Miguel Serveto y Conesa (1511-1553) es el mejor ejemplo del médico renacentista que extendió sus inquietudes intelectuales a terrenos ajenos al arte de curar en una época convulsionada por las diferencias religiosas. De hecho, la mayor parte de sus descripciones científicas fueron escritas dentro de los textos de Teología. Mientras que Paré, Vesalio y Paracelso se concentraron en la actividad asistencial, Serveto participó de los grandes movimientos intelectuales del siglo XVI, expresando sus creencias con sinceridad temeraria, a punto de crearle poderosos enemigos que conspiraron contra su integridad física. Algunos historiadores pretenden ver en Serveto una suerte de mártir de las ciencias, como lo demuestran sus escritos religiosos, que lo condujeron a su trágico final.
Miguel Serveto y Conesa, alias Revés, conocido como Michell de Villenave o Michael de Servet, nació en Villanueva de Sigena, Huesca, reino de Aragón, donde aún se encuentra su casa natal. Su padre, Antón, era notario del Monasterio de Sigena y su madre descendiente de judíos, conversos. El apodo de “Revés” provenía de un distinguido ancestro emparentado con los Serveto, cuyo nombre retuvieron dado el prestigio del apellido. Discípulo de Fray Juan de Quintana, confesor de Carlos I, viajó junto a su mentor a través de una Europa convulsionada por la Reforma. Junto a Quintana asistió a la coronación de Carlos V en Bolonia. A la muerte de su maestro, Serveto se dedicó a conocer Alemania y Francia, donde se interiorizó de la prédica protestante. Aunque coincidió con varios de los postulados de Lutero, también expresó sus disensos. En estas diferencias entre protestantes y católicos encontramos una explicación a tantos “alias” que utilizaba el buen doctor, a fin de escabullirse de fanáticos y fundamentalistas de ambos credos. Por ejemplo, en 1537, mientras daba clases en la Universidad de París, se hacía llamar Michel de Villeneuve, la versión afrancesada de su apellido que evocaba su pueblo natal. Al cambiar de nombre frecuentemente, pretendía confundir a los interlocutores sobre su origen e identidad.
Fue en París donde expuso su observación sobre la circulación pulmonar, un concepto revolucionario para su tiempo. Este hallazgo más la publicación comentada de la geografía de Ptolomeo y su curso de astrología (donde defendía la influencia de las estrellas sobre los eventos futuros) lo enfrentó con la comunidad universitaria. Al ver los ánimos caldearse, Serveto decidió abandonar la docencia y desempeñarse como médico del arzobispo de Vienne, lugar donde escribió Restitución del cristianismo, continuación de su pensamiento religioso expresado en textos predecesores como Errores de la Trinidad, Diálogo de la Trinidad y Sobre la justicia del Reino de Dios. En estos volúmenes señalaba que el dogma de la Trinidad carece de toda base bíblica. Para Serveto la Santísima Trinidad eran “tres fantasmas” o un “cancerbero de tres cabezas”, es decir, una mentira. A fin de aumentar la controversia, sostenía que todos aquellos que creían en esta doctrina eran “ateos”, es decir, hombres sin Dios. También concluye Serveto que Jesús, al ser un hombre nacido de mujer, no es eterno aunque lo reconoce como divino por gracia de Dios.
A Miguel Serveto le tocó vivir en un mundo convulsionado por la intolerancia, mientras que él propugnaba la libertad de conciencia, con afirmaciones tales como: “Ni con estos ni con aquellos estoy de acuerdo en todos los puntos, ni tampoco en desacuerdo. Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo… fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la Iglesia, conteniendo el deseo de profetizar”. Si el mundo hubiese escuchado a Serveto en lugar de caer en los excesos del dogmatismo, nos hubiésemos ahorrado miles de muertos por culpa de la intolerancia, pero no fue así, y sus opiniones le crearon enemigos. Serveto fue una víctima propiciatoria en el altar de la tolerancia.
Serveto era de la opinión de que Cristo estaba en todas las cosas, (un concepto cercano al panteísmo) y a su vez se mostraba contrario al bautismo a temprana edad porque sostenía que cada uno debía elegir su religión cuando tuviese un criterio formado a fin de comprender su elección. Jesús lo había hecho a los 30 años. ¿Acaso no había un mensaje en este gesto?
Su pensamiento científico sobre la circulación pulmonar no estaba exento de criterios religiosos, ya que sostenía que el alma tenía sede en la sangre (al igual que Descartes creía que se localizaba en la epífisis) y que, gracias a la sangre, el alma llegaba a todo el cuerpo. Así se cumplía su precepto de que el mundo estaba lleno de Cristo hasta en sus más minúsculas porciones.
Estas teorías de Serveto le acarrearon problemas con cristianos y protestantes, legos e intelectuales por igual. La Inquisición lo buscaba y Calvino, con quien había tenido inicialmente una relación cordial, se distanció, especialmente después de la lectura de su último libro, Institución de la Religión Cristiana. El tono del libro lo disgustó, por sentirse identificado con uno de los personajes del diálogo. Calvino le devolvió la copia que le había enviado con un apunte inquietante: “No saldrá vivo de Ginebra”, lugar donde Calvino era amo y señor. Serveto minimizó esta advertencia. Parecía menospreciar el peligro que implicaba el rechazo de sus ideas. No solo le envió el texto a Calvino, sino a la misma Inquisición española. Jugaba con fuego y damos en suponer que él sabía lo que hacía.
Una nota anónima puso en sobreaviso a la Inquisición de Lyon. El hereje Miguel Serveto no era otro que el médico del arzobispo que se hacía llamar Michael Villeneuve. Serveto fue apresado y condenado a morir en la hoguera, pero logró huir, y en su lugar fue quemado un muñeco. ¿Acaso esta denuncia anónima pertenecía al mismo Calvino? Imposible confirmarlo. Sin saber adónde ir, Serveto fue a Ginebra. No solo cometió este desatino, sino que, desafiante, concurrió a la misa oficiada por el mismo Calvino, quien lo reconoció y lo hizo apresar. En la cárcel fue sometido a torturas que no lograron doblegarlo. Durante el juicio confirmó sus dichos: negó la Trinidad y afirmó que solo de adultos podíamos bautizarnos. No solo se defendió, sino que atacó y exigió que Calvino también fuera juzgado por herejía. Lamentablemente, Serveto estaba condenado al momento de poner sus pies en Ginebra y fue sentenciado a morir en la hoguera el 27 octubre de 1553. Ese día fue quemado junto a sus libros
Su muerte no fue inútil: Serveto se convirtió en mártir de la libertad de pensamiento y con los años esta condición se convertiría en un derecho civil. Matar a un hombre por sus ideas no es la defensa de una doctrina: es matar un hombre y, aunque suena a una obviedad, aún la humanidad comete el mismo error una y otra vez por la intolerancia que domina este ancho mundo.
Por mucho tiempo los ginebrinos consideraron la muerte de Serveto como una mancha en su condición de ciudad libertaria, pero tardarían en reconocer tal exceso.
A cuatro kilómetros de Ginebra, en la ciudad francesa de Annemasse, en 1903 se erigió un monumento en honor a Serveto, obra de Clotilde Roch. La estatua fue destruida por los alemanes durante la Primera Guerra Mundial y reconstruida años más tarde. Recién en 2011 y después de largos debates, el ayuntamiento de Ginebra erigió una copia del monumento de Roch cerca del lugar donde Servet fue quemado para recordar el suplicio del médico y humanista aragonés, cuyo ejemplo y perseverancia lo elevaron a la dimensión de héroe de la libertad de expresión.