Mundial 1990, Italia. El Mundial de Italia vuelve a encontrar en el equipo nacional a muchos de los personajes del Mundial anterior. Luego de una derrota en el primer partido contra un áspero rival (Camerún) nuevamente subestimado, Carlos Bilardo hace cinco cambios para el segundo partido, contra URSS. Con el partido nada definido Diego Maradona vuelve a usar de manera intencional su mano de manera antirreglamentaria, esta vez para sacar una pelota en la línea de gol de su propio arco. En esta ocasión, ese clarísimo penal tampoco es apreciado por el referee (el sueco Erik Frediksson, de quien por supuesto tampoco se acuerda nadie), y Argentina gana un partido clave para su clasificación a las fases finales, a las que entra por la puerta de atrás.
En octavos de final enfrenta a Brasil, que durante todo el partido (especialmente en el primer tiempo) le pega un baile impresionante a un seleccionado que no hacía pie por ningún lado. Hacia el final del primer tiempo, en una interrupción por un jugador lesionado, Branco, defensor brasileño, toma de un bidón que muy amablemente le ofrece Ricardo Giusti. Los jugadores argentinos toman agua de otras botellas, en este caso originales sin abrir. Algún jugador argentino que busca refrescarse o hidratarse con alguno de los botellones verdes es advertido por algún compañero para que no lo haga. Al rato, Branco sufre alguna indisposición inesperada (nada inesperada, en realidad). Hacia mitad del segundo tiempo Argentina empieza a pensar en que, si la pelota no entró todavía en el arco propio, “en una de esas…”. Maradona recurre a su magia con el tobillo hinchado y sin la uña de su dedo gordo y Caniggia define un partido que si se juega nueve veces más Argentina lo pierde y por goleada las nueve veces.
En la semifinal toca Italia en el estadio San Paolo, en Napoli, la casa de Maradona. Sin embargo, Diego Maradona no tiene ningún empacho en insultar a voz en cuello y sabiendo que las cámaras de televisión lo están filmando en primer plano a los tifosi napolitanos (“sus” tifosis) que silban el himno argentino (es que en Argentina nunca han silbado ningún himno…). El partido es 1-1 y en los penales San Goyco lleva al equipo a la final. Claudio Caniggia (que había hecho el gol del empate) se hace amonestar tontamente faltando menos de diez minutos, por lo que no podrá estar en la final, pero nadie lo critica por eso.
La final es contra Alemania. Argentina apenas cruza la mitad de cancha y casi no patea al arco en todo el partido, pero eso sí: la culpa de la derrota es de Edgardo Codesal, el árbitro mexicano que cobra un penal a favor de Alemania porque el tierno y verde Sensini se tira al piso a barrer en un costado del área. Culpable de todos los males, el demonio Codesal “nos quitó lo que era nuestro”, aunque no se sabe bien cómo, porque el arco alemán estuvo todo el partido tan tranquilo como una tarde bajo un algarrobo en Santiago del Estero.
Nuestro equipo agrega como último detalle en este insólito Mundial (en el que llegó a la final ganando sólo dos partidos) el mérito de haber tenido al primer jugador, de cualquier país, expulsado en una final de un Mundial: el implacable Pedro Monzón (sí, jugó un Mundial). Y también al segundo, el Galgo Dezotti, expulsado al final del partido. Pero la culpa fue de Codesal, seguro.
Mundial 1994, EEUU. Nuestros jugadores utilizaban gorras con marcas publicitarias varias que les arrimaban unos mangos que se ve que necesitaban, algunos de ellos tenían encuentros higiénicos con sus mujeres en limusinas dispuestas a tal fin y se arremolinaban ante su majestad El Diego, que había sido convocado casi como un ruego por el entrenador Alfio Coco Basile para definir un durísimo repechaje eliminatorio contra Australia, una potencia futbolera.
Mundial de 1998, Francia. Argentina enfrenta a Inglaterra en octavos de final. Diego Simeone (otro “prócer” celesteyblanco) dice que juega con el cuchillo entre los dientes. Pero se ve que en algún mnomento el cuchillo se le resbala y, con la lengua ya suelta, provoca a David Beckham (otro tiernito, si los hay) a quien terminan expulsando por reaccionar ante el Cholo. Tweety. El partido es 2-2 y en los penales Argentina pasa de ronda. Lo espera Holanda, que resulta superior durante casi todo el partido, aunque Batistuta pega un tiro en el palo faltando poco. La nota pre-final (no podía terminar el Mundial sin una de esas) la da el Burrito Ortega (jugador maradoniano si los hay) que en un arrebato de tontería e impotencia aplica un cabezazo intencional no a la pelota sino a Van der Sar, el arquero holandés. Y para redondear, faltando un minuto, un pase largo y vertical de setenta (sí, setenta) metros encuentra a Roberto Ayala (a esa altura tan indiscutido mariscal como lo era Perfumo en el ’74) tomando sol mientras Bergkamp recibe y controla la pelota con un buen gesto técnico y clava el 2-1. Siamo fuori.
Mundial del 2002, Corea-Japón. Argentina llega como candidato (nuestro). El equipo de Marcelo Bielsa juega bien y ha ganado las eliminatorias con mucha ventaja sobre el resto. Roberto Ayala (still there) se lesiona en el precalentamiento del primer partido y no jugó en todo el torneo, que para Agentina fue más corto de lo esperado; parece que reemplazarlo creó un desbarajuste insoluble. Contra Inglaterra, en el segundo partido, a Diego Placente se le ocurre salir jugando en la medialuna de su área. Pierde la pelota, penal; Beckham se toma revancha, Inglaterra gana 1-0. Argentina va por el triunfo contra Suecia. Obvio, cómo no le vas a ganar a los suecos. Sin embargo es 1-1, desde abajo, con rebote de un penal sobre el final. Argentina afuera en primera ronda. ¿Pero… cómo? Si teníamos un equipazo…
Nuestra nueva “perla-record” es que es la primera vez que en un Mundial expulsan a un jugador suplente. Sí, el inefable Caniggia, en el banco, es expulsado sin haber pisado la línea de cal.
Mundial 2006, Alemania. Argentina enfrenta al equipo local en cuartos de final. Argentina juega algo mejor, pero el partido termina 1-1: alargue. Argentina se ha quedado sin su arquero (Roberto Abbondanzieri), reemplazado por Leonardo Franco, que no ha jugado ni un minuto. El entrenador José Peckerman hace más cambios: salen Román Riquelme y Hernán Crespo, dos jugadorcitos, y entran… Cuchu Cambiasso y el Jardinero Cruz (ops). Lionel Messi se queda afuera, con cara de traste, sentado en el piso. Difícil ganar el partido. Muy. Bueno, a los penales. Argentina falla dos: justamente Cambiasso (¿qué esperaban?) y… Roberto Ayala… Sí, sí, otra vez el Ratón, completando su trilogía de intervenciones mundialistas memorables.
Eliminados. Y faltaba la perla final (ni con Peckerman en el banco nos salvamos de la inconducta congénita): consumada la derrota, se genera una trifulca (a quién le habrán echado la culpa de la derrota esta vez), en la que es expulsado Leandro Cufré, jugador suplente. Ya tenemos otro record: dos suplentes expulsados en Mundiales.
Mundial 2010, Sudáfrica. Diego Maradona es el director técnico del seleccionado. Con sus ayudantes de campo, Héctor Enrique y Alejandro Mancuso, conforman un cuerpo técnico poseedor de una gran capacidad didáctica y un fino razonamiento deductivo. Cabe recordar que Maradona nunca hizo un curso de director técnico (la frase podría inclusive ser más corta). Su título de director técnico fue expedido por el organismo pertinente del fútbol argentino pero sin que Maradona hubiera completado los estudios; le fue otorgado como “excepción” por haber sido el eximio y fabuloso jugador que fue, lo cual, como todos sabemos, lo exime de tener que aprender otras disciplinas o destrezas necesarias a la hora de dirigir un grupo o un equipo, tanto en el aspecto humano como táctico o estratégico.
El entrenador mencionado elige un plantel (de 23 jugadores, con tres arqueros obligatoriamente) con cuatro centrodelanteros (Gonzalo Higuaín, Sergio Agüero, Diego Milito y Martín Palermo) y dos “casi nueves” (Lionel Messi y Carlos Tévez). Pero no lleva un marcador de punta derecho, lugar donde decide ubicar a Nicolás Otamendi, a Jonás Gutiérrez, o a nadie. Del otro lado, el lateral izquierdo está garantizado con Ariel Garcé (a quien los hinchas le piden “traé alfajores”) y Clemente Rodríguez, ambos suplentes del Gringo Heinze. Lo que se dice una distribución equilibrada de jugadores y puestos.
Las consecuencias del desatino general no se hacen esperar: Argentina le gana a México en octavos jugando mal y con un gol de Tévez en claro offside no cobrado, y en cuartos de final Alemania nos manda a casa con un paseo memorable cuyo 4-0 termina siendo piadoso. A casa sin atenuantes.
Mundial 2014, Brasil. El equipo de Alejandro Sabella cambió en el entretiempo del primer partido, contra Bosnia-Herzegovina, el esquema de juego con el que venía trabajando desde hacía mucho tiempo (años). Un equipo que supuestamente tenía un inigualable poder ofensivo y muchas dudas defensivas, terminó el torneo anémico de goles, convirtiendo sólo ocho goles en siete partidos (seis de ellos en primera ronda), uno de ellos en tiempo extra, y recibió solo tres. Parece que los papeles se invirtieron.
La típica humorada ramplona del Pocho Lavezzi tirándole agua en la cara a su entrenador fue bien recibida por el periodismo, ya que el partido (contra Nigeria, hijos eternos en los mundiales) se ganó y quedó como algo “simpático”. Mientras tanto, los dirigentes argentinos, algunos candidatos al máximo cargo en AFA, vendían entradas a los hinchas por detrás del biombo y los barrabravas argentinos hacían ostentaciones de impunidad y agresividad (sobre todo contra Brasil, rival contra el que no nos tocó jugar en el torneo) en cada cancha.
Mundial 2018, Rusia. El equipo nacional llega al Mundial de Rusia entrenado por un grupo (nunca mejor definición) encabezado por el singular personaje Jorge Sampaoli y secundado por un no menos peculiar ayudante de apellido Beccacece. Hay que decirlo: el equipo no llegó en las mejores condiciones. Ni físicas, ni técnicas, ni tácticas, ni estratégicas, ni mentales. El entrenador eligió un arquero (Wilfredo Caballero) que no era de los que más había jugado en el equipo (más bien, no había jugado casi nada). Luego del partido contra Croacia, un 0-3 a partir de un partido parejo que se destraba con un grosero error del mismo, el entrenador lo saca del arco y lo reemplaza por Franco Armani, convocado a último momento antes del torneo, que recibe cinco goles en dos partidos, con la particularidad de que en el partido de octavos contra Francia, que sería el último, no logró detener ningún disparo francés que tuviera destino entre los tres palos. Por suerte no metió adentro las que iban afuera, y Argentina se despidió con un 3-4 bastante más decoroso de lo que fue el juego, en el que fue ampliamente superado.
Nunca hubo esquema de juego, la alineación del equipo era consensuada con los jugadores (es un decir) y el estado físico de varios jugadores estaba muy lejos del de la mayoría de los seleccionados, que volaban al lado de nuestros Biglia, Mascherano, Banega, Higuaín, Mercado, Enzo Pérez y compañía. El desquicio organizativo y carente de autoridad y liderazgo que se vivía en el plantel llegó a mostrar el insólito hecho de que el entrenador llegara un día al lugar del entrenamiento y lo encontrara vacío, ya que los jugadores habían sido citados por su ayudante en otro lugar y a otra hora.
Las rabietas, gritos y dramatizaciones del multitatuado director técnico al costado de la cancha fueron un show aparte que será mejor no calificar aquí.
Siempre dando la nota, eso sí.