Artigas, Güemes y el origen del federalismo

En 1812 Güemes recibió la orden de trasladarse a Buenos Aires, donde fue comisionado a la Banda Oriental y conoció de primera mano la prédica federalista de Artigas. Si bien no se sabe a ciencia cierta si se conocieron personalmente, ambos caudillos coincidieron en enfrentar el poder hegemónico de los porteños. Tanto Güemes como Artigas priorizaban la “independencia relativa” de sus terruños, pero sabían que no podían vivir bajo la amenaza de los españoles en el Alto Perú y de los lusitanos en la Banda Oriental, sin el apoyo estratégico de las Provincias Unidas.

La lectura de la constitución norteamericana y el funcionamiento de las ex-colonias británicas habían forjado la propuesta federalista, y Güemes se inspiró en la experiencia artiguista para gobernar su provincia. Para cuando José Gervasio Artigas le escribe una carta al gobernador de Salta, la mitad del territorio de las Provincias Unidas -Santa Fe y Córdoba además de la Banda Oriental- respondía a sus órdenes y para el mes de febrero de 1816, el Protectorado artiguista ya había declarado la independencia de España en el Congreso del Arroyo de la China, cuando aún en Tucumán no se habían reunido los diputados que harían la declaración del 9 de julio, sin la presencia de las provincias que integraban la denominada Unión de los pueblos libres.

La carta que el jefe de los orientales le escribe al gobernador de Salta está fechada el 5 de febrero, aclarando que es el “Año 7 de nuestra regeneración”, una expresión con reminiscencias al calendario de los revolucionarios franceses. Artigas escribe desde Purificación, el pueblo que había fundado a orillas del Río Uruguay, más específicamente en la desembocadura del arroyo Hervidero, donde funcionaba la sede del gobierno del Protectorado. En esta zona, dada la escasa profundidad del río, era posible vadearlo y de allí partían chasquis y correos que mantenían las comunicaciones con las provincias que respondían a sus órdenes y los distintos lugartenientes como Estanislao López, Francisco Ramírez y Andresito, en Misiones.

La carta de Artigas está encabezada con el mismo trato con el que Artigas le había escrito a José de San Martín: “Mi estimado paisano”, y luego va al meollo de la cuestión con poca introducción: “No es extraño parta de este principio para dirigir a usted mis insinuaciones cuando a la distancia se desfiguran los sentimientos y la malicia no ha dormido siquiera para hacer vituperables los míos; pero el tiempo es el mejor testigo y él admirará ciertamente la conducta del Jefe de los Orientales”.

A continuación, achaca a los porteños la ruina “de uniformar nuestro sistema y hacer cada día más vigorosos los esfuerzos de América”. La ex-capital del Virreinato se había arrogado la función de constituirse en metrópolis de las tierras del virreinato y pretendía ejercer un dominio hegemónico que, a criterio del Protector, “su prepotencia sobre los pueblos le hace mirarlo con desprecio y su engrandecimiento le sería más pesaroso que su total exterminio”. La soberbia de los porteños sería también su perdición ya que “rodeado de intrigantes, duplica sus tentativas”, aunque halla en los hombres del Protectorado y personajes como Güemes “una barrera impenetrable”. Artigas interpreta que la fría indiferencia de Buenos Aires es solo el reflejo de su debilidad.

Entonces, el jefe oriental insta al salteño a contener el avance de los españoles después del desastre de Sipe-Sipe, y cómo ellos deben lidiar con los portugueses. “Nada tenemos que esperar sino de nosotros”, le advierte, desencantado por la falta de apoyo de Buenos Aires.

Artigas se batirá casi en soledad contra el poderoso ejército portugués. “Gracias al cielo que protege la justicia”, clamaba el Protector para conmover al gobernador más hostil del Directorio porteño, que aún no daría el paso que Artigas había dado: separarse de Buenos Aires. Aunque rebelde y hostigado por la prensa porteña, el caudillo no llegaría a cortar lazos con Buenos Aires que, años más tarde, aplaudirá su muerte, feliz de la desaparición de este “cacique” al que debían, sin reconocerlo, la defensa de la patria en sus horas más oscuras.

Para Artigas habría de llegar el día en que fuesen coronados sus esfuerzos por la victoria. Solo entonces podrían “reunir los intereses y sentimientos de todos los pueblos y salvarlos con su propia energía”, es decir, volcarse contra Buenos Aires y su centralismo, que en su concepción no distaba de la monarquía.

Para Artigas, “los Pueyrredón y sus acólitos”, querían hacer de Buenos Aires una Roma imperial. Ya había sufrido el rechazo de los porteños cuando envió a los diputados orientales a la Asamblea de 1813, con precisas instrucciones emanadas del Congreso de Tres Cruces de declarar de inmediato la independencia de España. Sin embargo, pasados tres años, los porteños seguían con su juego de dobleces y habían enviado a Belgrano, Rivadavia y Sarratea a buscar un príncipe para coronar como monarca de estas tierras.

Con el camino trazado por Artigas, Güemes tomó las banderas del federalismo. Uno murió precozmente defendiendo su patria, consagrado como guardián de sus fronteras, el otro se vio obligado a abandonar la lucha y retirarse a morir en el olvido. A José Gervasio Artigas y Martin de Güemes los unió las ansias de autodeterminación en el contexto de una patria grande.

 

Este texto también fue publicado en Ámbito

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