Biografía de Hernán Cortés

Acercarnos a la vida de Hernán Cortés es abordar la historia de uno de los personajes más controvertidos del siglo XVI. Su vida ha sido estudiada por historiadores, literatos, artistas, y abogados, entre otros especialistas que nos han descubierto aspectos desconocidos de su biografía. Sin duda alguna es el conquistador que más libros ha inspirado hasta nuestros días y su presencia se desborda prácticamente en todos los aspectos artísticos y culturales. Es muy posible que ya no queden secretos por despejar de su existencia y más bien nos dejan ciertas dudas las interpretaciones ofrecidas a lo largo de casi quinientos años, en ocasiones contradictorias, referentes en los más diversos enfoques.

Para entenderlo mejor habrá que dejar las vestiduras pesadas del siglo XXI y trasladarnos al XVI con el fin de comprender, en la medida de lo posible, un mundo en cambios, el inicio de la apertura del orbe y la formación de la expansión del imperio español en un continente del que apenas, hacia 1519, se conocían sus islas y algunas de sus costas.

El relato estrictamente histórico podría tornarse con facilidad en apasionante novela. En sus Cartas de Relación, la primera de las cuales estuvo perdida, estampó de su puño y letra las primeras noticias de su arribo a nuevas tierras, tan desconocidas como fascinantes, pobladas de gente con faz inquietante, naturaleza exótica y ambientes solo encontrados en las populares novelas de caballería de esa época. Desde ese momento hasta la caída de la ciudad de Tenochtitlan, los primeros años de firme presencia europea en el centro de Mesoamérica, con un relato de los hombres que lucharon contra la idolatría en el marco de una guerra evangélica contra el demonio. Cortés no sabía lo que el destino le había preparado cuando salió de la isla de Cuba, sitio que no acababa de cumplir sus expectativas y que pronto le parecieron insuficientes para sus grandes ambiciones. No le importó dejar al gobernador de la isla, Diego Velázquez, quien sospechaba del arrojo del atrevido desobediente. Tampoco lo detuvo su primera esposa y mucho menos el entorno pobre de la isla que sirvió de estímulo a su fulgurante imaginación que acariciaba triunfos bélicos.

Cortés soñaba con el encuentro de un mundo nuevo. Es probable que siendo hijo único de Martín Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro heredara las glorias de sus antepasados contadas una y otra vez en el seno de la familia, para un día no muy lejano recibir el orgullo de una hidalguía bien ganada, elemento clave hacia un camino a mundos más grandiosos no localizados en su tierra natal.

Los primeros cronistas que escribieron su biografía como Francisco López de Gómara, Francisco Cervantes de Salazar, Juan Suárez de Peralta, Antonio de Solís, Juan Solano de Figueroa, Bernal Díaz del Castillo, convirtieron a Hernán Cortés en un héroe indiscutible y de allí transitó al glorioso mito que trascendió hasta nuestros días.

En España, a nivel popular, no se recuerda a Hernán Cortés. En los medios académicos han surgido obras magníficas referentes a la biografía del personaje con investigaciones documentales de los archivos donde se encuentran documentos de diversa índole.

En México los estudios biográficos de Cortés van desde su exaltación hasta su crítica más feroz. La razón es que la mayoría observa al personaje desde una perspectiva limitada. Los escritores decimonónicos trataron a Cortés y a la etapa «colonial» con un resentimiento enorme ya que, según ellos, la Conquista había acabado con el México prehispánico, desconociendo trescientos años de formación de un nuevo país. Por otro lado en el siglo XX hubo grandes intentos por revisar la historia virreinal y se lograron grandes avances no sólo en el medio académico, sino en los libros de texto con que se enseña a las nuevas generaciones la historia del pasado mexicano.

Hoy día podemos acercarnos a un balance mucho más sano y objetivo. El México prehispánico no existía sencillamente porque México no era un país. El territorio mesoamericano se formaba de reinos diversos entre los cuales destacaba por su fuerza militar el pueblo mexica que a la llegada de Hernán Cortés dominaba los territorios del Centro de América. El mosaico político estaba compuesto por reinos conocidos como «Altepetl», que disfrutaban de diferente grado de autonomía. Al ser sometidos al gobierno mexica, debían pagar los tributos correspondientes. Así logró un apogeo que llegó a su mayor logro en las dos primeras décadas del siglo XVI donde mostraba con fuerza su estructura política, social, religiosa y económica. Prueba de ello la gran ciudad de México-Tenochtitlan cuyos habitantes llegaban a más de doscientos mil.

Hernán Cortés había llegado a las islas del Caribe a la edad de 20 años. En la isla de Santo Domingo intervino en la pacificación de los habitantes, tanto españoles como indios y por otro lado se distinguió por la belleza y precisión de su escritura manifestada durante el desempeño como asistente de escribano en Valladolid (España), lo que le permitió también obtener experiencia en el conocimiento de documentación oficial. Y fue aquí, en Valladolid donde escuchó acerca de las tierras descubiertas a partir de los viajes de Colón en 1492, de la migración de castellanos y andaluces a tierras prometedoras que otorgarían toda clase de bienes y glorias, sólo imaginados en la mente de los desamparados.

En 1511 se trasladó a la isla de Cuba después de una estancia corta en Santo Domingo. Trabajó al lado de Diego Velázquez, a la sazón gobernador de la isla, quien había sido nombrado recientemente en dicho cargo. Su vida no concluiría sirviendo a otros y le inquietaban ya las noticias y relatos de los dos navegantes, y su tripulación, que habían surcado por vez primera las costas de un golfo cercano a Cuba: Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalba. Sus reportes anotaban que se sabía de una gran civilización que dominaba esas tierras y que encerraban una riqueza extraordinaria. Y fue precisamente esto lo que despertó la inquietud de Cortés. Tenía la firme convicción que era él el elegido para llevar a cabo esa empresa.

Su destino estaba signado. En Cuba se inició, además de su cargo político, como empresario e invitó a marinos deseosos de nuevas aventuras y riqueza, para que inviertan en una expedición que les traería grandes ganancias. Y así el 18 de febrero de 1519 sale de la isla rumbo al continente con seiscientos hombres, once navíos, vituallas generosas, armas y un sacerdote como capellán de su expedición, Juan Díaz, y el religioso fray Bartolomé de Olmedo.

El camino que siguió fue acompañado de sorpresas: Jerónimo de Aguilar, sobreviviente en tierras mayas de una expedición anterior -y Malitzin-, esclava de incierto origen poseedora de la habilidad de lenguas, conocida luego como doña Marina. Ambos fueron sus lenguas de comunicación con indios mayas y nahuas. El camino se fue abriendo y finalmente en su desembarco para ingresar a tierra firme, decidió fundar el puerto de la Veracruz. Los presentes que envió el gran Tlatoani de México-Tenochtitlan, los mensajeros y la fascinación por el entorno le hicieron permanecer y preparar su estrategia para encontrar la gran ciudad, la más poblada de todo el continente americano, la más asombrosa jamás vista por españoles, las más sagrada: Tenochtitlan. El lector que quiera imaginar al lado del conquistador el complejo y fascinante trayecto desde el puerto de Veracruz hasta la ciudad, puede hallar aquí los principales documentos que dan cuenta de ello.

Después de largos meses arribó a su destino. Es muy probable que el encuentro del Tlatoani y Cortés haya sido el más espectacular de todos los tiempos. Dos culturas, dos mundos, dos posturas ante la vida, dos religiones, dos cosmogonías, dos posturas políticas y quizá una ambición. Era el 8 de noviembre de 1519. El sitio ha sido inmortalizado por la fundación del propio Hernán Cortés del Hospital de la Purísima Concepción también conocido hasta nuestros días como el Hospital de Jesús.

La habilidad política de Cortés permitió que sus soldados y los indios, que se fueron agregando a su comitiva desde que llegó a Veracruz, permanecieran como invitados en la ciudad de los mexicas. Para ambos grupos, la llegada de extranjeros que ya habían demostrado sus ambiciones debió haber sido motivo de desconfianza. Durante más de cinco meses los españoles permanecieron en la ciudad. Mucho o poco tiempo, este lapso dio como resultado que Cortés conociera las costumbres de los indios y los indios, acostumbrados a los nuevos huéspedes. Incluso Cortés aprendió el náhuatl y se comunicaba con el Gran tlatoani en su propio idioma. Mucho tiempo para acostumbrarse a la comida autóctona y apreciarla. Los mejores platillos para el conquistador y para sus soldados era la comida cotidiana de tortillas de maíz, frijol, calabaza y chile, entre otras viandas. Y a pesar de estas experiencias y con una comunicación continua, ambos mundos eran diferentes que ignoramos si llegaron a entenderse.

Pero, ¡oh sorpresa! El primero de mayo de 1519 una amenaza ensombrece la suerte de Cortés. En Veracruz desembarca el enemigo enviado por el gobernador de Cuba para someterlo y castigarlo por su desobediencia. El conquistador se ve obligado a abandonar temporalmente la ciudad de Tenochtitlan e ir a combatir a sus enemigos. Al no estar en el mando se da una matanza terrible durante la fiesta de Toxcatl que los españoles no entendieron. Hernán Cortés regresó y se percató de la nefasta noticia por lo que sintió gran inseguridad y vio la necesidad de salir huyendo en compañía de todos sus soldados. Es lo que se conoce como «la noche triste» el 30 de junio de 1520. Mueren cantidad de españoles e indios, tanto mexicas como tlaxcaltecas. Se proclama Cuahtemoc, como el nuevo Tlatoani y se obtuvo el triunfo de Tenochtitlan. Moctezuma había muerto pocos días antes de causas aún no definidas.

Cortés no se deja vencer a pesar del fracaso. Se retiró a la ciudad de Tlaxcala con sus aliados indios y desde allí preparó una batalla decisiva, por agua y por tierra, que concluyó el 13 de agosto de 1521, festividad de San Hipólito mártir. Dicho triunfo se debió a la habilidad de los indios tlaxcaltecas que contaban con el conocimiento de la estrategia para sitiar a la ciudad. Este triunfo fue posteriormente interpretado como la victoria de Hernán Cortés y fue considerado como el gran conquistador de México-Tenochtitlan. Así se llevó las palmas. En las crónicas y libros de historia no se dudó de la supuesta estrategia del español. Fue considerada entonces como la epopeya más grandiosa que algún conquistador realizara en Hispanoamérica. Ningún otro conquistador obtuvo tantos reconocimientos en el imperio español en la Indias Occidentales. La Historia premió a Cortés. Y Cortés se enamoró de su conquista. Jamás olvidaría a su nueva tierra la que sentía más propia que su terruño en Medellín. Carlos I de España le otorgó el título de Marqués del Valle de Oaxaca y miles de vasallos a su servicio. A su muerte en Castilleja de la Cuesta, Sevilla, el 2 de diciembre de 1547, a la edad de 63 años, pidió que su cuerpo fuera enterrado en la Nueva España, lo que fue concedido y actualmente reposa en la Iglesia de Jesús Nazareno, en la ciudad de México, Hospital de Jesús, fundado por él mismo.

La biografía de Cortés como la de los grandes hombres, no concluye allí. Su vida posterior estuvo llena de vicisitudes, odios y traiciones de sus contemporáneos. A él se debe el descubrimiento del golfo que hoy lleva su nombre: Mar de Cortés. Pero su vida posterior es poco narrada y poco recordada en la memoria. Su trascendencia fue México-Tenochtitlan y allí pidió que reposaran sus restos, petición que se cumplió.

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