La orden de reprimir la había dado Deng Xiaoping, por entonces presidente de la Comisión Militar Central de la República Popular China. Deng Xiaoping había sido un reformista moderado; defendió la descentralización económica, la incorporación de algunos principios de libre mercado en el comunismo chino y buscó vínculos más estrechos con Occidente. Pero la libertad política era otra cuestión, en eso Deng no transaba.
Las protestas, que sacudieron Pekín y decenas de otras ciudades en China, habían comenzado a fines de abril de ese año. Empezaron como una conmemoración de la reciente muerte (ocurrida el 15 de abril) de Hu Yaobang, ex-secretario general del Partido Comunista, de tendencia reformista, que había sido un gran crítico de Deng Xiaoping. Hu había sido obligado a dimitir del Partido Comunista debido a su perfil inconformista y su apoyo a otras protestas anteriores registradas en Pekín.
El espontáneo duelo público por Hu, liderado por estudiantes, se fue transformando en una gran manifestación ciudadana que reclamaba que su legado fuera honrado con amplias reformas, como la libertad de prensa y la libertad de reunión, entre otras cosas. En Pekín, más de un millón de manifestantes ocuparon la plaza enarbolando banderas y pancartas, convirtiéndose en la mayor movilización en la historia de la China comunista.
Las protestas se extendieron a varias ciudades y universidades de todo el país, se prolongaron casi seis semanas y en ellas se juntaron personas de todos los ámbitos de la sociedad. A medida que obreros, intelectuales y otras personas se agregaban a la manifestación, las demandas de reformas se fueron convirtiendo en exigencias mayores. Las protestas y quejas involucraban la inflación, los salarios, los problemas de vivienda, exigir más libertades democráticas y el fin de la corrupción; incluso muchos pedían que Deng Xiaoping dejara de tener injerencia en el gobierno.
Las demandas generaron una presión sin precedentes para el Partido Comunista, cuyos líderes se mostraron divididos en cuanto a cómo responder. Prevaleció la posición de la línea dura, así que Deng Xiaoping declaró la ley marcial. El gobierno acusó a los líderes estudiantiles de “conspirar para negar el liderazgo del Partido y del sistema socialista”, frase extensa que trataría de jusificar sus acciones posteriores.
El 13 de mayo, algunos estudiantes iniciaron una huelga de hambre en la plaza de Tiananmen, donde Den Xiaoping tenía previsto recibir al líder soviético Mikhail Gorbachov dos días después. Y aumentaron la apuesta colocando en la plaza una reproducción de la estatua de la Libertad, lo que fue tomado como una franca actitud provocadora. Los periodistas occidentales que iban a cubrir la visita de Gorbachov, primer contacto oficial entre China y la URSS en treinta años, empezaron a cubrir este inesperado evento y eso hizo que la atención mundial se centrara en la sentada de la gente en la plaza Tiananmen.
El 20 de mayo, después de que un millón de chinos acudiera a Pekín para apoyar a los estudiantes, los manifestantes levantaron barricadas para bloquear el paso de los tanques.
La noche del 3 de junio, el ejército chino recibió la orden de Den Xiaoping de reprimir las protestas que llevaban casi siete semanas en la plaza de Tiananmen. Hacia el amanecer del día siguiente, luego de que el gobierno solicitara sin éxito a los manifestantes que se dispersaran, los tanques comenzaron a avanzar, aplastando las carpas de los que permanecían en la plaza. Los manifestantes huyeron, algunos de sus líderes fueron arrestados, otros se escondieron. Un segundo grupo de tropas y tanques del Ejército de Liberación Popular y de la policía se dirigió también a la famosa plaza abriendo fuego a su paso, según los relatos de los sobrevivientes. De hecho, la mayoría de las muertes no ocurrieron en la plaza sino lejos de allí, al paso de las fuerzas de seguridad por otros puntos de la capital. En las calles que conducen hacia la plaza, muchas personas miraban atónitas lo que ocurría mientras otras trataban de escapar; la multitud vitoreaba cuando se incendiaban autobuses y vehículos militares, gritando “fascistas” y “asesinos” a los militares. Las tropas disparaban indiscriminadamente, a pesar de lo cual miles de manifestantes se rehusaban a abandonar el lugar, sin poder comprender cómo su propio ejército los atacaba.
Al día siguiente, ya despejada la plaza, una columna de tanques se retiraba del lugar por la avenida Chang An. Un hombre que llevaba unas bolsas de plástico se paró inmóvil frente al primero de los vehículos para evitar su paso. No le dispararon ni intentaron arrollarlo. El tanque hizo un intento de esquivarlo, pero el hombre le siguió cortando el paso. Nadie sabe quién era ese hombre ni qué pasó con él; el diario británico The Sunday Express informó que el hombre se llamaba Wang Weilin, pero la información es de dudosa veracidad. También lo es la información sobre el destino de ese hombre; hay versiones que dicen que fue fusilado, otras que fue apresado, otras que está vivo y libre. Lo que sí es cierto es que para el mundo fue la imagen de la brutalidad del régimen chino contra sus propios ciudadanos.
En un principio, el gobierno chino negó que alguien hubiera muerto a tiros en la plaza. De hecho, el gobierno chino jamás informó cuántos manifestantes murieron y no hay cifras oficiales, aunque se estima que la cantidad de víctimas fue de cientos o miles.
Occidente respondió con sanciones, pero lo único que lograron fue que Deng liberara a unos cuantos presos. Desde la perspectiva del gobierno chino, lo ocurrido en Tiananmen fue un incidente de turbulencia política en la que las fuerzas de seguridad tuvieron que intervenir para hacer frente a elementos “contrarrevolucionarios”.
Desde entonces, el gobierno chino ha intentado eliminar completamente de la memoria colectiva lo ocurrido, aunque la fecha es conmemorada en Hong Kong y Taiwán, y se recuerda en los medios occidentales con frecuencia.