Despertador Teofilantrópico Místico-Político

Este franciscano nacido en 1776 en Buenos Aires, era conocido por sus expresiones mordaces y pluma afilada con la que defendía sus opiniones políticas y la doctrina de la Iglesia. Durante las invasiones inglesas actuó como capellán de ambos mandos, ya que opinaba que Buenos Aires había caído por la sola presencia de 2.000 soldados británicos “por haberse corrompido la administración española”. Fue esta misma razón por la que apoyó la gesta de Mayo.

Gracias a su verba florida, plagada de neologismos y expresiones hirientes, que se tornaban agraviantes cuando combatía a sus adversarios, era un orador reconocido. Sus afirmaciones le crearon más de un enemigo, entre los que se hallaban los defensores de la secularización rivadaviana, como José Agrelo, Sáinz de Cavia y Juan Cruz Varela. Este último decía del fraile “Entre todos los cuerdos despreciados, entre todos los locos conocido, por su nivel entre víboras querido y entre predicadores sonrojado. De la discordia el hijo enamorado, este santo que tanto perjudica se llama Francisco de Castañeda”.

En esa época de plumas mordaces, se destacaba la del fraile porque descargaba su inquina en la figura de Rivadavia, al que llamaba, entre otras cosas, “sapo antediluviano” (bien visto, don Bernardino tenía algo de batracio). Del futuro presidente De Paula escribió un artículo llamado Bernardote Rimbombo, en el que lo tilda de “loco furioso, cruel, hereje, inmoral, déspota, etc., etc.”

Para expresar su oposición a las políticas de Rivadavia, Francisco de Paula Castañeda llegó a fundar los periódicos “La verdad desnuda”, “La Guardia Vendida”, “El Padre Castañeda” y “Despertador Teofilantrópico Místico-Político”.

Debido a sus excesos en el lenguaje, fue dos veces desterrado a Kakel Huincul, la estancia de Francisco Ramos Mejía, donde denunció la prédica del estanciero entre los indios a su servicio. Esta acusación fue base para el último juicio de herejía que se conoció en tierras del Río de la Plata.

Cuando una vez más fue expulsado a Catamarca, el padre Castañeda optó por dirigirse a Santa Fe donde, gozaba del apoyo de Estanislao López. Allí realizó una tarea evangelizadora entre los indios mocovíes.

Un cura tan combativo, en una época de tanta efervescencia dogmática, despertó inquinas y afecto. Era natural que se distorsionasen hechos biográficos del sacerdote como el de afirmar que había muerto por la mordedura de un perro rabioso, una metáfora a la virulencia del fraile. Castañeda no murió por esta causa sino de muerte natural en Paraná, el 11 de marzo de 1832.

Antes de fallecer hizo una fuerte declaración de principios donde señalaba su adhesión a la Iglesia y los preceptos que había abrazado y defendido en vida.

Rosas solicitó que sus restos fuesen trasladados a Buenos Aires donde fueron depositados en el Convento de San Francisco, lugar en el que podría descansar del “desprestigio con que habían querido envolverlo por la persecución sistemática de sus adversarios”.

Sin embargo, sus restos poco pudieron reposar porque, debido a una serie de refacciones en el convento, los mismos se extraviaron.

Al parecer hasta sus huesos imitaron la inquietud sin sosiego de este fraile batallador.

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