Juan Duarte apareció muerto el 9 de abril de 1953 en el quinto piso de la avenida Callao 1944. El cuerpo lo descubrió su mayordomo japonés.
Tenía un orificio de bala en la sien y estaba arrodillado frente a la cama, rodeado de un charco de sangre. Durante la madrugada nadie escuchó el disparo.
De inmediato, el mayordomo llamó a la Casa Rosada. Duarte acababa de renunciar a su cargo de secretario privado de Juan Domingo Perón y esa mañana la Comisión de Control del Estado, a cargo del general Justo León Bengoa, esperaba su comparencia.
Habían pasado toda la madrugada en la elaboración de un informe preliminar que lo involucraba en actos de corrupción gubernamental.
El propio Perón había ordenado a los investigadores de la Comisión avanzar con la instrucción del sumario sobre su cuñado.
Para la oposición radical, Duarte era el emblema de la corrupción, el “bon vivant” del peronismo, el arribista, el hombre que alardeaba sus excentricidades con el libre uso de la billetera del Estado. Para los radicales denunciar a Duarte era el atajo para golpear a Perón.
Juan Duarte era el hermano de Evita.
Antes de que ella se casara con Perón, el 21 de octubre de 1945, era corredor de ventas de Jabones Radical. Desde entonces le gustaba el billar, mostrarse con chalecos blancos, en autos descapotables y pasar la noche en algún prostíbulo de Junín o Chivilcoy.
Por recomendación de Evita, una vez que Perón ganó las elecciones en 1946, Duarte fue contratado como inspector del Casino de Mar del Plata. Más tarde se convirtió en secretario de Perón.
Con un pie en el Estado, su carrera fue vertiginosa. Quizá el punto de partida en los negocios personales haya sido el permiso oficial que obtuvo para la importación de autos.
Después participó en la construcción de edificios en Retiro y compró el 25% de la empresa Argentina Sono Film, que, adicional a su gestión en el Fondo de Fomento Cinematográfico, le permitió alcanzar una importante posición en la vida artística de aquellos años.
Su estancia en Laguna de San Miguel del Monte lo mostraba en su esplendor. En el campo, con su pelo engominado y un bigote fino, recibía funcionarios, empresarios y personalidades del espectáculo y la farándula local.
Como hermano de Evita y secretario de Perón, Duarte podía abrir cualquier puerta. Se sentía cómodo tanto en el ancho mar del peronismo como en el paddock de Palermo, en su palco reservado del teatro Tabarís o en el Roof Garden del hotel Alvear.
Sin embargo, su esplendor se contrajo a partir de la muerte la muerte de Evita en julio de 1952. Su estilo de vida y sus negociados quedaron más expuestos.
Perón temía que sus escándalos amorosos con las dos o tres actrices que se vinculaba sentimentalmente en forma simultánea, y las joyas con las que las distinguía, perjudicaran a su gobierno.
Duarte era muy generoso con su dinero, pero entendía que todo lo que había logrado en su vida, había sido en base a lugar que había alcanzado su hermana.
Pronto empezó a sentir la presión en la nuca en su propio despacho de la Casa Rosada, donde trabajaba. La Comisión de Control del Estado, que dependía de la Presidencia, quería probar su vinculación con el monopolio de exportación de carne, que detentaba el Estado, y estaba sospechada de ser fuente de enriquecimiento ilícito.
En ese año, la escasez de la carne había disparado los precios del mercado negro.
Duarte percibió su derrumbe. Poco antes de su muerte le escribió una carta a su novia, la actriz Fanny Navarro.
“Vidita. Le ruego me perdone, me voy solo al campo. Esta semana me han pasado cosas tan terribles que le doy las gracias a Dios por estar todavía en mi sano juicio. Por eso quisiera estar solo y si pudiera me iría tan, tan lejos como tan amargado estoy… Usted nada tiene que ver en todo esto, no es pena de amor, es desencanto, es terrible desazón, es asco a casi todo. Por momentos, pienso que ya mi cabeza no coordina más, que mis piernas aflojan porque también aflojan mis fuerzas y me quedo hasta sin alma. En una palabra, me muero, pero no termino de morirme. Juan”.
Eran meses malos para Duarte. Hacía un tiempo había viajado a Europa, acompañado por su amigo y titular de la Cámara de Diputados Héctor Cámpora, y había recibido el diagnóstico médico de una sífilis de segundo grado, ya irreversible.
Pero además, se sentía acorralado.
El lunes 6 de abril de 1953, la Comisión le hizo saber a Perón que existían cargos contra su cuñado. Perón ordenó la instrucción de un sumario al general Justo León Bengoa. Pese al secreto, la novedad trascendió. La tensión ganó el despacho de Duarte en la Casa Rosada.
El 8 de abril, para rebatir las denuncias de corrupción de su gobierno, Perón hizo un discurso por radio. Se preocupó por desmentir “la campaña de rumores”, denunció en forma vaga a los “especuladores” y dijo que se sentía cansado pero que no permitiría que su gobierno cayera en base a “calumnias”, como le había sucedido a Hipólito Yrigoyen en 1930.
Al final, para terminar su alocución, soltó la frase que guardaría la historia y marcaría el final trágico de Juan Duarte.
Perón dijo: “He de terminar también con todo aquel que esté comiendo y robando en el gobierno. He ordenado una investigación en la Presidencia de la República para establecer la responsabilidad de cada uno, empezando por mí. Iría a la cárcel hasta mi propio padre si fuera ladrón. Porque robar al pueblo es traicionar a la Patria”.
Aunque no lo mencionó en forma directa, se entendía claramente que el Presidente de la Nación hablaba de Juan Duarte.
Y con ese discurso creaba el escenario para cuando se hiciera público el dictamen de la Comisión de Control del Estado como conclusión de la investigación sobre su cuñado.
Por esos meses -en rigor, desde 1952-, el gobierno atravesaba una crisis política y económica que no podía resolver. El modelo de crecimiento industrial y distribución progresiva del ingreso se estaba agotando. La insuficiencia de divisas -producto de la caída de ingresos de las exportaciones de la producción agropecuaria-, impedía sostener la importación de equipos y maquinarias.
Perón intentó reducir el gasto público, pero los precios no detuvieron su alza. Perón acusó a “los malos comerciantes”, pero el problema excedía al comercio minorista. También aumentaban el combustible y las tarifas de los servicios.
En ese contexto de inestabilidad y caída del consumo interno, Duarte quedó expuesto como el “foco infeccioso” del gobierno.
La corrupción quedaba delimitada a sus “negociados”.
“Juancito” podría funcionar como un fusible en un contexto de tensión social por la fragilidad económica.
Los tiempos se aceleraron.
El general Bengoa citó a Duarte a declarar ante la Comisión de Control del Estado para el 9 de abril de 1953.
La tarde anterior, Duarte renunció a su cargo como secretario de Perón y se llevó una pequeña caja fuerte portátil de su despacho de la Casa Rosada. A la noche, su última noche, lo acompañaron amigos de la Presidencia.
Por su departamento del quinto piso estaba Héctor Cámpora, el secretario de Información Apold, su cuñado, Osvaldo Bertolini, que también trabajaba en la Presidencia, el canciller Jerónimo Remorino, el jefe de ceremonial Raúl Margeirat. Tomaron whisky. El último de los invitados se fue cerca de las dos de la mañana.
A las siete y media de la mañana lo encontró su mayordomo japonés. Duarte estaba en calzoncillos, de rodillas, con medio cuerpo caído sobre cama, con un tiro en la sien y bañado en sangre.
En la mesa de luz de la habitación había una carta de despedida. Decía:
“Mi querido General Perón: la maldad de algunos traidores de Perón, del pueblo trabajador, que es el que lo ama a usted con sinceridad, y los enemigos de la Patria, me han querido separar de usted; enconados por saber lo mucho que me quiere y lo leal que le soy; para ello recurren a difamarme y lo consiguieron; me llenaron de vergüenza pero no pudieron separarme de usted; desde mi renuncia, usted fue tan amigo como siempre y esta aflicción suya de estos días por mi, me pagó con creces el mal que ellos me causaron. He sido honesto y nadie podrá probar lo contrario. Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que yo conocí es Perón; se de su amor por su pueblo y la patria, sé como nadie de su honestidad y me alejo de este mundo asqueado por la canalla, pero feliz y seguro que su pueblo nunca dejará de quererlo y de haber sido su leal amigo; cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas. Vine con Eva, me voy con ella, gritando viva Perón, viva la Patria, y que Dios y su pueblo lo acompañen por siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. Juan R. Duarte. Perdón por la letra, perdón por todo”.
El mayordomo llamó a la Casa Rosada y también a la residencia presidencial. Perón le ordenó al jefe de ceremonial Raúl Margueirat, quien había estado esa misma noche con Duarte, que se ocupara de las diligencias del cadáver y del velatorio.
Juana Ibarguren, su mamá, fue la primera que levantó las sospechas sobre su muerte. Llegó al departamento de Callao y gritó a Apold, que acababa de llegar.
-Asesino. Me han matado a otro de mis hijos.
La carta tenía errores de ortografía. “Voy” estaba escrito con b larga. “Probar” con v corta. El estilo caligráfico parecía diferente del suyo, pero no se cotejó la autenticidad de la carta.
En la pericia balística, el calibre del arma con la que supuestamente se había matado y el orificio tampoco coincidía.
El impacto de su muerte intentó ser reducido por el propio Apold. Los noticieros de radio del mediodía lo mencionaron en forma breve.
Le restaron importancia. Incluso Clarín, al día siguiente, publicó la noticia con el discreto título “Falleció en la mañana de ayer el señor Juan Duarte“, en la página 5.
Pero su muerte había impactado al país mucho más que la lacónica información que ofrecían los medios. Perón pasó por la tarde al velatorio que se realizó en la casa de Oscar Bertolini, en Belgrano, soltó algunas palabras de consideración hacia su cuñado (“era un buen muchacho”, dijo) y buscó una versión que no lastimara a su gobierno.
Dijo que su cuñado sufría una enfermedad venérea. Pero nadie creyó que la enfermedad fuera el detonante de su trágica decisión.
La duda se instaló en ese momento y perduró hasta hoy: ¿Se suicidó o lo mataron?
En aquel momento, la oposición intentó demostrar que había sido un crimen de Estado. La misma opinión tuvo la familia Duarte. Para el peronismo, en cambio, Duarte se había suicidado porque no resistió la investigación.
Lo cierto es que el día de su muerte, Perón ordenó al general Bengoa que desactivara el sumario que instruía y abandonara la investigación que se sustanciaba sobre la corrupción en el gobierno. Muerto Duarte, la investigación se extinguió.
Pese al intento de la prensa de minimizar el hecho, la muerte del cuñado de Perón generó un clima social hostil contra el gobierno. Para cambiar el clima, la CGT organizó una movilización popular en apoyo al líder del Movimiento para el 15 de abril en la Plaza de Mayo.
Ese día un grupo de militantes universitarios de la FUBA, algunos pertenecientes a la UCR y otros a grupos conservadores, todos unidos por el fervor antiperonista, hicieron estallar dos bombas mientras Perón daba su discurso desde el balcón de la Casa Rosada. Se vivieron momentos de terror. Mataron a seis personas.
A través de los años, el expediente de Duarte se perdió en los archivos de Tribunales. Una reciente investigación de la periodista Catalina Delia emitida en eltrece demostró que faltaban los folios de primeros elementos de prueba sobre la escena de la muerte de Duarte, las pericias y los testimonios de los testigos.
En 1955 la Revolución Libertadora decidió exhumar el cadáver del cementerio de la Recoleta para intentar probar el crimen de Estado.
Le cortaron la cabeza y un dedo y realizaron la autopsia en el Departamento de Policía Federal. Los oficiales de la Marina, Aldo Molinari, también subjefe de la Policía, y su asistente, Próspero Fernández Alvariño, alias “El Capitán Gandhi”, a cargo de la comisión investigadora número 58, supervisaron el procedimiento.
Según la autopsia, la bala alojada en el cráneo no correspondía al arma encontrada en el piso de su departamento.
La comisión también le dio relevancia al testimonio de una vecina que indicó que Duarte fue trasladado sin vida a su domicilio de la calle Callao. Incluso trascendió la versión de que había muerto en la Casa Rosada o mientras intentaba escapar del país.
Después, para continuar con la investigación, “El Capitán Gandhi” llevó la cabeza de Duarte en una bolsa al interrogatorio al que sometió a su ex novia, la actriz Fanny Navarro. La expuso sobre en la mesa para demostrarle que había sido asesinado y le preguntó si ella tenía sífilis. La actriz se desmayó.
Durante un tiempo “El Capitán Gandhi” mantuvo la cabeza de Duarte en su oficina para mostrársela a quienes lo visitaban, en un acto de necrofilia antiperonista que la Revolución Libertadora también sometió a su hermana, Eva Duarte.
Tres años después, en 1958, el juez Jorge Franklin Kent dictaminó que se trató de un suicidio y cerró la causa.