Intimidad de una Pandemia – Parte V: Sarampión, neumonías y la historia de la gripe

CONTINUACIÓN DE: Intimidad de una pandemia – Parte IV: Médicos vs Enfermeras

El presidente Wilson reclamaba un espíritu de “brutalidad salvaje” para encarar la contienda en la que EEUU se había involucrado. Este espíritu se reflejaba en la revista que se repartía entre el personal de sanidad, “Cirugía militar” donde se declaraba que “todo el esfuerzo está destinado a ganar la guerra, nada más importa ni importará si no vencemos… La consideración de la vida humana se convierte en un factor secundario. La actividad médica se ha visto absorbida por lo general más que lo particular. La vida o la pierna de un individuo son importantes pero están supeditados al bien público”.

En otro número, un mayor, veterano de guerra, sostenía que si un enemigo herido es hallado en una trinchera debe ser ejecutado en el momento si fueron capturados suficientes prisioneros para ser interrogados.

Gorgas no compartía este criterio editorial que respondía a órdenes superiores y estaba mucho más preocupado por el peligro de una epidemia entre los reclutas amontonados en los cuartos que, para colmo, eran movilizados de un lado al otro, aumentando la posibilidad de dispersar la enfermedad.

Si bien la ciencia había avanzado a pasos agigantados con la inmunización y nuevos productos como el Salvarsán 606 que podía tratar la sífilis, el tétanos, la gangrena, la fiebre tifoidea y la difteria ahora podían ser tratadas y cada día el esfuerzo de investigadores seguía mejorando las perspectivas de manipular el sistema inmunitario.

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Gorgas ordenó la producción de 5 millones de dosis de vacuna contra la fiebre tifoidea mientras el Instituto Rockefeller preparaba suero de convaleciente contra la pulmonía, la disentería y la meningitis. El Instituto Nacional de Salud preparaba vacunas contra la viruela y antitóxicos contra la difteria y el tétanos.

La preparación estaba al orden de los adelantos médicos para atender las contingencias más comunes en una guerra. También prepararon una serie de coches de ferrocarril con laboratorios para trasladarlos lo más cerca posible del campo de batalla, todo esto bajo el control de unidades preparadas para prevención de enfermedades infecciosas… pero todo esto resultó insuficiente para cuando se desató una enfermedad impensada.

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Desde fines de 1917, el sarampión se ensañó con los jóvenes reclutas. En Camp Travis de los 30.000 soldados 4.751 se declararon enfermos; de los 56.000 acantonados en Camp Funston 3.600. Cientos de estos reclutas murieron por infecciones secundarias, especialmente por bacterias en la era pre-antibiótica: 5.700 de ellos de neumonía que complicaba hasta el 40% de aquellos que padecían sarampión.

El general Gorgas debió presentarse ante las autoridades para explicar esta desagradable sorpresa. Al exponer ante los senadores fue contundente; “nunca fui tomado en cuenta”, dijo para lograr que el ejército prestase atención a sus propuestas. Algunos oficiales en jefe de acantonamientos fueron juzgados, pero gran parte de las autoridades militares le dieron la espalda. “Muchos amigos se han alejado de mí”, se quejó ante su hermana.

La neumonía era según el Dr. Osler, uno de los médicos más importantes de la historia americana, “el capitán del equipo de la muerte”, ya que complicaba otros procesos infecciosos como lo estaba haciendo con el sarampión y lo haría con la influenza que aparecía entre los soldados que esperaban viajar a Francia.

La gripe había sido descripta por Hipócrates y la llamó entonces “pestilencia catarral”. Cuando llegó a Italia durante una pandemia en 1580 la llamaron “Influenza planetaria”, y de allí surgió su nombre influenza, mientras que los franceses la llamaban la grippe que quiere decir acurrucarse. En algunas formas clínicas más graves, la falta de oxigenación era tan aguda que el cuerpo se tornaba cianótico -es decir, la piel tomaba un tinte azulado- por lo que algunos la llamaban “Peste negra”, creando confusión con la peste bubónica que creaba trombosis periféricas, dejando las extremidades sin circulación. De allí la confusión en la denominación de la pandemia que convirtió al año 1918 en uno de los más dolorosos que haya conocido la historia de la humanidad.

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