La relación entre el genial Michelangelo –Miguel Ángel– Buonarroti, pintor, escultor y arquitecto renacentista (1475-1564), y el papa Julio II (1443-1513), mecenas y protector de artistas como el susodicho, Rafael o Bramante, fue siempre difícil y contradictoria. El pontífice le encargó al Divino, como fue llamado, la ejecución de varias obras, de las cuales la más célebre y maravillosa serían las pinturas al fresco que decoran la bóveda de la Capilla Sixtina (Ciudad del Vaticano, Roma); admiraba profundamente su talento y por ello le permitió -algo insólito en la época- escoger los motivos y llevarlos a cabo con entera libertad. Pero, por otra parte, sus discusiones y peleas fueron constantes, por diferencias de criterio sobre la velocidad de los trabajos y, más frecuentemente, por asuntos de dinero.
Su primer desencuentro fue a cuenta del primero de estos encargos papales: en 1505, Julio II le propuso a Miguel Ángel diseñar y construir su sepulcro. El artista, entusiasmado, consideró esta la obra de su vida, pero jamás la pudo acabar por los cambios de opinión del papa (aunque una de las más grandes joyas escultóricas de todos los tiempos, el Moisés -que hoy puede verse en la iglesia de San Pietro in Vincoli de Roma-, formaba parte originalmente de la sepultura). Precisamente uno de esos bandazos papales fue que dejara el sepulcro para dedicarse a decorar al fresco la bóveda de la Capilla Sixtina. Buonarroti aceptó con dos condiciones: empezaría de cero -Bramante había colocado unos andamios que él sustituyó- y trabajaría en solitario (rechazó la colaboración de expertos en frescos, técnica que él desconocía, por lo que tuvo que repetir parte del trabajo, esta vez asesorado, por problemas con la humedad, las sales y el tiempo de ejecución). Y así, con el visto bueno de su mecenas, se puso manos a la obra el 10 de mayo de 1508.
El tema elegido fue una interpretación neoplatónica de nueve escenas del Génesis, rodeadas por los doce profetas, las sibilas y otras figuras y enmarcadas en una grandiosa estructura arquitectónica pintada, inspirada en la forma real de la bóveda. Los cuatro años y cinco meses de trabajos fueron una pesadilla técnica y de resistencia física -los ojos le quedaron severamente dañados por la pintura que le caía en la cara, al ejecutar gran parte de la obra tumbado sobre el andamio, y lo mismo le ocurrió en la espalda y el cuello-, pero el resultado, que se presentó al público el 31 de octubre de 1512, es deslumbrante; en palabras de Goethe, al contemplar la bóveda ” se comprende de lo que es capaz el hombre”. Y ahí no acabó la implicación de Miguel Ángel: años después, por encargo de otros pontífices, aceptó pintar la pared del altar de la Capilla con otra obra colosal: El Juicio Final (1536-1541). A continuación, algunos detalles de ambos trabajos.
1. La creación de los astros y las plantas
En esta escena, se representan el tercer y cuarto día de la creación: la figura de Dios de espaldas crea las plantas y la de frente (en la imagen) crea los astros. Esa doble presencia divina, tan dinámica, alude a la omnipresencia del creador.
2. La separación de las aguas y la tierra
Aquí vemos a Dios volando con los brazos extendidos, para mostrar la energía de sus manos, y ordenando así la separación de las aguas y la tierra. La perspectiva y la estructura arquitectónica de la escena son magistrales.
3. La creación de Adán
Es la escena central y más famosa de toda la bóveda. Nadie como Miguel Ángel ha sabido plasmar la creación de la vida humana con tanta sencillez y fuerza, mediante la transmisión por contacto de los dedos, como si fuera una corriente eléctrica. Y su Adán ha quedado como icono renacentista de la belleza masculina.
4. La figura del Dios creador
En ese mismo fragmento, existe un contraste entre la estructura esférica del manto que envuelve al creador, acompañado por los ángeles, y el alargar la línea de su cuerpo hacia Adán: su figura rebosa así energía y una dinámica violenta.
5. La creación de Eva
Del costado de Adán se incorpora Eva con las manos en posición de rezar a Dios. Su desnudez carece de seducción: el cuerpo presenta una gran pesadez y el rostro está realizado con trazos gruesos parecidos a los de una matrona romana.
6. La expulsión del Paraíso
Este es el fragmento derecho de la escena; en el izquierdo, se muestra la caída en desgracia de Adán y Eva por desobedecer a Dios y comer del fruto prohibido. El equilibrio y torsión de las figuras es de una absoluta perfección anatómica.
7. La sibila eritrea
Profetas y sibilas ocupan los espacios triangulares y son las figuras más grandes del conjunto; representan las esperanzas de la humanidad ante la venida del Mesías. Las sibilas son cinco: la cumana, la délfica, la líbica, la pérsica y la eritrea.
8. El profeta Daniel
Esta fue una de las figuras a las que los más críticos con la restauración efectuada entre 1980 y 1989 pusieron severas objeciones, aduciendo que lo que ganaba en luminosidad y voluptuosidad lo perdía en profundidad y contraste.
9. El Juicio Final
El otro gran fresco de Buonarroti en la Capilla Sixtina; en este caso, ocupa la pared del altar. El tema se basa en el Apocalipsis de San Juan, también con una interpretación neoplatónica y una ejecución muy vibrante.
10. Cristo y la Virgen María
La parte central está ocupada por un Jesús helénico de gesto enérgico, que separa a los justos de los pecadores; a su lado está su madre, María, que parece atemorizada por el gesto tan violento de su hijo.
11. Las almas de los salvados
Ambos aparecen rodeados por una multitud de personajes; entre ellos, al lado derecho de Cristo, los que ascienden al cielo después del Juicio Final. La composición aérea de esta zona del fresco es espectacular.
12. Caronte y los condenados
En contraste, en el lado izquierdo de la pintura se sitúan los condenados que bajan a las tinieblas, algunos de los cuales se encuentran encima de la barca de Caronte, el personaje presente en la Divina Comedia de Dante.
13. Los demonios
En los semicírculos de la parte superior del mural aparecen unos ángeles; otro violento contraste con las monstruosas figuras demoníacas que vemos en este detalle de la parte inferior del fresco.
14. San Bartolomé
Asimismo, alrededor de Jesús están los santos, fácilmente reconocibles ya que la mayoría muestran los atributos de su martirio. Entre ellos llama la atención san Bartolomé, que fue despellejado; el santo lleva colgada de la mano su propia piel, donde puede verse, a modo de firma, el autorretrato de Miguel Ángel.
15. Miguel Ángel y Volterra
Y hablando de retratos, este del genial Buonarroti, uno de los más famosos, se debe a su discípulo y colaborador Daniele da Volterra, que sin embargo ha pasado a la historia por aceptar cubrir los desnudos presentes en el Juicio Final con paños y ropajes, lo que le ganó el satírico sobrenombre de il Braghettone.