Estos hechos han ocurrido en algunas ocasiones dentro del terreno de juego (ya sea antes, durante o después del partido) y en otras ocasiones fuera del mismo; a veces relacionados con el juego mismo, otras veces con las circunstancias que lo rodean.
Si repasamos la actuación de nuestro equipo nacional en cada Campeonato Mundial en el que participó, estas perlas abundan y, peor aún, resaltan, independientemente del nivel de fútbol exhibido y de los resultados obtenidos en cada torneo mencionado. Veamos:
Mundial de 1930, Uruguay. Argentina llega a la final contra Uruguay. Los aficionados eran cacheados de armas en el ingreso al estadio Centenario, tal era el clima que se vivía. El público uruguayo mostró hostilidad hacia el equipo argentino desde el primer partido. Ya en la final, Uruguay pegó mucho e intimidó más, y el público uruguayo sostuvo una agresividad tremenda desde el primer minuto. El equipo argentino estaba angustiado, nervioso, temeroso. Aún así, termina el primer tiempo ganando 2-1. En el vestuario, en el entretiempo, hay versiones sobre “sugerencias subidas de tono” (amenazas, bah…) que aconsejaban la “conveniencia” de que Argentina no ganara el partido para que la cosa terminara en paz. Luis Monti se desmorona psicológicamente, Pancho Varallo teme por su integridad física y Fernando Paternoster, defensor central, dice, a voz en cuello: “mejor que perdamos porque si no no salimos vivos de acá.” Ni el equipo ni la delegación argentina hacen ninguna denuncia al respecto. En el segundo tiempo el partido cambia por completo: Uruguay hace 3 goles y gana 4-2, convirtiéndose en el primer campeón mundial de fútbol.
Mundial de 1934, Italia. La Liga Argentina de Fútbol (que manejaba el fútbol profesional) no estaba afiliada a la FIFA y había decidido no ceder jugadores al seleccionado. La AFA decide entonces enviar un equipo de aficionados, con jugadores no profesionales de Dock Sud, Sportivo Barracas, Estudiantil Porteño y otros equipos menores. En un torneo por eliminación directa, sin zonas, Argentina pierde contra Suecia 3-2 y se vuelve a casa.
Mundial de 1938, Francia. En la reunión de FIFA en Berlín en 1936, Argentina presenta su postulación a organizar el torneo. Entiende que le corresponde ya que el mismo debe jugarse alternando una vez en cada continente. FIFA no acepta ese argumento, designa a Francia como organizador, y por esa razón Argentina decide no concurrir al torneo. Otros países americanos se pliegan a dicha postura.
Pero hay más: AFA se arrepiente de la decisión y acepta ir, pero (siguen los peros) argumenta que no le corresponde jugar las eliminatorias debido a la calidad de su equipo (qué contentos se habrán puesto los otros países sudamericanos que también habían renunciado a ir…). La FIFA acepta esa petición de Argentina, pero entonces ocurre que los clubes deciden no cederles sus jugadores al seleccionado, y finalmente Argentina no viaja al Mundial.
Mundial 1950, Brasil. Argentina decide no concurrir al Mundial. La razón esgrimida es la pésima relación entre la AFA y la CBD (Confederación Brasileña de Deportes), que a su vez reconoce dos causas: la primera, un bochornoso partido amistoso disputado en 1946 el Monumental de River (Argentina ganó 2-0) en el que la violencia y la intolerancia motivaron que Brasil decidiera no jugar más contra Argentina; la segunda, Brasil había organizado el Campeonato Sudamericano anterior (en 1949) sin la presencia de Argentina, que había decidido no concurrir argumentando que sus mejores jugadores profesionales habían emigrado del país luego de una huelga general de futbolistas.
Mundial 1954, Suiza. Argentina decide nuevamente no concurrir al Mundial. Para AFA no se han cerrado las heridas del conflicto de 1938 ni las de 1950, y además tiene muy mala relación con la mayoría de las federaciones sudamericanas. Como declaración “oficial”, AFA dice que prefiere prepararse bien para el Mundial de 1958 (¡!).
Mundial 1958, Suecia. Y llegó el Mundial para el cual se habían estado preparando… Pero se ve que no tanto, porque lo único que llevaron los jugadores fue su convencimiento de ser mejores que el resto (cuándo no). Se olvidaron de reservar lugares para entrenar y de llevar ropa de entrenamiento. Además, llevaron un solo modelo de camisetas (no llevaron camisetas “alternativas”). En el primer partido, Alemania tenía camiseta blanca y la misma se confundía con la blanquiceleste argentina. El referee sorteó quién debía cambiarla, y le tocó hacerlo a Argentina. Pero Argentina no tenía camisetas de otro color; se ve que no contemplaba la posibilidad de que ocurriera lo que ocurrió. Tuvo que pedir prestado un juego de camisetas amarillas al equipo local IFK Malmö, consumando el papelón inicial. El otro papelón fue el futbolístico, que cosechó 10 goles en contra en tres partidos, con el broche final de un 1-6 contra Checoslovaquia, seleccionado que había sido subestimado por nuestros jugadores (y nuestros aficionados, dirigentes, periodistas, todos, bah) antes del partido. Esto ocurriría a menudo en el futuro, transformándose en una característica típica del fútbol argentino: creerse mejor de lo que en realidad se es.
Mundial 1966, Inglaterra. Los jugadores argentinos fueron advertidos hasta el cansancio por los dirigentes y el entrenador (otra vez el Toto Lorenzo) de que serían perseguidos y que el arbitraje “podría no ser imparcial”, digamos. En buen criollo, que los iban a bombear. Los jugadores, profesionales todos, por supuesto, no tenían más que escuchar, atender esas sugerencias y jugar prescindiendo de provocaciones y quejas por los fallos. Resultado: antes de terminar el primer tiempo Argentina ya tenía un jugador expulsado, su capitán Antonio Rattin. Para colmo, por protestar. Mirá que te habían avisado… hasta el hartazgo, te avisaron. Encima Rattin, para calentar más el ambiente, sale caminando lo más lentamente que puede, casi en forma irritante (y sin el “casi” también), agarra el banderín del corner (que tenía la bandera del Reino Unido), lo toquetea, lo desliza entre sus dedos, sigue caminando, se sienta sobre la alfombra roja real… todo mientras el “animals, animals” (que se generó por la patada voladora de Albretch a un jugador alemán en un partido anterior) de fondo se corea en Wembley. Inglaterra hizo su gol faltando menos de diez minutos y el partido terminó 1-0. Era un muy buen equipo el argentino, pero chau, a casa.
Mundial 1970, México. Argentina no concurre al Mundial de México porque es eliminado con toda justicia por Perú, que tenía por entonces el mejor equipo de su historia, al que apenas se le pudo empatar en el último minuto en La Bombonera con un gol de Toscano Rendo, que era suplente. Era un buen equipo el argentino, pero se comió tres en Bolivia por lo de siempre: subestimar al rival. Ojo, en La Bombonera le ganó a Bolivia apenas 1-0 con gol de penal del infalible Albretch; tampoco sobraba juego.
Mundial 1974, Alemania. La clasificación para el Mundial de 1974 había sido lograda con Enrique Omar Sívori como director técnico, pero Sívori renunció después de clasificar al equipo. El interventor de la AFA de ese entonces, Baldomero Gigán, nombró director técnico a Vladislao Cap, que venía de dirigir en Colombia y no tenía mucha idea de la realidad futbolística de entonces. Más bien, ninguna. Se afirmó para sus decisiones en sus dos ayudantes, José Varacka y Víctor Rodríguez, con lo que quedó constituido un triunvirato de entrenadores de lo más bizarro. La verdad, entre los tres no hacían uno. En el primer partido, contra Polonia (otro rival que fue menospreciado), antes de los diez minutos Argentina ya perdía 2-0: dos regalitos de Daniel Carnevali y el mariscal Roberto Perfumo pusieron moño a dos goles que Polonia ni había buscado. Carlos Babington, el diez de Huracán, que fue llamado a último momento y con el equipo ya en tierra alemana, pasó de no integrar la lista de convocados a ser titular en cinco de los seis partidos, a pesar de que casi no había practicado con el equipo. A pesar de todo eso, Babington fue lo mejorcito de un equipo bastante penoso. Argentina pierde el primer partido con un tercer regalo de nuestro arquero: 2-3. Perfumo siguió de oferta, ya que en el partido siguiente, su gol en contra permitió el empate 1-1 de un flojo equipo de Italia. Argentina podía quedarse afuera en primera ronda y nuestros muchachos no tuvieron mejor idea que “incentivar” en forma concreta (léase dineraria) a los jugadores polacos para que, a pesar de que ya estaban clasificados, le ganaran a Italia. Polonia cumplió su parte: ganó 2-1, Italia a casa y Argentina pasó de ronda. Le tocó jugar primero con Holanda, la Naranja Mecánica, con la que acababa de perder 1-4 en un amistoso en la gira de nuestro seleccionado previa al Mundial. “Esta vez va a ser distinto”, dijeron los nuestros. Pero tan distinto no fue, ya que esta vez fue un 0-4, tan inapelable como el anterior, con una clase magistral de fútbol de los holandeses, de los cuales, a excepción de Cruyff, los argentinos no conocían ni los nombres.
Brasil nos ganó 2-1 y quedaba una perlita más: el último partido, contra Alemania Oriental. Dos días antes del mismo muere Juan D. Perón, presidente argentino por entonces. El arquero designado para el partido, Miguel A. Santoro, decide no jugar argumentando que se encuentra muy afligido por tal suceso. Ocupa su lugar el tercer arquero, Ubaldo Fillol.
Argentina tenía un buen equipo, pero no jugó tan bien como se esperaba. Perdió con Italia en primera ronda y tuvo que jugar la etapa final en Rosario. Allí gozó de una ventaja notable: jugó el partido que definía su paso o no a la final sabiendo ya el resultado del partido de su rival (Brasil), y por lo tanto el resultado que necesitaba obtener para acceder a la final del torneo: 4 goles de diferencia contra Perú. Y los obtuvo. El cuarto, el decisivo, fue un gol de Luque de palomita, en offside. Y de todo lo que se habló a lo largo de la historia sobre la actuación del equipo peruano ya no vale la pena decir ni palabra. Cada uno tiene su opinión y la verdad la sabrán (o no) los protagonistas.
Ya en la final, en un partido que Argentina mereció ganar pero pudo perder (Fillol salvó dos o tres goles y en el penúltimo minuto la base del poste derecho de Fillol evitó el triunfo de Holanda), el empate 1-1 obliga a un alargue. Y en el alargue, Mario Kempes con la suela de su botín pone el 2-1. Si Holanda hubiera hecho un gol igual, aún hoy estaríamos reclamando que fue plancha. El partido lo terminaría cerrando Daniel Bertoni con un tercer gol, que si lo hubiera hecho Holanda nos encontraría reclamando mano de Kempes, como reclamaban los tres defensores holandeses participantes en la jugada, que levantaron la mano al mismo tiempo pidiendo eso. Por supuesto, jamás se polemizó sobre esas jugadas en los medios locales. Los jugadores holandeses se fueron sin recibir su premio y los argentinos se quedaron a recibir el suyo. Campeones del mundo de fútbol, en casa. Uau.
Mundial 1982, España. Durante los días del Mundial de España, Argentina estaba en guerra con el Reino Unido. Dos días después del primer partido (0-1 con Bélgica) caía Puerto Argentino, en las islas Malvinas. Qué hacía un nuestro equipo en España jugando al fútbol en esas circunstancias resulta difícil explicarlo, salvo si se decide usar la consabida frase hecha “el show debe seguir…”. Ojo, que Inglaterra también estaba en el Mundial mientras sus soldados combatían, eh. Las cosas como son.
Este fue el primer Mundial de Diego Maradona, que llegaba como megaestrella y dejaría su impronta en cada uno de los Mundiales que disputó. En este, la impronta que dejó fue la de la suela de su botín: una violenta y artera plancha en el pecho de Batista, jugador brasileño, a menos de cinco minutos de terminar el partido, fruto de la impotencia ante un equipo brasileño superior que le ganó 3-1 en forma inapelable. Fue la última y penosa imagen del seleccionado en ese Mundial, en el que se decía que tenía mejor equipo que en el Mundial anterior.
Mundial 1986, México. Éramos pocos y llegó Bilardo. El primer objetivo, sacar a Daniel Passsarella del equipo, se logró fácilmente, de la mano de la gastroenteritis (o enterocolitis, nunca fue bien aclarado) más prolongada que se recuerde en un deportista de élite. Ahora Diego Maradona era el capitán.
Argentina jugaba más o menos pero ganaba bien. Hasta que llega el partido contra Inglaterra. Diego Maradona hace un gol con la mano; lo sabe, sale festejando su gol mientras mira al juez de línea y al árbitro (el tunecino Alí Bennaceur), que no han notado la trampa, y Argentina se encamina a ganar un partido que hasta entonces no era de nadie. El nombre del árbitro, por supuesto, casi nadie en Argentina lo recuerda, cosa que hubiera sido al revés si el gol con la mano lo hubiera hecho nuestro rival. Aparecieron los eufemismos: “picardía”, “avivada”, fueron los primeros. Pero el que terminó instalándose fue, como no podía ser de otra manera, el más rimbombante: “la mano de Dios”. Un rato después, el Diegote dueño de lo inverosímil hizo realidad un gol inconcebible. Argentina a semis, con el Diez otra vez iluminado. Y contra Alemania en la final, un triunfo justo aunque con algún sobresalto y Argentina otra vez campeón del mundo de fútbol. Uau.