Nació Felicitas en Buenos Aires, en 1844, en un hogar afincado en el barrio de Barracas (donde solía vivir la alta burguesía porteña). Era hija de don Carlos José Guerrero y Reissig, agente marítimo, y de doña Felicitas Cueto y Montes de Oca. Desde joven fue singularmente atractiva. A pesar de la nutrida corte de admiradores, se casó en 1862, con el acaudalado anciano Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, descendiente del famoso alcalde y dueño de una fortuna que sobrepasaba los sesenta millones de pesos, cuya mano le fue otorgada pese a la enorme desproporción de edades, y a la natural resistencia de la contrayente. De dicha unión nació un hijo al cual llamaron Félix y que seis años después, en 1869, murió, siguiéndole pronto Martín de Álzaga, el 17 de mayo de 1870, dejando a Felicitas dueña de una fabulosa fortuna. Viuda, a los 26 años, sumamente rica y en pleno apogeo de su belleza, no tardó en verse asediada por numerosos pretendientes. Tras un lapso prudencial, durante el cual se mantuvo recatada y austera en su duelo, dio muestras de simpatizar sentimentalmente con Enrique Ocampo, joven perteneciente a un estimable hogar y altamente conceptuado en la sociedad. Sin embargo después de visitar a una de sus estancias, conoce a Samuel Saénz Valiente, vecino de uno de sus campos, de quien queda prendada por el trato amable de este caballero. El vínculo entre ellos se fortaleció tanto, que la boda se tornó inminente. Por su parte Ocampo, advertido del desvío de su amada, comenzó a vivir en un infierno de celos. El 29 de enero de 1872, no pudiendo dominarse más, se allegó a la mansión de la calle Larga, y pidió hablar con Felicitas. Ésta se hallaba ausente, mas el destino quiso que en el preciso instante en que el despechado galán se iba a retirar, llegase el carruaje conduciendo a la joven en compañía de su tía, doña Tránsito Cueto. Ante su llegada, insistió Ocampo en verla; ella se resistió en principio, pero luego accedió, quedando ambos a solas en uno de los salones principales, pues Felicitas no quiso que la acompañase una de sus amigas, quien insistía en hacerlo a fin de evitar cualquier derivación enojosa. Lo demás ocurrió vertiginosamente. Quienes estaban en la casa oyeron discutir. Luego, el espanto ante los estampidos de un revólver. Cuando los circunstantes llegaron precipitadamente al lugar de los hechos, ambos yacían heridos. Se llamó urgentemente a los doctores Montes de Oca y Larrosa, que se hallaba circunstancialmente en la quinta del primero, en la misma calle Larga, abocándose ambos sin dilaciones a salvar esas vidas. Horas después, los familiares de Ocampo retiraron el cuerpo ya exánime, y los de Felicitas, buscando agotar todos los recursos, llamaron también a los doctores Blancas y González Catán. Más la herida era fatal, y la agonía de la bella dama se prolongó hasta la madrugada del 30, en la que Felicitas entrega su alma al señor.