Comienzo de la anarquía

El 1ro de Febrero de 1820 las fuerzas artiguistas unidas de Santa Fe y Entre Ríos triunfaron en Cepeda sobre los porteños comandados por Rondeau. Ramírez, en su carácter de lugarteniente de Artigas, comandaba el ejército federal, teniendo como segundo a Estanislao López, gobernador de Santa Fe. En la batalla intervinieron también las fuerzas del chileno José Miguel Carrera y las exiguas de Carlos de Alvear al lado de los vencedores.

El combate fue breve por desbandarse en seguida la caballería directorial. Solo el general Juan Ramón Balcarce pudo retirarse en buen orden, con parte de la caballería e infantería, hasta San Nicolás. Al día siguiente de la victoria escribió Ramírez al comandante Aniceto Gómez lo siguiente: “El año 20, decían los aristócratas, era el que debía marcar el fin de la revolución, estableciendo el poder absoluto para consumar nuestro exterminio repartiéndose entre sí los empleos y riquezas del país a la sombra de un niño coronado, que ni por sí, ni por la imponente familia a que pertenece, podía oponerse a la regencia intrigante establecida y sostenida por ellos mismos”. Ramírez ignoraba aún la derrota de Artigas en Tacuarembó y agregaba: “El Jefe Oriental castiga por aquella parte a los portugueses”, y se refiere a Fructuoso Rivera como “un constante perseguidor de los crímenes de sus enemigos” por no saber que se había pasado al bando portugués.

El 2 de febrero llegaron a Buenos Aires noticias de la derrota de las fuerzas porteñas. Esa noche la multitud hizo pedazos más de 400 faroles, lo cual, como dice Busaniche, no fue por cierto un signo de solidaridad con el gobierno.

Aguirre, que reemplazaba en la ciudad a Rondeau como Director Substituto, mandó alistar bajo pena de vida a todo individuo capaz de llevar armas e hizo una leva general de esclavos para organizar un nuevo ejército de cívicos que puso bajo las órdenes del general Soler. Pero los vencedores de Cepeda, en vez de avanzar de inmediato y tomar la ciudad , como todos temían, se dirigieron al Cabildo por escrito. En su proclama Ramírez solicitaba la disolución “del Congreso y del Directorio de Buenos Aires para que, libre aquel pueblo benemérito de la horrorosa opresión a que se halla reducido, elija un gobierno que pueda acordar con las otras provincias cuanto conduzca al bien de todos”. López, por su parte, expresaba su conocimiento de que “en vano será que se hagan reformas, que se anulen constituciones, que se admita un sistema federal: todo es inútil si no es la obra del pueblo en perfecta libertad”.

El 8 de Febrero Ramírez y López continuaron su marcha hacia el sud para encontrar a los comisionados del Cabildo dando también una proclama dirigida a la provincia de Buenos Aires en la cual expresaban “Elegid sin recelo al gobierno provisorio que os convenga. Marchamos sobre la capital no para talar vuestra campaña, multar vuestras personas ni pretender el mando con que casi os han vuelto a la esclavitud. Apenas nos anuncien que os gobernáis libremente nos retiraremos a nuestras provincias a celebrar los triunfos de la Nación.

El deseo de los triunfadores era establecer un gobierno republicano y federal de las Provincias Unidas, sin reyes extranjeros ni componendas con los portugueses invasores, con los cuales Pueyrredón y sus amigos unitarios estaban en tratos manifiestos.

El Congreso había encomendado al Dean Funes una función de mediador ante Estanislao López, cosa que no fue necesaria ya que el mismo 8 de Febrero el general Soler, que mandaba parte de las fuerzas de Buenos Aires, ofreció la paz a Ramírez, e intimó al Cabildo de esa ciudad, desde Puente de Márquez, la inmediata disolución del Congreso y del Directorio. Vale la pena transcribir lo que Soler escribe al Cabildo: “¿Para qué guarde V.E. el poder? El enemigo victorioso pisa desde ayer el Salto y aún sus partidas llegaron a las inmediaciones de Luján. Las provincias se han separado; por consiguiente: ¿A quién representa el congreso? Los enemigos no quieren tratar con autoridad que dependa de el. Sólo V.E. se presenta en este conflicto como el iris de la paz: este ejército reunido me ha facultado para hacer a V.E. la presente comunicación y por mi conducto explicar a V.E. mis sentimientos de uniformidad con los votos de este desgraciado pueblo; él ha jurado (el ejército) sostener su resolución, reducida a que se disuelva el congreso, se quite el director y se separen de sus destinos cuantos empleados emanen de esta autoridad por considerar que están íntimamente ligados a esa facción indigna y degradante de Pueyrredón y Tagle y sus secuaces, que no numero por que son bien conocidos”.

Tratado del Pilar

El primer artículo del Tratado del Pilar dice: “protestan las altas partes contratantes que el voto de la Nación y muy en particular el de las provincias a su mando, respecto al sistema de gobierno que debe regirla, se ha pronunciado a favor de la federación que de hecho admiten; pero que, debiendo declararse por diputados nombrados por libre elección de los pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin, elegido que sea por cada provincia su respectivo representante, deberán los tres reunirse en el convento de San Lorenzo de la provincia de Santa Fe a los sesenta días contados desde la ratificación de la convención.

Artigas había encargado a Ramírez, que era su lugarteniente, obtener una declaración conjunta de guerra contra Portugal, cuyas tropas ocupaban a la Banda Oriental. Pero en el tratado solo se estableció el compromiso de Buenos Aires de ayudar a Santa Fe y Entre Ríos en el caso de que fueran atacadas por “la potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la provincia aliada de la Banda Oriental”. Esto significaba hacer el juego a Buenos Aires negando todo apoyo a Artigas, vencido por los portugueses al 20 de Enero en Tacuarembó, y entregar la Banda Oriental a los mismos. Apenas si, condescendientemente, se invitaba a Artigas a incorporar la Banda Oriental al pacto, “si ello era de su agrado”. En el mismo pacto se aceptaba, incautamente, que en los ríos Paraná y Uruguay navegarían “solamente los buques de las provincias amigas cuyas costas sean bañadas por esos ríos” lo cual equivalía a aceptar que todo el comercio exterior se haría únicamente a través de Buenos Aires ya que Montevideo estaba en poder de los portugueses y no se autorizaba el ingreso de barcos extranjeros a los ríos interiores.

De cualquier manera parecía afirmarse el triunfo del ideario federal y que el país iba a constituirse con todas las provincias en un pie de igualdad. Pero en realidad se estaba entrando en uno de los períodos más tristes, más confusos, menos conocido y más difícil de interpretar de nuestra historia. Período durante el cual los hombres en cuyas manos estaba el destino de la revolución y de la patria no supieron ponerse a la altura de las circunstancias.

Sarratea dictó un indulto general y permitió el licenciamiento voluntario de las tropas con lo cual debilitaba a Soler y fortalecía su posición como gobernador. Llegó además a un acuerdo con Ramírez para proveerlo de armas contra un eventual ataque portugués a Entre Ríos, lo cual obligaba a Ramírez a apoyar a Sarratea para asegurarse los pertrechos prometidos por éste.

El 1ro de marzo, Juan Ramón Balcarce, directorial apoyado por Alvear, se sublevó en buenos Aires contra Sarratea. Un Cabildo Abierto porteño de solo 165 personas (disminuía el número de ciudadanos decentes con derecho a voto…) lo proclamó gobernador el 9 de Marzo, pero el 15 del mismo mes Sarratea, que se había retirado a Pilar, recuperó el poder con apoyo de Ramírez. En Abril el agradecido Sarratea le mandó a Ramírez los pertrechos de guerra que antes le prometiera. Olvidando tanto sus propias tratativas para hacer coronar como rey del Río de la Plata al Infante Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII, como sus anteriores coqueteos monárquicos con los portugueses y la princesa Carlota, Sarratea aprovechó su cargo de gobernador para iniciar proceso a los miembros de Congreso y del Directorio que habían aceptado la otra candidatura real, la del príncipe de Luca, propuesta por el marqués de Desolles, ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Inescrupuloso y voluble, Sarratea terminará sus días en tiempo de Rosas, como su representante en París completando así sus múltiples cambios de bando pues no hubo uno en el que no estuviera transitoriamente.

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