres. La mayoría por haberle ganado terreno a los pueblos originarios, y otras porque parte de su territorio fue modificándose, primero por la Ordenanza de Intendentes de fines de siglo XVIII, y después por la autonomía de varias de ellas tras la caída del Directorio a principios de 1820. Sin embargo, hubo que esperar hasta el primer gobierno peronista para que tanto la Patagonia como las actuales provincias de La Pampa y Chaco tuvieran su autonomía y dejaran de ser territorios nacionales, como se los llamaba.

Sus capitales y varias localidades ya existían, pero recién pudieron votar y obtener su propio ordenamiento jurídico a partir de principios de 1950; esto sin aludir a los vanos cambios de nombres de provincias que impulsó el propio Perón, y hasta la quizás menos conocida historia de La Pampa: su capital original era General Acha, y se mudó a la actual Santa Rosa durante la segunda presidencia de Roca. Paradójicamente, el entonces gobernador de ese territorio, el general Eduardo Pico (existe una localidad en su homenaje), renunció a su cargo por estar en desacuerdo con esa decisión.

La más emblemática, por su importancia política, económica, demográfica y cultural, es Buenos Aires. Si bien las restricciones impuestas en marzo de 2020 hicieron conocer, a través de los anuncios del expresidente junto al entonces Jefe de Gobierno porteño y el gobernador bonaerense; el área geográfica denominada AMBA, todavía sigue confundiéndose a los porteños de la capital argentina, con los bonaerenses del Gran Buenos Aires y/o el interior.

Esto tiene que ver con que la llamada “cuestión capital”, fue un tema que tardó 60 años en resolverse, hasta la federalización de la actual ciudad de Buenos Aires. Es por eso que, previo a 1880, decir Buenos Aires podía significar la ciudad-puerto o bien cualquier punto del resto de la provincia. Atrás habían quedado el proyecto de “Ley de Capitalización” de Rivadavia en 1826, la secesión porteña, que funcionó como un estado cuasi-independiente de la entonces Confederación Argentina hasta la reforma de la Constitución Nacional de 1860 primero, y tras la batalla de Pavón después; la “Ley de Compromiso” dispuesta por Mitre, y postergada a más no poder; los proyectos de Rosario como capital que vetaron tanto el propio Mitre como Sarmiento, entre otros.

Hasta que, tras un conflicto armado y sucesivas idas y vueltas en la negociación, el presidente electo Roca logró la intervención de la entonces Legislatura provincial, que según la Constitución debía aceptar su cesión a la Nación (como lo había hecho Entre Ríos con Paraná en los tiempos de la Confederación de Urquiza). Así, la ciudad de Buenos Aires pasó a ser la capital argentina y la provincia de Buenos Aires necesitó una nueva capital, que como todos saben, se trata de La Plata, cuya fundación data del 19 de noviembre de 1882.

La creciente inmigración y la posterior migración interna (y de países limítrofes), hicieron del llamado Gran Buenos Aires o “conurbano” un conglomerado cercano a la capital nacional, que no hizo más que confundir a los habitantes del interior para su denominación, inclusive hasta para los del resto de la enorme provincia que tiene en total 307.571 kilómetros cuadrados. Para los del interior, todos son porteños. Y esto es menester hacer cambiar desde las escuelas, para saber que no es así y que la geografía nacional (especialmente la política-administrativa), tiene mucho que ver con la historia. Al menos funcionó muy bien la sigla CABA para referirse a la ciudad de Buenos Aires, desde que ésta ya no depende de la nación y es autónoma tras la reforma constitucional de 1994, habiendo adquirido así el estatus jurídico de una provincia.

Sin embargo, lo mismo sucede con los porteños y bonaerenses para con el resto del país. En el ámbito cotidiano de los noticieros, por ejemplo, un hecho que sucede en -por ejemplo- Caseros, es Caseros y no Gran Buenos Aires. Si sucede en el interior provincial, ocurre algo similar: es Bahía Blanca y no Buenos Aires o provincia de Buenos Aires, a pesar de que tanto Caseros como Bahía Blanca pertenecen administrativamente a esa provincia argentina. Ahora, si la noticia proviene-por ejemplo- de Villa María, dicen Córdoba, olvidándose de que la provincia tiene 165.321 kilómetros cuadrados. Recién después especifican “en la localidad cordobesa…”.

No es la única diferenciación hecha desde la capital hacia el resto. Cuando hablan de la ciudad capital de alguna provincia homónima, nombran la provincia, sin aclarar que se trata de la ciudad del mismo nombre. Son pocas las excepciones, y esto tiene que cambiar, ya que quien va a esa ciudad (por ejemplo, Mendoza o San Miguel de Tucumán), si la nombrás, se interpreta como que estás hablando de la capital provincial. Para cualquier otro lugar, se nombra la ciudad o pueblo en cuestión, tal como especifiqué con el ejemplo de Bahía Blanca para el caso de cuando los porteños se refieren a algún lugar de la provincia de Buenos Aires.

Ya nombré a las escuelas, aunque este imaginario colectivo también debe tender al equilibrio entre lo local-regional y lo general desde los medios de comunicación tradicionales, redes sociales y una mayor integración nacional, algo que quiso lograrse entre finales del siglo XIX y comienzos del XX con cierto éxito merced a la inmigración; la etapa que José Luis Romero nombró como “sociedad aluvional”. También otro historiador como José Carlos Chiaramonte trató muy bien el tema del lenguaje local, provincial y nacional en su libro “Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846)”.

Mapa fitogeográfico de la República Argentina, para la Exposición de Filadelfia de 1876, Archivo General de la Nación (AGN). Nótese que aún faltaba el acuerdo territorial tras la Guerra del Paraguay, la zona del “Gran Chaco” era indígena, está dividido por regiones en vez de provincias, y apenas se vislumbran las capitales de las actuales provincias y algunas ciudades importantes. Además, todavía no aparecen poblados en las actuales provincias de La Pampa ni en toda la Patagonia, y el límite con Chile era incierto.
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