Se cumplen 159 años de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin, uno de los libros más revolucionarios de la historia de la humanidad que, como todo clásico, al decir de Mark Twain, pocos han leído pero del que todos opinan. No es raro entonces que se caiga en las consiguientes imprecisiones. Algo parecido pasó con Einstein, cuya teoría fue analizada por exégetas que prolongaron su relatividad a un campo moral en el que el físico jamás se aventuró. A pesar de que los científicos han demostrado su veracidad, en algunas partes del mundo (como varios estados de USA y en los países islámicos) la lectura de El origen de las especies y las teorías de Darwin no son recomendadas por las autoridades, que también han llegado a prohibir su divulgación. De hecho, la mitad de los americanos no cree en la evolución.
Cuando se le pregunta a gente no especializada cuál es la síntesis del pensamiento de Charles Darwin, algunos (muchos, en realidad) responden muy sueltos de cuerpo: “la supervivencia del más apto”, afirmación temeraria que no pertenece a Darwin, sino que fue una interpretación extremista de Herbert Spencer, un filósofo inglés que, sin quererlo, creó un monstruo de mil cabezas: el darwinismo social. De esta teoría a la propuesta de eliminar a los “menos aptos” hay un paso que, desgraciadamente, la humanidad ha dado en nombre de los supuestamente “más aptos”, aglutinados en una hipotética raza superior. Darwin jamás habló del triunfo de los mejores, aunque sí su defensor Thomas Huxley, un cruzado de la causa evolutiva. En el fervor de la discusión Huxley con el obispo Wilberforce, afirmó: “Los más fuertes, los más rápidos y los más inteligentes vivirían para luchar un día más” (y de paso reproducirse podemos agregar). No era esto lo que decía Darwin en su libro, sencillamente hablaba del más apto como aquel que mejor sobrelleva las condiciones adversas que lo rodean. No necesariamente son los más rápidos, ni los más fuertes o los más astutos los que verán la mañana siguiente. Muchas veces, y dado que varias especies viven en comunidad, aquellos que más colaboran para que sobreviva el grupo son los que triunfan en estas contingencias de la vida.
Las mutaciones que sufren las especies son azarosas y no siempre adecuadas para el tiempo y el medio en el que se produjeron. Por ejemplo, animales con menos pelaje pudieron no sobrevivir en la era del hielo, pero sí en los interglaciares con climas más benignos. Sobreviven solo aquellas criaturas que mejor se adecuan a las condiciones del momento sin que necesariamente hayan sido los mejores de su camada. Este es un punto crucial para entender porque sino se cae en la eugenesia que propuso el primo de Darwin, el Dr Francis Galton. Este pretendía permitir únicamente la reproducción de los que a “su criterio” eran los mejores. Curiosamente Galton, un dechado de virtudes victorianas, resultó ser estéril. De esta forma, sus estupendos genes no pasaron a las generaciones posteriores ¿Lo convertía esto en “menos apto”? ¿No era él acaso uno de esos “mejores”? ¿Mejores para qué y en qué sentido? Sólo somos la azarosa interacción entre genes mutantes y ambientes cambiantes en un mundo plagado de peligros y sinsabores.