Biafra fue sinónimo de niños llorosos con las barrigas hinchadas por el hambre y de grandes colectas de dinero. Pero más allá de lo que fue el primer desastre humanitario retransmitido por periódicos y medios audiovisuales, la guerra en esta región de Nigeria entre 1967 y 1970 representa, en mayúsculas, las imperfecciones con que se cerró el colonialismo al África.
Después de su independencia en 1960, Nigeria estaba constituida por una federación de provincias que tenían autonomía, asignadas a los principales grupos étnicos de la región: la región del norte (mayoría étnica hausa-fulani, musulmanes), la región del este (llamados igbo o ibo, cristianos), y la región occidental (mayoría étnica yoruba, también cristianos). Los igbos eran los miembros más ricos de la federación y los de mejor educación. También había, entre musulmanes y cristianos, una gran cantidad de tribus dispersas.
En enero de 1966, los oficiales igbo del ejército nigeriano intentaron derrocar a los funcionarios de la república, tildándolos de corruptos e incompetentes. El golpe fracasó, pero asumió un nuevo presidente que para calmar las aguas nombró a muchos oficiales ibo en el ejército. Eso no cayó nada bien en los musulmanes del norte, que planearon su propio golpe de estado. Esto fue en julio de 1966; esta vez el golpe tuvo éxito y ubicó en el poder a los musulmanes del norte. Tratando de tranquilizar a la preocupada población cristiana del resto del país, esta nueva junta de gobierno nombró presidente a Yakubu Gowon, un coronel perteneciente a una tribu cristiana minoritaria que no había participado en ninguno de los dos golpes de estado.
Además del trasfondo étnico y religioso señalado, no puede desdeñarse el hecho de que de en Biafra se desató una guerra por la independencia de un país que nunca existió como tal, alrededor del gran delta del Níger; y el delta de ese gran río no es sólo una fuente de diversidad étnica y cultural. Es también, y sobre todo, la gran fuente de riqueza de recursos naturales como el petróleo, que ha resultado el motor de la economía nigeriana. El crudo y los beneficios de su explotación están también en el origen de aquella guerra; los igbo se sentían “discriminados y maltratados” por el gobierno federal, al que acusaban de no redistribuir la riqueza de manera justa.
El ejército federal nigeriano fue arrinconando al de Biafra, reduciendo los límites de su territorio. Una ofensiva anfibia conquistó Port Harcourt y con eso cortó el último lazo que unía Biafra con el exterior. A partir de entonces las provisiones sólo podían llegar por avión, y nunca eran suficientes. Nigeria había rodeado y bloqueado a Biafra, reduciendo al país a la décima parte de su tamaño original. Durante meses, los militares quemaron campos de cultivos, sabotearon la ayuda humanitaria y, en definitiva, dejaron a Biafra aislada y sin recursos. El hambre comenzó a cobrarse la vida de cientos de miles de biafreños atrapados por dicha situación, y las fotografías de niños demacrados con su vientre hinchado comenzaron a ocupar los primeros planos de diarios y revistas en el mundo entero. La presencia de reporteros gráficos captó el drama humanitario que conmovía a un mundo todavía en plena Guerra Fría. Es gracias al testimonio gráfico que la población en Europa y Estados Unidos se movilizó para ayudar a quienes morían de hambre, y desde varios países se enviaron toneladas de material y ayuda humanitaria que debía ser canalizada a través del Comité Internacional de la Cruz Roja; sólo los envíos humanitarios estaban autorizados a cruzar el bloqueo. En junio de 1969, para agravar la situación, Gowon prohibió los vuelos de la Cruz Roja a Biafra. Aunque la indignación internacional obligó a Gowon a revertir esa medida dos semanas después, la tremenda situación desató una reacción en cadena (tarde, eso sí).
La Cruz Roja, que se declaró neutral ya que su estatuto le impedía cualquier embanderamiento político, se vio obligada a hacer política para poder entrar en la zona de guerra. Un grupo de médicos franceses criticaron esto y acusaron a la Cruz Roja de favoritismo hacia Nigeria, debido a que la Cruz Roja criticaba la postura fundamentalista de Ojukwu, que se negaba a rendirse diciendo “mientras yo exista, existirá Biafra”. Años después, este movimiento se convertiría en la organización “Médicos Sin Fronteras”, una organización que en su carta fundacional se definía como un canal apolítico para ayudar a países en problemas (lo mismo que sostenía la çruz Roja en su fundación), pero que luego viró su enfoque hacia un “humanitarismo político”.
Nigeria y Biafra se acusaron mutuamente de masacrar civiles e invitaban a observadores internacionales a visitar la zona de guerra para “demostrar” que “ellos” obedecían las “leyes de la guerra civilizada” (¡qué definición!) pero “los salvajes de enfrente” no. Biafra luchó hasta que casi no quedaba nada por defender, y en enero de 1970 finalmente Ojukwu huyó a Costa de Marfil. El final de la guerra no fue seguido de ejecuciones ni venganzas como suele ocurrir en la mayoría de las guerras civiles; hubo reconciliación y una amnistía general y Gowon hasta fue alabado por su insólita benevolencia (ups).
Hoy Nigeria tiene cerca de 200 millones de habitantes y cumple 50 años del final de dicha contienda sin una sola conmemoración por parte del del Estado, sin un recuerdo, ni una ceremonia oficial. “Nos barrieron debajo de la alfombra, como si no hubiésemos existido. Pero sin conocer el pasado es difícil no repetir los mismos errores”, dicen los biafreños que sí recuerdan. Cincuenta años más tarde, las banderas de Biafra siguen en los edificios y en las carreteras, antes de ser destruidas por las fuerzas de seguridad del gobierno. Los igbo, tercera comunidad de Nigeria con los yoruba y los hausa, se sienten aún “bajo ocupación” y marginados. El sentimiento identitario de los igbo continúa hoy en día, ahora repartido en cinco estados federados. Varios partidos y entidades reclaman un referéndum (al que el gobierno de Nigeria se niega) y la creación de Biafra. Otra vez. Cuidado.