Al cumplirse cincuenta años de la primera edición de Alicia en el país de las Maravillas, Chesterton se compadecía de esta niña: “Pobre Alicia, no sólo debe estudiar sus lecciones sino que ahora debe enseñar. Sus vacaciones han terminado. Habrá cientos de exámenes que revisar con preguntas tales como:
1- ¿Qué significado tiene el sombrero?
2- ¿Qué sabe usted de la Reina Roja?
3- Relate en cien palabras las movidas del juego de ajedrez en el texto de “A través del espejo”.
4- Díganos cuál es el origen de Tweedledum y Tweedledee.”
Para aquellos que no han leído Alicia en el país de las Maravillas en su versión original, una buena parte del libro permanece inasible, con chistes privados, acotaciones misteriosas y juegos de palabras propias de los tiempos de la reina Victoria que le agregan el encanto de la ambigüedad. La gente de habla inglesa ha tratado de eliminar esta ambigüedad -por suerte, sin éxito- a través de una sistemática disección literaria como bien señalaba Chesterton.
Existe una infinidad de artículos, libros, ensayos y hasta ¡sociedades!1 que estudian el texto con el mismo espíritu con el que el autor Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898) -más conocido como Lewis Carroll- analizaba una ecuación. Dodgson -un predicador tímido, tartamudo, miope, excelente fotógrafo, excéntrico y solterón- fue un brillante matemático, profesor de la materia en la Universidad de Oxford.
Que de la pluma de un personaje tan peculiar, más tarde acusado de “voyeurista” y pederasta, brotase esta obra tan fresca y alegórica en un tiempo de hipócrita recato moral, como fue la Inglaterra victoriana, es un hecho inusual. No es extraño que surjan estos múltiples análisis para develar sus misterios.
Dodgson no parece a primera vista un personaje que describiese episodios sin sentido, en forma azarosa; su texto invita a descubrir el hilo conductor, la clave secreta que devuelve la lógica al relato. La obra nace una tarde de verano en que el reverendo Dodgson lleva a las hermanas Liddell, hijas de su superior, a un viaje en bote a lo largo del río Támesis. Para amenizar el trayecto, éste cuenta la historia de la joven Alicia, mismo nombre que una de las hermanas, mientras recorría un mundo extraño y maravilloso persiguiendo a un conejo. El relato hace referencia a personajes de la época, docentes de la universidad y amigos en común que le confieren un aire críptico y misterioso.
Para descubrir las claves de estas bromas íntimas, la obra se ha prestado a todo tipo de interpretación simbólica, política, metafísica, matemática y hasta psicoanalítica
Shane Leslie, por ejemplo, en su ensayo Lewis Carroll y el movimiento de Oxford (1933) está convencido de que el libro narra la historia secreta de las controversias religiosas imperantes en la época. Por ejemplo, el frasco de mermelada de naranja es un símbolo del protestantismo (¿acaso Guillermo de Orange no lo era?). La batalla del Caballero Blanco contra el Caballero Rojo es el choque entre Thomas Huxley y el obispo Samuel Wilberfoce sobre el recientemente aparecido libro El origen de las especies, de Charles Darwin. La afirmación de que el hombre descendía del mono parecía, a primera vista, una confrontación irreconciliable entre la ciencia y la religión. Huxley, el caballero de Darwin, se aprestó a defender con vehemencia la obra de su amigo frente a los embates del obispo Wilberfoce. La discusión hizo historia, más cuando Huxley -ante las burlas del obispo sobre el origen simiesco de la humanidad- le dijo que prefería descender de una mona que defendía a sus hijos antes que de un prelado que hacia uso de su intelecto para un fin tan poco noble como el que esgrimía, burlándose de la evidencia científica. Para Dodgson, sin duda, Huxley era el Caballero Rojo…
No conforme con estas afirmaciones, Leslie nos informa que la Oruga Azul era Benjamín Jowett (un celebre teólogo de Oxford, conocido por su enorme cultura a punto tal que en la Universidad sus alumnos decían que “lo que él no sabía no era conocimiento”).
La Reina Blanca sería el cardenal John H. Newmann, el presbítero anglicano convertido al catolicismo que aspiraba que la iglesia de Inglaterra volviese a sus raíces. Su epitafio resume su vida: “Pasó de las sombras a las imágenes de la verdad”.
La Reina Roja no sería otro más que el cardenal Henry Manning, un converso al catolicismo como Newmann, pero con más inquietudes sociales. Manning apoyó movimientos de fuerza como la huelga en los muelles de Londres en 1889.
Por último, el gato de Cheshire -con su sonrisa tan enigmática- sería el cardenal Nicholas Wiseman, otro cardenal católico apostólico romano que, al igual que Newmann y Mailing, llegó a ser arzobispo de Canterbury.
En años más recientes imperaron las interpretaciones psicoanalíticas con connotaciones eróticas, más cuando se conocieron las fotos sacadas por Dodgson de jóvenes núbiles desnudas. Caer en la madriguera de un conejo o quedar atrapada en una casa que se hace cada vez más pequeña, adquieren otra dimensión ligada a la falta de ataduras que concede la libre asociación. La voracidad de Alicia se torna en una desmedida fijación oral y las implicancias sádicas de las conductas de la niña abonan un terreno resbaladizo donde todo puede ser sobre interpretado. Por ejemplo, de Mock Turtle, la falsa tortuga, podría decirse que es un símbolo de la virginidad, el sexo escondido en un caparazón inexpugnable, cuando en realidad la falsa sopa de tortuga es una comida inglesa muy popular. Como los marinos ingleses estaban acostumbrados a comer tortugas durante sus periplos por los mares, también querían saborearla cuando volvían a Inglaterra, pero allí no se encontraban quelonios y los cocineros crearon con los desechos de las reses, una sopa que se le parecía y a la que llamaron falsa tortuga. La expresión, que debía encender la imaginación de los niños, condujo a crear este Mock Turtle con orejas y patas de ternera pero con un caparazón para justificar su presencia en una sopa.
El hecho de que la muerte del padre de Dodgson fuese para él un golpe terrible, hace buscar a los exegetas freudianos del texto elementos de un complejo de Edipo irresuelto, que encuentran en las Reinas y en los Reyes. Mientras que la Reina de Corazones y la Reina Roja son criaturas desalmadas, el Rey de Corazones y el Rey Blanco son amables figuras paternales. ¿Acaso la misma Alicia no representa la búsqueda de un símbolo maternal? Estas fueron las conclusiones a las que arribó el Dr. Phyllis Greenacre -un psicoanalista de Nueva York- al analizar la obra a luz de la ortodoxia psicoanalítica.
Alicia da para todos los gustos. En esta pluralidad se encuentra una de sus virtudes.
El origen de las excentricidades del reverendo Dodgson permanecerá oscuro, como algunos detalles de la vida de este profesor de matemáticas, conocido entre sus alumnos por sus clases insípidas y aburridas, a diferencia de sus libros, aun de los libros de matemática, donde plantea problemas originales y divertidos.
Quizás la diferencia entre su rigidez externa y riqueza interior deba buscarse en su aspecto, desgarbado y asimétrico. Tenía un hombro más alto que el otro y una leve torsión en la comisura de los labios. Sus ojos azules que no eran exactamente del mismo color. Sufría terribles migrañas que reflejan en la magnificación y empequecimiento de Alicia, la macropsia y micropsia que asola a los jaquecosos y que los neurólogos han llamado Síndrome de Alicia (en un mundo no tan maravilloso). Caminaba inclinado hacia delante, tenía un leve temblor del labio superior, era sordo de un oído y tartamudeaba. Esta dificultad en el habla lo convirtió en Dodo, la extraña ave que acompaña a Alicia en su aventura2 .
Políticamenteera unTory, un conservador pero también era un ocultista, convencido, perteneciente a la Society for Psychical Research. Era un amante del teatro pero se oponía al uso del lenguaje vulgar sobre las tablas. Acariciaba el proyecto de escribir una versión simplificada de la obra de Shakespeare para ponerla al alcance de las niñas, que ejercían una fascinación irrefrenable sobre el reverendo Dodgson. Sin embargo aconsejaba que las niñas se educasen en colegios exclusivos sin mezclarse con las nocivas compañías masculinas.
Su obsesión por las jovencitas se refleja en los innumerables retratos fotográficos de niñas que realizó a lo largo de su vida. Por supuesto que sus favoritas eran las hermanitas Liddell. La creciente intimidad con ellas, con las que compartía juegos, cuentos y viajes por el río, llegaron a un final abrupto impuesto por la madre de Alicia, Lorina Liddell, quien además destruyó todas las cartas que Dodgson le había enviado a su hija.
Quizás la intensa labor académica matemática y literaria que Dodgson encaró desde entonces haya sido una forma de evasión, como él mismo confiesa en la introducción de su libro Curiosa Matemática, una serie de acertijos aritméticos que mantiene la mente alejada de “pensamientos escépticos (y) de ideas blasfemas que se clavan en las almas más reverentes”.
Entre sus hobbies estuvo la fotografía que le sirvió de pasaporte -junto a su prestigio literario- para acceder a la intimidad de la respetable clase media inglesa y a los artistas más célebres de la época victoriana. Tennyson, Millais, los Rossetti, Ellen Ferry y el mismo príncipe Leopoldo, el fallido pretendiente de la hermosa Alicia, fueron sólo algunos de los retratados por Dodgson.
Una cruel ironía del destino fue que para cuando Dodgson publica en 1865 la maravillosa historia nacida de esta relación, todo vínculo emocional con Alicia Liddell era cosa de pasado. Algunas versiones señalan que Dodgson le habría declarado su intención de casarse, cosa que no le cayó bien ni a la niña, ni a la madre de la niña. La señora Liddell pretendía un novio de mayor alcurnia para su hija. Sus expectativas se hicieron realidad y unos años más tarde Alicia mantuvo una relación sentimental con el príncipe Leopoldo de Inglaterra. Naturalmente, la reina Victoria vio improcedente que su hijo se casara con una plebeya y la señora Liddell coincidió con las apreciaciones clasistas de su adorada emperatriz. El espíritu victoriano le otorgaba a las clases sociales características de compartimentos estancos.
Alicia se casó con un tal Reginald Hargreaves pero permaneció en contacto de por vida con el príncipe Leopoldo. Éste le regaló a Alicia para su boda un anillo que lució durante el enlace. El príncipe, como era de esperarse, se casó con una princesa y tuvo una hija a la que llamó Alicia.
Mucho se ha escrito sobre el espinoso tema de las fotos de las púberes desnudas, esas que ejercían una atracción irresistible sobre el reverendo. Sin embargo, no existe el menor indicio de una relación impropia. Cualquier exceso hubiese implicado un escándalo del que no existe registro. En realidad, Dodgson refleja una tendencia victoriana al exaltar la pureza virginal de las núbiles. Existen fotos de otros autores que tocan el mismo tema, las mismas poses y reflejan idéntica inocencia, envuelta en un intenso pero disimulado erotismo.
Por eso resulta inadecuada la comparación con Humbert, el narrador de Lolita, de Vladimir Nabokov. Las ninfas que acosan a Humbert son carnales, no así las niñas de Dodgson que le otorgan, justamente, un sentimiento de seguridad sexual por ser inaccesible.
La obra de Dodgson amalgama esta curiosa combinación de inocencia y atracción heterosexual. De haber estado contaminado por el deseo jamás hubiese brotado de su pluma una historia fresca y pura como la de Alicia en su mundo maravilloso.
1- The Lewis Carroll Society of North America. El periódico Jabberwock, The Carrollian, Edgard Guiliano, “Lewis Carroll and another international bibliography” y el “Annoted alce”, de Martin Gardener.
2- En el museo de Oxford existía un cuadro del Dodo, animal oriundo de Nueva Zelanda para entonces extinto.
Texto extraído del libro Alicia en el país de Alicia (Olmo Ediciones)