Urquiza, que pretendía haber recibido la delegación absoluta del poder nacional, nada hizo por facilitar la retirada de tropas vencidas en Pavón, a la altura de Cañada de Gómez, en Santa Fe. El 22 de noviembre, el uruguayo Venancio Flores, comandante de la vanguardia de Buenos Aires, puso en ejecución una de las carnicerías más terribles que se registran en las páginas de toda la historia argentina. Esa noche sorprendió dormidos y extenuados de cansancio a unos trescientos soldados abandonados por Urquiza y los destrozó con saña tan feroz y con tan extrema alevosía, que apenas unos pocos soldados salvaron sus vidas entre ellos estaban los hermanos Hernández y Leandro Alem.
El general Wenceslao Paunero, del ejército porteño, escribió al general Mitre: “El suceso de Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas muy comunes, por desgracia, en nuestras guerras que, después de conocer sus resultados aterrorizan al vencedor. Hay más de trescientos muertos y cómo ciento cincuenta prisioneros, mientras que por nuestra parte solo hemos tenido dos muertos y cinco heridos. Este suceso es la segunda edición de Villamayor corregida y aumentada. A confesión de parte… el autor de la carta hace el honor de suponer aterrorizado (!) al autor de la matanza, pero no sabemos que Venancio Flores diera prueba ninguna de arrepentimiento. Por el contrario, se jactaba de ello. Y los apologistas oficiosos del general Mitre, cuentan a Cañada de Gómez entre el número de sus victorias. Lo que sí sabemos es que el referido jefe uruguayo afilaba sus armas para hacer la guerra en la Banda Oriental (era el jefe del Partido Colorado). Después de aquella acción, el ejército de Buenos Aires quedó dueño de Santa Fe.
Por esos días, precisamente el 21 de noviembre, una división del ejército de Mitre al mando del general Paunero había marchado hacia Córdoba. Su objetivo consistía en apoderarse de esa ciudad y también de la de San Luís donde se proponían colgar en una plaza al general Juan Saa, sobre quien echaban toda la culpa del fusilamiento de Aberastain. Pero antes de considerar estos hechos del interior, importa mucho conocer cómo desbarató Mitre, en forma epistolar solamente, aquella osada pretensión de Urquiza de “que fueran depositadas en sus manos la pacificación del país, la convocatoria del nuevo congreso y la regulación de la vida constitucional”. Impuesto de la carta de Mitre, que ponía en evidencia lo absurdo de aquella ambición y le señalaba en forma perentoria los dos únicos caminos que tenía por delante, Urquiza le contestó sometido: “Después de haber recibido su carta de fecha 19 y oído las explicaciones del señor Ruiz Moreno, debo comprender que está colocada la provincia entre dos extremos: O hacer la guerra o producir los hechos que la constituyan en paz con Buenos Aíres, así como con las demás provincias. He optado con decisión por esto último. V.E. debe mandar hacer sus prevenciones al jefe de la escuadra de Buenos Aíres para que la otra pueda efectuar el arribo al Paraná”. Pero en lugar de llamarse a silencio, se extendió en digresiones inoportunas, a lo que Mitre contestó, acaso en forma demasiado contundente: “La reorganización de la República debe tener por base, principios opuestos a los de la política que prevaleció hasta el 17 de septiembre (Pavón) en que se abre una nueva era para la República. Los pueblos solo pueden depositar su confianza en los que no han sido los sostenedores de tal política”. Hay en la respuesta de Urquiza una frase con puntas de malicia que debió producir en Mitre cierto escozor: “No me toca la responsabilidad de los abusos que hayan podido arruinar el edificio nacional a cuyo sostén V.E. y el pueblo de Buenos Aires desde el 11 de noviembre y por el pacto de 6 de junio y la convención de Santa Fe, contribuyeron a sostener”. Lo que equivalía a decirle: No olvide que fuimos socios después de Cepeda… una sociedad que costó más de 300 vidas.