Pedro de Angelis tuvo una vida agitada, hijo de un prestigioso historiador. Pedro tuvo una esmerada educación, que lo acreditó como maestro de los hijos del Príncipe Murat y la hermana de Napoleón.
Después de participar, junto a su hermano, en el Congreso de Viena, Pedro rehace su carrera militar. En 1818 se lo encuentra en Ginebra vinculado a la masonería. En 1820 participó de la Revolución Carbonaria que proponía la liberación de Italia. Poco después partió hacia Rusia con la misión de discutir la delicada situación de Nápoles ante el Zar Alejandro, convertido en el árbitro de Europa. Imposibilitado de cumplir su misión, permaneció en París, donde colaboró con varias revistas. De esa época son 215 artículos publicados en diversos medios, relacionándose con Madame de Staël, Antoine-Louis-Claude Destutt, la condesa de Ortoff, Quizol y el mismísimo marqués de Lafayette. En esos años es que también conoce a Bernardino Rivadavia, quien lo convence de las bondades del nuevo país americano que le tocará presidir. Una curiosa paradoja, el defensor literario del federalismo llegará a estas orillas a instancias del ideólogo del unitarismo.
En 1827, casi al final de la presidencia de su mentor, De Angelis arriba a Buenos Aíres con su esposa, Melanie Dayet, una suiza ex “femme de chambre” de la condesa de Ortoff.
Aquí comienza de Angelis sus labores de editor, docente y periodista en El Lucero, El Monitor, y la Gaceta Mercantil.
Entre 1835 y 1837 publicó su “Colección de obras y documentos” relacionados con el Río de la Plata, aunque la carestía del papel le impidió completar esta obra (y obligar a venderla por kilo). Esta colección le valió ser consagrado como intelectual tanto en América como en Europa. Rosas le confió la dirección de la Imprenta del Estado hasta el final de su mandato.
Desde allí publicó una serie de folletos contra los agentes franceses en tiempos del bloqueo.
En 1841 aportó artículos al Archivo Americano, donde rescata valiosos documentos que servirán para apoyar la soberanía nacional, en oposición a la intromisión de las grandes potencias. No hay tema que le haya sido ajeno: política, economía, derecho, historia, educación, la soberanía de las Islas Malvinas, un diccionario guaraní-castellano y hasta un proyecto de Constitución, que en 1852 le presentó a Urquiza.
Sin embargo, su defensa de la figura de Rosas (al que dedica un Ensayo Histórico sobre su vida) le trae problemas con los gobiernos que suceden a don Juan Manuel. Su figura e importancia entra en declive a pesar de haber sido un intelectual de fuste que acumuló documentación de relevancia para el país y toda América.
Después de la caída del rosismo y para poder mantenerse, puso a la venta su inmensa biblioteca, que fue adquirida por el Imperio de Brasil en 1853. (Actualmente se encuentra en la Biblioteca de Río de Janeiro y cuenta con 4.076 piezas).
Por sus aportes, el emperador Pedro II, le concedió la Orden de la Rosa.
El 10 de febrero de 1859 murió achacoso y olvidado, en su casa de la calle Santa Clara (actualmente, Alsina) y fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta.