Charles Bonnet y el secreto de sus ojos

Hay mil millones de personas que han perdido la visión por afecciones que podrían haberse tratado o que aún están en condiciones de hacerlo. Hay 2500 millones de personas que no tienen acceso a los tratamientos disponibles y están discapacitadas total o parcialmente por no poder tratarse. La más común de ellas estas afecciones son las cataratas, hay millones de personas ciegas por cataratas en el mundo y una simple cirugía podría poner fin al drama… pero no hay medios para resolver este problema. Hay plata para llenar el planeta de arsenales nucleares y  para seguir adelante con la guerra en Ucrania, pero no para prevenir la ceguera… Siempre ha sido así, es así y me temo que será así.

Charles Bonnet y los ciegos

Y acá es que podemos comenzar nuestra historia de hoy, porque allá por el siglo XVIII los filósofos y pensadores de la Ilustración estaban muy preocupados por saber cómo podía llegar a ver una persona que jamás vio. ¿Reconocería el objeto que estaba ante sus ojos? ¿Nacemos con conceptos preconcevidos? El cuestionamiento había surgido ante una operación de cataratas realizada por el Dr. William Cheselden (1688-1752) –médico de la reina y de Sir. Isaac Newton–. Éste había relatado su experiencia con un joven que había nacido ciego y que Cheselden había operado exitosamente de cataratas (aún entonces se hacía reclinación del cristalino y no lo extracción como propuso poco después Jacques Daviel). La situación era tan excepcional que llamó la atención a John Locke (1632-1704), aquel pensador que sostenía que nuestra mente era una “tabula rasa”, es decir que nacemos con una mente en blanco y nuestras experiencias van dejando su impronta. ¿Qué mejor que un ciego que ve por primera vez para confirmar su opinión? Era la primera vez que una especulación filosófica encontraba un fenómeno experimental para sustentarla ¡Una verdadera revolución epistemológica!

Resultó ser que el joven que recuperó la visión no pudo reconocer los objetos que se le presentaban pero que los conocía al tacto. Necesitó palparlas para saber de qué se trataba. De esta forma, Locke vio confirmada su hipótesis: no nacemos con ideas innatas, lo nuestro es una tabla rasa sobre la que los sentidos escriben nuestra historia …

Mucho podríamos decir sobre el tema, ya que llegamos a este mundo con nuestra carga genética y epigenética y hasta un inconsciente colectivo … pero, también es verdad que las impresiones del medio nos conforman. Nosotros, los genes y las circunstancias.

Entre los pensadores de la época que siguieron de cerca este evento se encontraba el suizo Charles Bonnet (1720-1793) quien sostenía que los sentidos trasmitían las impresiones del mundo externo y que estos sentidos se amalgamaban en un “sensorium commune” y que esta “intima comunión” se llevaba a cabo en el cerebro, lugar donde confluían las percepciones e interactúan entre sí. Bonnet volcó sus conceptos en varios escritos como Meditaciones sobre el origen de las sensaciones, Ensayos analíticos, Contemplaciones de la naturaleza y Ensayo analítico sobre las facultades del almafue en este texto donde Bonnet describió un particular acontecimiento familiar. Resulta que su abuelo, Charles Lullin, era un protestante francés que había debido huir de Francia después de la Matanza de San Bartolomé. Este sentó cabeza en los alrededores de Ginebra donde nació su nieto. Charles Bonnet era un estudioso de la naturaleza que pasó 25 años cerca de Génova observando el medio, estudiando especialmente los insectos y meditando sobre lo que veía. Fue la primera persona en hablar de “evolución” y describir la  partenogénesis o  reproducción asexuada.

En 1769, Lullin, quien para entonces tenía 89 años y padecía un severo deterioro visual (catarata más maculopatía), refirió tener alucinaciones visuales. Decía ver personas, edificios e insectos que no existían. Charles Bonnet hizo una minuciosa descripción del cuadro que afectaba a su abuelo .

Este fenómeno fue recién incorporado como un cuadro psiquiátrico, en 1965, por el neurólogo suizo Georges de Morsier (1894-1982) quien evocó las descripciones de su compatriota bajo el nombre de Síndrome de Charles Bonnet. Este cuadro se da en personas con baja visón o ciegos. Generalmente la imagen percibida suele ser más pequeña de lo normal (liliputiense). Los que padecen este síndrome se dan cuenta que esas percepciones no son reales, pero cuando las refieren a los que las rodean pueden interpretarlo como una curación milagrosa del no vidente.

En otras oportunidades se preocupan por que estas personas, además de perder la vista piensan que, esté perdiendo la razón. De allí que estas alucinaciones crean ansiedad en la víctima y el entorno.

Este síndrome puede darse en diversas patologías como degeneraciones retinales, glaucomas terminales y aun en cataratas.

La génesis de estas imágenes no se da en el globo ocular sino en la corteza occipital responsable de la visión. Estudios actuales suponen que estas imágenes son activaciones endógenas de la corteza en las áreas de la visión, especialmente aquellas responsables de la percepción de los colores.

Curiosamente el mismo Charles Bonnet sufrió un deterioro visual que lo obligó a abandonar su actividad como entomólogo para dedicarse a la actividad filosófica y epistemología basada en la concepción de Gottofried Leibniz. Ambos sostenían que no habían existido sucesivos actos de creación –como la da a entender el Genesis– sino un acto único que se moviliza por propia fuerza en un único proceso evolutivo.

Bonnet

Estos conceptos fueron recogidos por James Burnett (1714-1799), conocido como Lord Monboddo, quien incluyó entre sus trabajos la idea de “selección natural”. Erasmus Darwin (1731-1802) tuvo acceso a los escritos de Lord Monboddo, que también fueron leídos por su nieto Charles, donde también Monboddo relaciona a los humanos con los primates.

El concepto de la evolución de las especies no fue un chispazo de genialidad sino la evolución de una idea que de una u otra forma hubiese iluminado a la sociedad. De hecho, Alfred Wallace (1823-1913) desarrolló un concepto paralelo al de Darwin, solo que éste lo expuso con cierta anticipación.

Charles Bonnet se vio obligado a abandonar su trabajo de campo por problemas visuales, desde entonces se dedicó a meditar y escribir sobre lo que había visto en sus años de estudio.

Como no tuvo descendencia, adaptó a un sobrino de su esposa Horace Bénédict de Saussure (1740-1799), también británico, un destacado alpinista, promotor del estudio científico de la meteorología, gracias a una serie de instrumentos que desarrolló.

La declinante visión de Bonnet lo obligó a requerir asistencia para continuar con su labor intelectual hasta su muerte a los 73 años.

Charles Bonnet, al igual que su abuelo, sufrió alucinaciones visuales que, con los años, honrarían su nombre.

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