Caloi, un cacho de cultura

Antes de ser Caloi, cuando sólo se lo conocía como Carlos Loiseau, él ya sabía que lo que más le gustaba era dibujar. Había nacido en Salta el 9 de noviembre de 1948, pero pasó la mayoría de su infancia en Adrogué, Provincia de Buenos Aires, y desde que había sido capaz de sostener un lápiz, un crayón o un pedazo de tiza con el que pintar una vereda, Caloi se había dedicado a crear.

Inspirado por las tiras de la llamada época de oro, publicadas en las revistas Hora Cero, Misterix y Frontera, y por las revistas de humor de la época, como Patoruzú o Rico Tipo, Caloi empezó a interesarse por la historieta desde muy chico. Por su talento prometedor, atrajo la atención del dibujante Alberto Bróccoli, un amigo de su familia, quién llevó sus dibujos a Landrú y logró que lo convocaran a participar en Tía Vicenta en 1966, cuando todavía no había terminado quinto año del secundario. La experiencia fue, sin embargo, bastante corta. Con la asunción del gobierno militar de Onganía y la publicación de la famosa tapa que satirizaba al nuevo líder representándolo como una morsa, la revista fue censurada.

A partir de entonces, Caloi dibujó para la nueva revista de Landrú, María Belén, para el semanario Análisis y para la nueva revista dominical del diario Clarín, en la que terminó trabajando cuando León Boucher, encargado de la dirección editorial, encontró un material suyo que andaba dando vueltas por la redacción. Luego de participar varios años en estos medios haciendo páginas de humor y trabajando para agencias publicitarias, en 1972 Clarín lo convocó junto con otros jóvenes dibujantes como parte del programa de nacionalización de las historietas del diario, hasta entonces repleto de tiras extranjeras sindicadas.

Como parte de este programa de renovación, Caloi presentó una tira llamada Bartolo, que empezó a salir el 7 de marzo de 1973. La historieta originalmente era de un fuerte tono costumbrista-nostálgico y se concentraba en las aventuras porteñas del conductor de un tranvía fantástico de una sola rueda y de su compañero, una especie de pajarito sin alas llamado Clemente. No obstante, rápidamente el personaje secundario empezó a destacarse. Clemente era absurdo y, según Caloi, permitía más posibilidades expresivas que Bartolo, ligado a un pasado poético porteño, realmente no habilitaba. Además, como bromeaba el dibujante, era mucho más fácil de dibujar.

Progresivamente la tira se fue transformando, al punto que en marzo de 1976 se pasó a llamar Clemente y Bartolo y luego, con la desaparición de Bartolo, tan sólo Clemente. Más allá del estatus de su protagonista como ídolo popular, la tira era innovadora y muy interesante a nivel visual. Un rápido vistazo por ejemplos de los años iniciales permite apreciar de que manera Caloi se atrevía a experimentar, no sólo rompiendo con la lógica gráfica del medio y poniendo a los personajes de frente y hablándole al lector, sino también a través de citas directas a otras tiras o al estilo específico de dibujantes famosos.

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Clemente y Bartolo.
Clemente y Bartolo.

 

 

Clemente, además, era un personaje que por su condición de “tipo promedio”, encarnación de muchísimos valores de lo tradicionalmente porteño, o incluso de lo argentino, habilitaba el comentario irónico sobre la actualidad nacional. Sin ser humor político estrictamente, la trama que movía a Clemente, progresivamente se fue identificando con la trama de la argentina. A pesar de todo, lógicamente la tira tuvo muchas variaciones en este sentido, dependiendo de la libertad de expresión que existiera en el momento.

Caloi recordaba los años de la última dictadura militar como un momento delicado en el que prefirió desarrollar el mundo interno de Clemente e ir poblándolo de personajes como Mimí, la voluptuosa Mulatona y Jacinto. A pesar de todo, el contexto dictatorial casi que favoreció el boom de Clemente especialmente como producto de la llamada “guerra de los papelitos”. Esta comenzó en la previa del Mundial de 1978, cuando desde la comisión organizadora difundieron una campaña de “buena conducta” para el público argentino. Básicamente, se le pedía a los hinchas que no maltrataran a los turistas y otras cosas por el estilo, pero José María Muñoz, importantísimo relator de fútbol de la época, se sumo de facto a la campaña y empezó a pedir que no se tiraran papelitos en las canchas, que podía dañar a los jugadores y que iba a dar la impresión a los extranjeros de que la Argentina era un país sucio.

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“Tiren papelitos muchachos”.

 

 

Caloi, frente a estas declaraciones, consideró que no podía desperdiciar la oportunidad ya que Muñoz se “la dejó picando y con el arquero caído”. Desde los cuadritos de Clemente empezó su propia campaña, según la cual el protagonista instigaba a los hinchas a concurrir a los estadios munidos de papel (o carozos de aceituna, en su defecto), en contra de los pedidos de un personaje llamado “Murioz”. Caloi conocía la popularidad de Clemente y esperaba un impacto importante, pero la “guerra” alcanzó dimensiones inauditas cuando los ingenieros que operaban del tablero electrónico le pidieron a Caloi que les diseñara un Clemente para usar en la pantalla. Con todas las limitaciones técnicas de la tecnología del momento, los encargados animaron al personaje e incluyeron carteles que respondían a lo que estaba pasando en la cancha. Así, como símbolo de rebelión o como acto de banalización, según el que esté interpretando, una de las imágenes más icónicas de este mundial se terminó volviendo la de Clemente, adoptado como la mascota de la gente, alentando con el famoso “Tiren papelitos, muchachos” y finalmente proclamando “Argentina Campion”.

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Con los años, la popularidad del personaje siguió creciendo y se mantuvo asociada a la cultura popular y futbolística, al punto de que en 1982, en ocasión del mundial de fútbol en España, Clemente hizo su primer paso a la televisión en forma de títere. El programa consistía de micros de dos o tres minutos, guionados por Caloi y Alejandro Dolina, y aunque estaba hecho de forma bastante precaria – con la técnica del Chroma Key, que no permitía establecer una relación de realidad efectiva entre los personajes y el fondo – el éxito fue impresionante. De repente, según recordaría luego Caloi, la ciudad estaba repleta de muñecos pirateados de Clemente y la gente iba cantando “Burumbumbum” por la calle. En un caso de neta retroalimentación, los cantitos futboleros de las hinchadas del programa fueron tomados y adaptados por los fanáticos, sellando la popularidad del programa, que continuó apareciendo hasta 1898.

Por estos años, en paralelo a su carrera como dibujante Caloi empezó a desarrollar otro proyecto de gran impacto cultural junto con su esposa, María Verónica Rodríguez: el ciclo televisivo Caloi en su tinta. Aunque estaban apoyados por un gran equipo de producción que contenía a Martín Fernando Peña, Daniel “Paraná” Sendrós y Salvador Sammaritano, la idea de hacer un programa dedicado a la difusión del cine de animación le había surgido a Caloi finales de los setenta cuando estuvo expuesto por primera vez a cortometrajes de autor durante un festival de historieta en Italia. Impresionado por las posibilidades del medio y el desconocimiento general que existía la respecto, para 1990 Caloi y Rodríguez solicitaron un espacio en la Televisión Pública (entonces ATC) y comenzaron a armar el programa. A lo largo del ciclo, se presentaron cortos de todo el mundo amparados por una contextualización que hacía el propio Caloi sobre el film, muchas veces desde “dentro” de la animación gracias a la técnica de Chroma que ya se había usado para el programa de Clemente en la década del ochenta.

caloi en su tinta

 

 

 

 

 

 

 

Caloi en su tinta superó todas las expectativas iniciales y hoy es citado como una enorme influencia por toda una generación de jóvenes animadores. El ciclo se emitió hasta 2008, ganó múltiples premios y fue reconocido a nivel internacional por su propuesta única. Además, actuando ya casi como un colectivo artístico, Caloi y su grupo comenzaron a actuar como jurado en diferentes concursos de cine de animación, algunos organizados por ellos mismos.

A inicios de esta década, Caloi todavía estaba activo y comprometido con su trabajo cuando lo empezó a afectar el cáncer. En mayo del 2012, falleció a los 63 años pocos días antes de que se estrenara la película que había hecho con su esposa Verónica, Ánima Buenos Aires.

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Escultura de Clemente en el Paseo de la Historieta.

 

Escultura de Clemente en el Paseo de la Historieta.

 

 

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