Arthur Schopenhauer: entre el tedio y el deseo

De todos los filósofos que se han preguntado por el sentido de la vida y han llegado a conclusiones poco esperanzadoras, ninguno ha sido tan influyente como el alemán Arthur Schopenhauer. Inicialmente ignorado, luego criticado y eventualmente admirado, con el tiempo logró transformarse en una de las figuras más influyentes de la filosofía decimonónica. Su pensamiento y la idea pesimista de que vivimos en un mundo en el que las pulsiones constantes de la voluntad son inherentemente imposibles de satisfacer, apelaron especialmente a la sensibilidad de personalidades como Friedrich Nietzsche o Sigmund Freud y se dejaron sentir en la literatura de Albert Camus, las novelas de Michel Houellebecq y, más cerca nuestro, en los textos de Eugenio Cambaceres y de Jorge Luis Borges.

Nació el 22 de febrero de 1788 en Danzig, hoy Polonia, entonces parte de Prusia. Sus padres – él comerciante exitoso, ella, eventualmente, salonière y figura destacada del mundo de la literatura – le dieron un hogar lleno de comodidades en el cual crecer y desarrollarse, siempre y cuando terminara dedicándose al negocio familiar. Tan serio era el tema, según nos dice el especialista en Schopenhauer, Christopher Janaway, que cuando nació se había elegido el nombre “Arthur” por su internacionalidad. Por esas cosas del destino, igualmente, tras morir su padre en 1805, cuando el tenía 17 años, se abrió de pronto la posibilidad de desviarse.

Ese año su madre se mudó con su hija menor de Hamburgo a Weimar, dónde ella logró introducirse en el mundo cultural con éxito a pesar de las críticas de su joven hijo. Él se mudó con ellas en 1807 y no termina de quedar claro que parte de la vida liberal de su madre molestaba a Schopenhauer, pero sabemos que la relación se deterioró rápidamente y que dejaría secuelas de odio por el resto de su vida. Así, no sorprende que a penas cumplió 21 años y heredó una gran parte de la fortuna que su padre le había dejado, tomó la decisión de partir a Gotinga en 1809.

Inicialmente matriculado en la carrera de medicina, pronto se interesó por los textos de Platón y de Immanuel Kant, virando sus estudios hacia la filosofía. Concurrió a la Universidad de Berlín entre 1811 y 1813, pero la mayoría de ese tiempo se la pasó escuchando sin pasión hablar sobre las propuestas de J.G. Fichte y otros filósofos románticos que apuntaban contra las ramificaciones de la Ilustración. Schopenhauer, según el estudioso Anthony Grayling, consideraba que las críticas eran válidas, pero que éste no era un buen lugar al cual llevar el pensamiento y, por eso, cuando preparó su tesis doctoral en 1813, Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, se montó enteramente sobre la filosofía de Kant.

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Esta tendencia – marcada por una comprensión dual del mundo, dividido en lo fenomenológico (lo empírico u observable) y lo nuoménico (“la cosa en sí”) – se intensificó en los años siguientes y pasó a ser una parte central del pensamiento del propio Schopenhauer. Junto con el conocimiento del budismo y la filosofía Vedanta – a los cuales se acercó en 1813 a través de los orientalistas Friedrich Majer y Julius Klparoth – a partir de 1814, instalado en Dresde, empezó a escribir la que sería su “Hauptwerk” (obra definitiva): El mundo como voluntad y representación. En este trabajo, dividido originalmente en cuatro tomos, él tomó las clasificaciones kantianas y se apropió de ellas para construir una dualidad basada en las representaciones y la voluntad.

De este modo, Schopenhauer argumentó que los fenómenos, aquello que podemos percibir por los sentidos, no son más que una representación construida por el sujeto con su intelecto, que los sitúa en espacio y tiempo. Más allá de eso, sigue, hay todo un mundo que no puede ser reconocido empíricamente o representado, pero al cual uno puede aproximarse gracias a la ambigüedad que ofrece el cuerpo humano. El poder explorarlo “interiormente” – a nivel de la consciencia y la razón – permite enfrentarse con cosas que escapan completamente a ellas; pulsiones que Schopenhauer calificó como la voluntad.

Esta voluntad en estado puro, bien entendida, se descubre rápidamente omnipresente. Es, básicamente, una única fuerza que anima al universo y hace que – desde un lugar completamente ajeno a la razón – todo esté en constante movimiento. Así, ciegamente, las plantas crecen, los animales se aparean para perpetuar la especie y el humano desea.

El conocer estas pulsiones de la voluntad, infinitas y sin sentido, sin embargo, traen consigo el descubrimiento de la futilidad de ese deseo, ahora evidentemente imposible de satisfacer. A diferencia del pensamiento hegeliano que reinaba en la época, en las antípodas de las ideas de Schopenhauer, para el filósofo el tema de la dialéctica que indudablemente tendía a la perfección era pura charlatanería. El hombre, parece ser, estaba condenado a vivir como un péndulo que oscila entre el deseo – doloroso por inalcanzable – y el aburrimiento. No por nada Schopenhauer pasó a ser conocido como el padre del pesimismo filosófico.

Pero, aún si El mundo como voluntad y representación dedica tantas páginas a presentar este nudo, también aporta algo en materia de, por llamarlo de algún modo, solución. Así, el filósofo explica que hay formas de escapar al tedio y a las pulsiones de la voluntad, en primer lugar, a través de la contemplación artística. En este estado de beatitud, ese contacto tan profundo movilizate e inexplicable que nos produce el arte – siendo la música la más elevada en este sentido – el hombre podía desentenderse temporalmente del mundo. De forma similar, la compasión, el entregarse a otro, o la vida ascética permitían romper con el ego y desentenderse completamente de los deseos.

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Arthur Schopenhauer.
Arthur Schopenhauer.

 

 

El mismo Schopenhauer más tarde se apropiaría de estas fórmulas y llevaría una vida de este estilo, pero no puede decirse que la tendencia fuera generalizada. Una vez que se publicó el libro en 1819, éste pasó sin pena ni gloria. Tal era la falta de interés que generaba su filosofía que, aún si Schopenhauer se creía la némesis de Hegel, cuando ingresó como profesor en la Universidad de Berlín en 1820 y quiso competir poniendo sus clases en el mismo horario que las del filósofo más popular del momento, terminó renunciando después de seis meses de pararse ante auditorios vacíos.

Con su holgada fortuna familiar, después de unos pocos intentos por adentrarse en la vida académica en la década de 1820, Schopenhauer se instaló definitivamente en Hamburgo y vivió como un recluso. Se entregó completamente a sus estudios y, recién 17 años después de escribir El mundo como voluntad y representación, el filósofo publicó una nueva obra titulada Sobre la voluntad en la naturaleza (1836). Este libro, sin incluir novedades en su sistema, incorporó los avances que por esos años se estaban produciendo en materia de biología y sirvió para apuntar una vez más contra Hegel y sus seguidores.

Ya para entonces, de todos modos, Schopenhauer parecía estar condenado al olvido. Tenía tan poca gravitación en el mundo de las ideas que en 1844 le costó horrores conseguir alguien que publicara una reedición y ampliación de su obra definitiva. Pero el esfuerzo, finalmente, valió la pena, ya que fue gracias a esta nueva publicación que intelectuales de todo el mundo lo descubrieron.

Con este nuevo interés, en 1847 se reeditó su tesis de doctorado y, en 1851, se recopilaron varios de sus artículos en el volumen Parerga y parlipómena. Así, en cierta medida Schopenhauer pudo disfrutar de algo de fama hasta que falleció repentinamente el 21 de septiembre de 1860.

En los años siguientes, aunque el ya no estaba para verlo, su influencia no hizo más que acrecentarse. Sus obras se reeditaron de forma póstuma en las décadas de 1860 y 1870 y su pensamiento se empezó a colar en las ideas de otros, dejándose sentir su legado hasta nuestros días. De este modo, ya fuera influyendo en el mundo de la música, la filosofía, la psicología o la estética, el mundo intelectual parecía haber quedado prendado con las propuestas de Schopenhauer para ser, como él decía, “menos desdichados en este mundo”.

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