Amadeo Florentino Jacques nació en París, Francia, el 4 de julio de 1813. Realizó sus estudios en el Liceo de Borbón, y en la Escuela Normal, al tiempo que asistió al laboratorio químico Laurent llevado por su afición a las ciencias experimentales. Enseñó en Douai, Amiens y Versalles, y en 1837, se doctoró en letras en la Sorbona al presentar su tesis latina De platónica idearium doctrina… y otra en francés sobre Aristóteles, historiador de la filosofía. A esas ideas, hay que adscribir la Memoria sobre el sentido común como principio y como método filosófico, que leyó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, de París, el 12 de enero de 1839.
Poseyó además el título de licenciado en ciencias físicas de la Universidad de París. Profesor de la Escuela Normal Superior y del Liceo Luís el Grande, en esa capital, en 1842, editó las obras filosóficas de Clarke, Fenelón y Liebnitz, en 1843, y colaboró en la preparación del Diccionario de las Ciencias Filosóficas, de Franck. Al mismo tiempo con Julio Simón y Emilio Saisset, se asoció para publicar en Manuel de Philosophie a l’usage des Colleges, una de las mejores en su tipo escritas en Europa. Suyas son la “Introducción” y la primera parte relativa a la “Psicología”, admirables por la transparencia del estilo, por su sentido didáctico y por la coherencia de ideas que se desarrollan hasta construir una arquitectura espiritualista sin brechas. No obstante ello, algún día dirá a sus compañeros: “El día que yo escriba mi filosofía, comenzaré por quemar ese manual”. La Universidad de París fue blanco de una virulenta ofensiva que partía de sectores ideológica y políticamente opuestos, del que pertenecía Jacques. En busca del debate para explayar ideas sofocadas, el Ministro de Instrucción Pública Víctor Cousin, aceptó el reto, pero a medias, y terminó por prohibir la defensa que Simón Y Saisset, entre otros, hacían desde las páginas de la Revue de Deux Mondes.
Los coautores del Manuel de Philosophie a l’usage des Colleges no se arredraron e invitaron a Amadeo Jacques a fundar una revista que se llamó La Libertad de Pensar, en 1847, que habría de quedar en sus manos, y valerle la clausura de ella en 1850, su destitución de las cátedras, y la prohibición de ejercer la docencia bajo la dictadura bonapartista. El exilio fue su destino. Viajó a Montevideo, donde desembarcó el 30 de julio de 1852, con sus aparatos de física y una carta de recomendación de Alexander von Humboldt, fechada dos meses antes en Berlín, que de muy poco habría de servirle.
En la vecina ciudad aceptó un ofrecimiento del gobierno para reorganizar la Universidad. Allí comenzó a dictar un curso gratuito de física experimental en idioma español. Si bien sus primeras clases fueron un éxito, el pueblo de Montevideo no lo acompañó en su creación, viéndose obligado a dirigirse a Paraná, donde vendió sus implementos al colegio de esa ciudad.
Por apremios económicos se desprendió de estos instrumentos, pero los reemplazó por otros adecuados a la daguerrotipia, actividad que, cruzando el río, alternaría con mediciones agrarias.
En Buenos Aires abrió cursos libres y gratuitos de física, que también fracasaron. Buscando mejor fortuna se trasladó con Alfredo Cosson a Rosario a fines de 1853, donde se dedicó a la daguerrotipia, y luego a Entre Ríos. En 1854, se puso en contacto con Urquiza, entonces Presidente de la Confederación Argentina, quien le encomendó al año siguiente, la dirección de Catastro.
Pasó luego por Córdoba, y finalmente por espacio de unos años actuó en la ciudad de Santiago del Estero, donde con su compatriota Trauchard instaló una plantación de caña de azúcar.
Habitó en el Bracho en distintas oportunidades, y también mensuró las tierras de Añatuya, por encargo de su dueño, Gaspar Taboada.
El 31 de mayo de 1856 fue nombrado agrimensor general de la provincia, y ese mismo año, agregado científico a una expedición al río Salado y al Chaco.
Su amor a la tierra le hizo abandonar sus primitivas ideas de viajar a los Estados Unidos, y en ese año, contrajo matrimonio con Benjamina Martina Augier.
Una profunda desavenencia con el gobernador de la provincia y padrino de casamiento, don Manuel Taboada, lo instó a marcharse a la ciudad de Tucumán.
Tomó parte de la expedición al río Salado y la que se llevó a cabo contra los indios. La dio a conocer en Excursion ou Río Salado et dans le Chaco (París 1857), donde trae una vívida descripción de los sucesos de los que fue testigo, como de los paisajes y las costumbres de los pobladores.
En Tucumán intentó muchas cosas para sobrevivir: trabajó en daguerrotipia, como fotógrafo y retratista, fue agrimensor, amén de una veintena más de oficios, incluyendo el de panadero. En ese duro trajinar conoció a las figuras más preclaras del Tucumán de entonces: a José Posse, Agustín de la Vega, Próspero García, Uladislao Frías y Marcos Paz, quienes le fueron abriendo paso a su amistad.
En 1858, valorando su saber el gobernador Marcos Paz le dio la dirección del Colegio San Miguel, que estaba a punto de cerrar sus puertas. Su breve paso por allí fue decisivo en cuanto al criterio ordenador de los sistemas y procedimientos pedagógicos implantados. Marcos Paz lo designó bibliotecario del Colegio, que pronto se transformó en Biblioteca Pública, como también recibió e instaló un laboratorio de física conseguido gracias a la intervención de Juan María Gutiérrez.
En todo momento conservó inalterable la amistad con Alfredo Cosson y la admiración y el reconocimiento de Burmeister, con quien formó mesa de exámenes en el Colegio en 1859, e informó muy elogiosamente sobre la preparación de los alumnos. Pero pronto la calumnia, la insidia y los acontecimientos políticos-militares determinaron su alejamiento. El 1ero. de septiembre de 1860, renunció a la dirección del Colegio después de sufrir los atropellos de una soldadesca que le ocupó hasta el último rincón del establecimiento.
Publicó una serie de artículos en el diario oficialista El Eco del Norte, donde con letra incisiva, presentaba el panorama y la solución de los problemas que surgían, tratando de resolverlos. Debemos destacar también el proyecto de educación que redactó en El Liberal (Año 2, n° 32, mayo 4 de 1862), sucesor del anterior. Dicho proyecto lleva el título de “La Instrucción Pública en las Provincias Unidas del Río de la Plata. En el mismo periódico, dio a conocer la segunda parte que denominó Ideal de Instrucción Pública, donde hizo un estudio de la primaria y sus escuelas
Como Vicepresidente de la República, Marcos Paz, le ofreció los recursos necesarios para que iniciara una nueva tentativa en el Colegio Nacional de Buenos Aires, de reciente creación por Mitre, sobre la base del Seminario de Estudios Eclesiástico. Eusebio Agüero mantuvo su cargo de Rector, y en 1863, Jacques elaboró un plan la empresa de universalizar la cultura. Alguien ha dicho con justicia, que entonces “comenzó un período memorable de la enseñanza argentina”.
Fue miembro fundador del Círculo Literario, en 1864, y a la muerte de Agüero, desempeñó Jacques el rectorado, realizando una acción prodigiosa y fecunda. Su paso por el Colegio Nacional ha quedado perpetuado, desde el punto de vista humano, en las páginas de Juvenilla, de Miguel Cané, quien trazó un retrato nítido de su personalidad, desde el punto de vista de la enseñanza, en su Memoria, de 1865, verdadero testamento pedagógico que su muerte repentina dejó inconcluso. Transformó de manera sustancial las estructuras de la enseñanza hasta entonces conocida, adecuándolas a las conquistas de la ciencia, sin deterioro de las disciplinas clásicas. Planteó la enseñanza primaria, secundaria y superior, y aconsejó la clase elemental, de trasmisión entre las dos primeras, no para enseñar al alumno, sino “para prepararlo a aprender todo”.
Obra suya en lo esencial, fue el Plan de Instrucción Pública, que preparó justamente con Juan María Gutiérrez, José Benjamín Gorostiaga, Juan Thompson y Alberto Larroque, aunque no lleva su nombre. Fue presentado cuando Jacques había muerto.
Un derrame cerebral lo abatió en esta ciudad, en la madrugada del 15 de octubre de 1865. La sensación de su muerte fue indecible entre los alumnos del Colegio Nacional. A propósito de ello, Cané escribió una página emocionada cuando refiere el grito penetrante que pegó Eduardo Fidanza: “¡M. Jacques ha muerto!”. Sus alumnos lo llevaron a pulso hasta la tumba, y le levantaron un modesto monumento, que aún persiste.
Hablaron para despedir sus restos: Nicolás Avellaneda, en nombre del Poder Ejecutivo, Eduardo Costa, Alberto Larroque y Raúl Legout. Mitre en carta a Marcos Paz, dice: “es una muerte muy sensible y difícil de reemplazar para nosotros convenientemente…”. Este maestro de la Generación del Ochenta, ha sido magistralmente dibujado por Miguel Cané en su inmortal Juvenilla, el retrato de una época.