Carmen Puch, la amada de Güemes

A pesar de haber sido separado de la jefatura de la vanguardia, el año 1815 fue para Martín Miguel Güemes el año de la gloria y también el del amor. A los 30 años recién cumplidos, podía tomarse un respiro en su carrera bélica y pensar en formar una familia. Era el gran candidato, codiciado por todas las jóvenes de Salta y de Jujuy. Sus allegados le propusieron a Juana Manuela Saravia, una de las ocho hijas de don Pedro José Saravia, gran amigo suyo, que había sido jefe de la avanzada de Guachipas cuando él lo era en el Pasaje. Todo parecía muy apropiado y Güemes fue a conocerla. En la hermosa finca de Castañares, propiedad de los Saravia, se dijo una misa en acción de gracias por el triunfo de Puesto del Marqués, seguida de un magnífico recibimiento. De aquí en más difieren las tradiciones: el doctor Redhead afirma en sus memorias que sucedió un imprevisto: Güemes quería casarse por amor y la niña de Saravia no le gustó. “Hubo empeños, aunque infructuosos”, recuerda Redhead, y la familia Saravia quedó muy dolida. Quienes estaban acostumbrados a que los padres arreglaran los casamientos no podían entenderlo más que como un agravio.

En cambio, las nuevas mentalidades románticas y libertarias que defendían el casamiento por amor, vieron en la actitud de Güemes comprensión y simpatía. Poco después, su hermana Macacha le presentó a Carmen Puch. Juan Martín quedó cautivado por la belleza de Carmen. Durante el resto de sus vidas, Martín y Carmen se profesaron un amor del que han quedado documentos enternecedores.

Aquella a quien el general Rondeau llamaría “la divina Carmen”, considerada por muchos como la niña más linda de Salta, era una deliciosa joven de 18 años, más bien menuda, de ojos azul oscuro y abundante cabellera rubia y enrulada. Según Bernardo Frías, “era la mujer más bella de su tiempo y tenía una bondad tan elevada como su hermosura”. Su padre, Domingo Puch, propietario de varias haciendas, ayudaba constantemente desde 1810 a los patriotas con caballos y ganado. Tenía cuatro hermanos varones que lucharon después junto a su cuñado, Juan de la Cruz, Dionisio, Jerónimo y Manuel.

Por algunos documentos que han sobrevivido al tiempo, los viajes y las mudanzas, se diría que Carmen y Martín tuvieron un matrimonio feliz, aunque muy breve. Ella, como tantas mujeres del Noroeste, debió vestir los negros velos de viuda a menos de diez años de casada. Gracias a unas pocas cartas que se conservan, podemos asomarnos al mundo de Carmen, enamorada de un militar valeroso mucho mayor que ella, galante y exitoso en sociedad, ocurrente y divertido entre sus gauchos. Los primeros tiempos lo acompañaba a donde fuera, pero una vez que comenzaron las invasiones y su primer embarazo avanzado, las cosas cambiaron.

Ha quedado en el rincón de las pequeñas cosas una carta de Carmen Puch a su marido que muestra cómo aquella frágil mujer se las ingenió para ser esposa, madre y amante: contrató dos bomberos (léase espias) para que controlaran los movimientos de los realistas cercanos, cuidó y curó a los pequeños Martín y Luís y le mandó a su hombre, en palabras, todo su amor.

La muerte de su marido, el 17 de junio de 1821, le produjo una gran conmoción. La tradición nos cuenta que se cortó el cabello y encerrada en una habitación de la casa de sus padres, no comió por días, víctima de la depresión que la llevó a morir cuando no había cumplido 25 años, el 3 de abril de 1822.

Sus restos recién se unieron a los de su marido en el año 2007.

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