Pasar a la historia tiene extraños caminos, más ligados a las letras y las exageraciones, que a las habilidades con las pistolas.
Este hijo de un predicador metodista nacido en Texas, cobró su primera víctima a los quince años, en 1867, durante una riña callejera con un joven de color. En los estados sureños, después de la guerra civil, se solía castigar severamente a los que asesinaban a ex esclavos. Por tal razón, Hardin prefirió huir a la casa de su hermano. De allí en más se convirtió en un fugitivo. Fue perseguido por el ejército federal y Hardin dijo haber matado a tres soldados, congraciándose con la población local, que veían la intervención del ejército del Norte como una especie de fuerza invasora que “robaba los sagrados derechos” de Texas. Al menos así lo describió en su autobiografía escrita mientras estaba en la cárcel.
Fue maestro, cowboy y tahúr. Mató a mexicanos en discusiones de juego y distintas personas de diversos colores que, según Hardin, le estaban haciendo trampa en el póker. Esta carrera como pistolero fuera de la ley, no le impidió casarse con Jane Bowen, su novia de la adolescencia.
Cuentan que se enfrentó con Will Bill Hickok cuando éste era el Marshall en Abilene, “la ciudad más disoluta que he conocido”. Según su versión, Hardin podría haber matado a Hickok, pero le perdonó la vida y le propuso ser su amigo. Poco probable que así haya sido, pero en las historias del oeste es muy difícil discernir el mito de la realidad, y en esta tierra de grises se crearon leyendas que alimentaron folletines, novelas, series de televisión y los célebres Western.
Otros cuentan que Hardin asesinó a sangre fría a un vecino de habitación porque roncaba y no lo dejaba dormir.
Su suerte como forajido amparado por la estima popular terminó al asesinar al sheriff del condado de Brown. Su hermano fue linchado y los Rangers de Texas lo persiguieron a sol de sombra. Hardin debió huir a Florida donde fue reconocidos mientras viajaba en un tren. Veinte agentes del orden participaron de su captura. Por Hardin ofrecían cuatro mil dólares de recompensa, una cifra tentadora capaz de crear deslealtades. Probablemente Hardin haya sido víctima de la codicia de un “amigo”, un traición tan antigua como la humanidad. Fue enjuiciado y condenado a 25 años de prisión, tiempo que aprovechó para redactar sus memorias y estudiar abogacía. A los 17 años fue liberado por buena conducta. Trató de ejercer su profesión en El Paso, Texas, pero los clientes escaseaban dado su borrascoso pasado. Pronto volvió al whisky y al juego.
En el Acme Saloon, un policía llamado John Selman le pegó un tiro por la espalda. Hardin ni tuvo tiempo para enterarse que estaba entregando su alma al Señor. Sus últimas palabras fueron “Cuatro seises a mejor”.
Así terminó una vida violenta en un tiempo violento, cuando la justicia se impartía por mano propia y cada cual imponía sus criterios a punta de pistola.
En ese mundo Hardin fue víctima y victimario, juez y parte. Una bala puso fin a sus días, pero no a su fama de “dedos fríos” con la que segó la vida de otros, labrando así el inexorable destino que terminó con la propia.