Mỹ Lai: Búsqueda y destrucción

En enero de 1968 las fuerzas del Vietcong lanzaron la mayor ofensiva desde la batalla de Ðiện Biên Phủ, librada 14 años antes contra las tropas francesas. En esa oportunidad el ejército norvietnamita había vencido al ejército europeo, iniciando así la retirada de Francia del sudeste asiático y la intervención norteamericana en este conflicto en el marco de la Guerra Fría.

De 50.000 asesores, EEUU pasó a enviar más de medio millón de combatientes.

La ofensiva TET de 1968 desconcertó al alto mando norteamericano. Parecían hallarse frente a un enemigo inasible. Decididos a contraatacar, el ejército de EEUU se lanzó a una desesperada campaña de Search and Destroy (búsqueda y destrucción). Según datos de inteligencia en los alrededores de My Lai se escondían miembros del Vietcong, amparados por la población local. El coronel Oran K. Henderson, a cargo de la operación, instruyó a sus oficiales de actuar en forma agresiva para limpiar al lugar de enemigos “de una vez y para siempre”. Esto implicaba quemar las casas, matar el ganado, destruir los alimentos disponibles y envenenar los pozos. Los oficiales interpretaron las órdenes de Henderson al pie de la letra y así se lo hicieron saber a sus subordinados. El capitán Ernest Lou Medina le dijo a sus hombres que todos los civiles residiendo en la zona eran simpatizantes del Vietcong. Según testimonios posteriores de los demás lideres de pelotón, las ordenes de Medina habían sido matar a todos los combatientes norvietnamitas y sospechosos de serlo, “incluyendo mujeres, niños y animales”. “¿Quién es el enemigo?”, le preguntó un teniente a Medina. Su respuesta fue precisa; “cualquiera que huya de nosotros, se esconda de nosotros o parezca ser el enemigo. Si un hombre corre, disparen, y si es una mujer con un rifle, disparen también”.

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El teniente Calley, oficial a cargo del pelotón encargado de requisar My Lai, declaró que el capitán le había dado instrucciones de destruir en el pueblo cualquier cosa que “camine, repte ó muja”.

El 16 de marzo a las 07:30, William Calley y su pelotón entraron a My Lai y ordenó a su tropa disparar contra los hombres que estaban en los campos de arroz. Sin mediar palabras sus soldados también empezaron a atacar a los lugareños. Las ametralladoras barrían las calles de la villa aunque se tratase de mujeres, niños y ancianos. A los capturados los mataban de un tiro en la cabeza, los soldados violaron a las mujeres y después las mataban con sus armas o cuchillos. Se había desatado el infierno, los hombres liberados de toda restricción moral actuaban como una banda de depredadores.

A los muertos y heridos los arrojaban a las zanjas y allí los remataban. El fotógrafo del ejército Ronald L. Haeberle al llegar una vez terminado el combate, registró estas escenas de cadáveres. Haeberle tomó por lo menos 30 fotos donde se ven a militares disparando contra civiles desarmados y cómo los cadáveres se acumulaban en las calles de la aldea y las zanjas de campos vecinos. En sus declaraciones Haeberle afirmó que, a pesar de ordenar la detención de la matanza, los soldados continuaron su tarea de búsqueda y destrucción. Gracias a la difusión de estas fotos es que pudo conocerse la masacre un año más tarde. Las autoridades del ejército durante este tiempo y por meses después, negaron lo ocurrido en My Lai

Mientras Calley y los suyos continuaban disparando contra mujeres y niños, un helicóptero del ejército, piloteado por el capitán Hugh Thompson Jr. sobrevoló el lugar. Al ver lo que estaba pasando, aterrizó cerca de una de las zanjas y se dirigió al teniente Calley para ponerse al tanto de los acontecimientos. “Estamos cumpliendo órdenes”, fue la respuesta. Al intentar detener la masacre, Calley le dijo que ese no era su asunto.

Thompson despegó y al ver un grupo de niños, descendió una vez más y los hizo subir al helicóptero con la ametralladora artillada para defenderlos de cualquier ataque de las tropas americanas. A poca distancia volvió a bajar cerca de otra zanja de donde rescató a una niña de 3 años bañada en sangre, pero viva.

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A pesar de que la matanza era conocida por muchos soldados, el ejército trató de mantener todo en secreto, a punto tal que el general Westmoreland felicitó a la compañía de Calley por una “acción sobresaliente”. En sus memorias cambió el testimonio. “Todo fue una pesadilla”.

Seis meses más tarde, el soldado Tom Glenn, de 21 años, escribió una carta al general Abrams cuestionando el accionar de sus camaradas. El entonces mayor Colin Powell (quien llegaría a ser comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas) dirigió la investigación. Los horrores comenzaron a surgir y brotaron decenas de denuncias, aunque la más completa fue la de Thompson que debió sufrir el acoso del ejército y los políticos. Para muchos de ellos su actitud debía ser sancionada, calificando su denuncia de “antinorteamericana”. Después de varias discusiones y especialmente por la presión de los medios, Calley fue llevado a juicio. Las primeras investigaciones señalaban un numero de 20 víctimas, cifra que fue creciendo gracias al testimonio de los soldados, oficiales y supérstites. En el actual monumento erigido en My Lai, las víctimas ascienden a 504.

También surgieron testimonios de otras matanzas, a punto tal de que un sargento (cuyo nombre no se reveló) escribió una carta confidencial al general Westmoreland denunciando que a lo largo de 1968-1969 hubo “por lo menos un My Lai por mes”

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Calley fue sometido a corte marcial y condenado a prisión, pero su pena fue conmutada por el presidente Nixon tres años más tarde, porque tanto el teniente como la mayor parte de las tropas que participaron no estaban al tanto de la Convención de Ginebra y anteponían la obediencia a los derechos de los enemigos.

Entre 1965 y 1973 se condujeron 36 cortes marciales por excesos en la represión.

En 1968 a Thompson le ofrecieron la Medalla de Bronce, entre otras razones, por haber rescatado a una niña, pero la ceremonia debía realizarse en secreto. Thompson rechazó la condecoración.

Treinta años después de My Lai, le fue concedida “La Medalla al Soldado”, por su heroísmo más allá del llamado del deber. Ese mismo año Thompson visitó Vietnam donde fue homenajeado por las personas que había salvado.

Hugh Thompson murió de cáncer a los 62 años en enero del 2006.

William Laws Calley, se casó, tuvo un hijo y trabajó como joyero. En el 2009 en una conferencia ofrecida en Columbus declaró que no hay día de su vida que no sienta el peso del remordimiento.

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