Dos hombres, dos amigos y una pasión: la pintura

Dos hombres, dos amigos y una pasión, el arte visto a través de los ojos. Uno con ojos de artista, otro con ojos de clínico.

Uno estudió cómo plasmar lo que veía. El otro estudió cómo percibía lo que veía.

Uno dejó al mundo sus lienzos y papeles con impresiones de una tierra nueva que salía del oscuro pasado salvaje hacia un futuro próspero, sin perder su identidad. El otro dejó cuadros pasatistas y libros repletos de dibujos anatómicos, de las enfermedades y desdichas de las gentes que acudían a su prestigio de médico sin tacha, de semiólogo preciso y observador minucioso.

Quizás parezcan disímiles, pero no lo fueron. Porque a Ángel Della Valle y a Pedro Lagleyze los unió el amor a la belleza, que se encuentra tanto en los crepúsculos de la pampa salvaje como los caprichos arabescos de las venas y arterias en una retina.

Ángel Della Valle, nació en Buenos Aires hacia 1852, hijo de un constructor italiano, que huyó de su patria por sus ideas progresistas. Pedro Lagleyze nació en 1853, hijo de padre y madre franceses, que llegaron al país en búsqueda de fortuna.

Se conocieron de chicos, en el colegio, lugar donde nacen estas amistades de por vida. Colegio San José, padres salesianos, rigor y humildad en la educación.

Allí intimaron, unidos por ese amor al dibujo. Quizás hayan competido, uno más soñador, otro más serio. Quizás allí comenzaron a ver las mismas cosas, desde distintos puntos. O vieron distintas cosas desde una misma perspectiva.

Ángel se fue a Italia a los 15 años. Su padre percibió su talento y lo envió al centro del arte, donde el arte se hace ciudad, Florencia. En la academia dirigida por Antonio Ciseri, aprendió el secreto de los colores y las formas, copiando a los grandes que inundaban ese mundo de belleza. Pedro se quedó acá, envidiando a su amigo que partía a la aventura. Ingresó a la Facultad de Medicina en 1875 y egresó siete años después con su tesis “Cromatoscopia”, el color que engaña, el mal del sabio Dalton que no elegía bien sus medias y era el comentario obligado de sus pares en le Cámara de los Comunes.

Discípulo de Manuel Montes de Oca y Cleto Aguirre, reemplazó a este último como titular de Clínica oftalmológica en 1889, con solo 34 años.

Mientras tanto Ángel vuelve de Europa, cargado de ideas e inquietudes. Fueron 8 años de academia y estudios. Volcó en sus cuadros los paisajes de su infancia que ahora veía con ojos de artista. Fue al rescate de esa pampa, hasta ayer salvaje. “La vuelta del Malón” (1882), realismo brutal, desolación de la patria, que acude a exorcizar con su pincel. La pintura se expuso en la calle Florida y la gente la miraba absorta por la fuerza de su trazo y de su tema. “La vuelta del Malón”, fue enviada al Congreso Mundial de Chicago donde fue premiada entre otras 10.000 pinturas.

Pedro fundó la “Revista Argentina de Oftalmología” (primera en América Latina) y ayudó a crear la Sociedad Oftalmológica de Buenos Aires (que pasó a ser Argentina, como se la llama hasta la fecha).

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        Los hermanos Lagleyze integraban este insólito cuarteto, junto a Ángel Della Valle. Además de médico y pintor, Pedro Lagleyze era un buen intérprete de flauta traversa.

Los hermanos Lagleyze integraban este insólito cuarteto, junto a Ángel Della Valle. Además de médico y pintor, Pedro Lagleyze era un buen intérprete de flauta traversa.

No coincidieron por mucho tiempo juntos. Uno, obligado a pacientes y congresos. El otro a alumnos y exposiciones. Pero una nutrida relación epistolar los unió a lo largo de estos años. Primero separados por espacios y ahora por el tiempo. Angel le enseño a Pedro los secretos y mecanismos de su arte, los trucos de las sombras, los matices de las luces. Pedro pintó es sus cuadros su imagen preferida, los perros lanudos que jugaban en los lienzos de su amigo.

Pedro le explicó a Ángel como se forman los colores y como las imágenes se esfuman y atenúan, si no se hace al ojo óptimamente neutro, le habló de las imágenes invertidas y los colores divididos y las maravillas que conjugan en células cuidadosamente ordenadas.

Ángel lo pintó a Pedro, con la seriedad de un gran profesor y así su imagen, más allá de su valía, entró a la historia por la puerta grande del arte.

Pedro se fue a Europa y Estados Unidos a estudiar y perfeccionarse. Ángel se quedó acá, enseñando y pintando caballos, la doma, la yerra y sus retratos de señoras lánguidas y caballeros recios. Hasta que un día, mientras hablaba con sus discípulos en su estudio del Bon Marche, Angel muere abruptamente. Era el 16 de Julio de 1903. Un infarto rompió su corazón, Thibon de Libian, su alumno, acostó al maestro justo bajo su cuadro “La vuelta del Malón”. Pedro fue a su entierro, consternado por su amigo ido, con la frialdad que da su oficio ante la muerte y con el arte de la amistad partida por el adiós.

Pedro fue Decano de la Facultad de Medicina en 1905. Renunció amargado por las protestas estudiantiles (nosotros siempre creemos que los males son nuevos). Se alejó de la docencia, en la que sobresalía por su precisión en el texto y por las ilustraciones que adornaban sus clases y le daban esa áura que llamamos “pedagógica”.

Viajó y siguió escribiendo libros y artículos. Se hizo famoso por su técnica para operar estrabismos y describió una enfermedad – una rara malformación vascular del ojo, cerebro y riñón- que lleva su nombre. El 14 de agosto 1916 a los 60 años muere. Sus restos fueron enterrados a pocos metros de los de Ángel en el cementerio de la Recoleta.

Se reunieron sus amigos y discípulos para recordarlo. Habló Gandolfo. Habló Argañaraz. Habló Cantilo. Su busto fue del Hospital de Clínicas al hospital que lleva su nombre. Hoy el retrato que le hiciera Della Valle se deja ver en la Asociación Médica Argentina. Lo único que nos queda de esta amistad tras el óleo y el pincel. Dos vidas, dos amigos y una visión.

Extracto del libro Males de Artistas. Enfermedad y Creación de Omar López Mato (Olmo Ediciones).

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