Camila y Ladislao

La pareja de Ladislao Gutiérrez (también conocido como Uladislao Gutiérrez) y Camila O’Gorman tenía la intención de llegar a Río de Janeiro, pero decidieron permanecer en Goya, Corrientes, dónde fundaron un colegio. Allí fueron reconocidos por un sacerdote quien los denunció y de esta forma los hizo apresar y ser conducidos a Santos Lugares, donde fueron fusilados (el 18 de agosto de 1848) por orden directa de Juan Manuel de Rosas. ¿Por qué se llegó a esta terrible decisión cuando había normas que hubiesen impedido una sanción tan drástica?

Rosas no solo se vio acorralado por el escandalo social (ya que Camila era amiga de Manuelita) sino que la oposición en Montevideo aprovechó la oportunidad para señalar la decadencia moral del régimen. ¡Hasta las niñas de la mejor sociedad sucumbían a las tentaciones de la carne! En el caso de Camila, la perseguía el antecedente de su abuela, la conocida Perichona, que había sido la amante del Virrey Liniers y vivía recluida en la casa de su hijo para que la vieja dama no escandalizase a una sociedad pacata e hipócrita.

Desde Chile, Domingo Faustino Sarmiento acusaba al Calígula del Plata de tolerar dicho quiebre moral sin tomar medida alguna.

Había en esta crítica una hipocresía manifiesta, ya que el mismo Sarmiento tenía una hija de una relación extramatrimonial, circunstancia era bastante común en la época.

Rosas (que entonces vivía amancebado con Eugenia de Castro, con quien tuvo varios hijos) toleraba la conducta impía del “fraile” Aldao, gobernador de Mendoza y general de la nación, un apóstata que convivía con tres mujeres y varios vástagos nacidos de dichas relaciones. La necesidad de mantener una alianza con la zona de Cuyo impedía a Rosas medir la moral de Gutiérrez y de Aldao con la misma vara.

Ante la ausencia de legislación nacional (Rosas impidió por años la formulación de una Constitución para mantener una autocracia), Juan Manuel de Rosas aplicó la pena de muerte establecida en las Partidas 1-4-71, 1 18-6 y VII 2-3, normas casi medievales que justificaron su proceder: la pareja debía pagar sus pecados con la vida.

En una carta dirigida a su amigo Federico Terrero, escrita 20 años después de la terrible orden, Rosas asume la total responsabilidad del caso, aclarando que nadie le recomendó el fusilamiento y que dicha resolución la tomó para “prevenir otros escándalos semejantes”.

Antes de ser ejecutada y sabiendo que estaba embarazada, el padre Castellanos le dio de beber agua bendita a Camila, para así bautizar al nonato.

Un año después del fusilamiento, Sarmiento escribió un artículo en La Crónica de Montevideo, donde exaltaba el salvajismo de la ejecución, en línea con los excesos en la represión, propios del rosismo.

La historia quedó prendada en el imaginario popular, más cuando los hermanos de Camila tuvieron puestos encumbrados. Uno de ellos fue Jefe de la Policía y su hermano sacerdote, amigo de Uladislao, fue una figura destacada por su piedad al encargarse de los niños huérfanos por la epidemia de fiebre amarilla.

La relación entre Camila y Ladislao es uno de los múltiples amores trágicos que atraviesan nuestra historia.

Se han escrito numerosos artículos y libros sobre el tema y fue llevado al cine por Mario Gallo en 1910 (no hay copia del film) y la laureada película de María Luisa Benberg de 1984, cuya escena final ilustra esta reseña, cuando los mismo encargados de cumplir la orden dudan de fusilar a una mujer encinta cuyo único pecado fue amar.

Ladislao y Camila

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