Manuel Belgrano, uno de los padres de la Patria, supo de luces y de sombras, de éxitos y fracasos, de glorias y pesares, que se distribuyeron a lo largo de esos diez años de gesta libertaria. Lo recordamos izando la enseña patria, encabezando los ejércitos nacionales, y en sus momentos más brillantes en Salta y Tucumán, pero también pesaron sobre él derrotas funestas y es parte de su legado la entereza que mostró en esos momentos tan oscuros.
Hombre de ideas innovadoras, Belgrano dejó la comodidad de su trabajo como abogado para devenir en improvisado General. Consciente de sus limitaciones, le escribía a San Martín apenas dos días antes de la formidable derrota de Vilcapugio: “Por casualidad, o mejor diré, porque Dios lo ha querido, me hallo de General sin saber en qué esfera estoy. No ha sido esta mi carrera y ahora tengo que estudiar para desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta terrible obligación (…)”.
Tomado por sorpresa en la Pampa de Vilcapugio, los patriotas perdieron más de mil hombres y toda la artillería durante la contienda. Solo la oscuridad de la noche le permitió retirar lo que quedaba de su ejército. Lo paradójico de esta derrota y la de Ayohuma, acontecida 40 días más tarde, fue que parte de los efectivos realistas que lo hostigaron eran antiguos prisioneros del ejército español que el mismo Belgrano había liberado bajo la condición de no volver a tomar las armas contra los gobiernos patrios. Sin embargo, estos exprisioneros fueron relevados de su juramento por el arzobispo de Charcas y por tal razón volvieron a luchar contra los criollos, asistiendo a las derrotas del General.
Bartolomé Mitre, en su historia de Belgrano, dice: “nunca el General fue más grande como militar ni más inhábil como político“. El coronel Dorrego, quien se recuperaba de sus heridas en Jujuy (además de estar sancionado por indisciplina), no tenía en alta estima a Belgrano, y descalificó esta actitud magnánima como infantil y cuya “inocencia” le estaba pasando una onerosa cuenta. Pero Belgrano mantuvo la entereza frente a esta derrota inesperada, “La victoria nos ha engañado para pasar a otras manos”, les dijo a los sobrevivientes del desastre, “pero en nuestras manos aún flamea la bandera de la patria“. El mismo General custodió la retaguardia, fusil al hombro, durante esa retirada entre las sombras.
Derrotado una vez más en Ayohuma, Belgrano debió emprender otra retirada en peores condiciones. Lo único que ordenó entonces fue que los pocos soldados que lo acompañaban rezasen el Rosario.
Con estas derrotas el gobierno patrio vivía momentos apremiantes. Belgrano había perdido el respeto de sus subordinados y la confianza de sus superiores. Era menester reemplazarlo, y el hombre del momento era San Martín, después de su victoria de San Lorenzo. Sin embargo, éste se resistía a reemplazar a Belgrano, con quien mantenía una amable relación epistolar además de estar gestando su estrategia continental. Fue Nicolás Rodríguez Peña quien le escribió al futuro Libertador, una nota fechada el 27 de diciembre de 1813: “tenemos el mayor disgusto por el empeño de usted en no tomar el mando en jefe del Ejército Auxiliar del Perú y crea que nos compromete mucho la conservación de Belgrano. Él ha perdido hasta la cabeza y en sus últimas comunicaciones ataca de un modo atroz a todos sus subalternos, incluso a Díaz Vélez”. El ejército del Norte se había politizado y las distintas facciones en pugna conspiraban contra su correcto funcionamiento. Compelido por el gobierno nacional, San Martín aceptó el cargo.
Durante el histórico encuentro en la Posta de Yatasto, ambos próceres tuvieron la oportunidad de conocerse personalmente y charlar sobre diversos temas políticos en forma confidencial. Antes de volver a Buenos Aires, Belgrano le escribió a San Martín: “acuérdese usted que es un General cristiano… cele usted de que, en nada, ni aún en las conversaciones más triviales, se falte el respeto de cuanto diga a nuestra santa religión”. La misiva concluye aconsejándole a San Martín implorar a nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola generala y que de ninguna forma “olvide los escapularios a la tropa”.
Pronto el improvisado general recuperó un puesto de prestigio. La Revolución no podía prescindir de hombres de su talento. Viajó a Europa en busca de un Rey para gobernar estas tierras, propuso un descendiente del Inca como monarca y nuevamente se hizo cargo del Ejército del Norte, donde lo esperaban nuevos sinsabores.
Enfermo y prisionero, volvió a Buenos Aires, donde se enfrentaría con la muerte. Sus pasadas glorias que no fueron inmediatamente reconocidas por sus coetáneos. Finalmente, la historia alumbró su gesta, que incluía también estas horas tan oscuras.
Esta nota también fue publicada en La Nación