Alejandro Magno, el conquistador enterrado como un faraón en una tumba extraviada

Hace más de 2300 años, fallecía el conquistador más famoso de Occidente, Alejandro de Macedonia, llamado el Magno. Es difícil precisar con certeza la fecha exacta, pero se sabe que fue a mediados del mes de junio, entre el 10 y 12, del año 323 a.C., cuando aún no había cumplido 33 años. Murió en circunstancias misteriosas en el fastuoso palacio de Nabucodonosor en Babilonia. Se sabe que su agonía duró unos 10 días. Semanas antes, había navegado por los pantanos que rodeaban esa ciudad. Muy probablemente allí contrajo la malaria o paludismo, enfermedad que aún hoy ocasiona estragos en el mundo.

Sin embargo, las distintas versiones se prestan a diversas hipótesis: un toxicólogo neozelandés llamado Leo Schep esbozó la teoría que Alejandro fue envenenado con Veratrum álbum (eléboro blanco o ballestera). Esta sustancia, usada como emético, ocasiona una muerte con dolores y debilidad muscular.

Un signo de divinidad

El relato histórico nos cuenta que el cadáver de Alejandro no entró en descomposición hasta una semana después de muerto, generando una serie de hipótesis sobre la causa de defunción. La Dra. Katherine Hall agrega una nueva perspectiva a este periodo final, ya que si lo hubiesen querido envenenar al joven macedonio, habrían usado una droga de más rápida acción. De allí que la doctora sospecha que Alejandro podría haber sufrido un cuadro neurológico llamado, secundario a una infección intestinal.

Este síndrome autoinmune le indujo una parálisis ascendente pero no obnubiló a la víctima, quien hasta el último momento estuvo dando órdenes a sus generales. Antes de perder el conocimiento, se quejó: “Me estoy muriendo con demasiados médicos a mi alrededor”. Debido a esta parálisis progresiva, su agonía se prolongó, aunque todos creyeran que ya había muerto. Los griegos, que poco sabían del pulso o la mecánica respiratoria, solo se guiaron por la dilatación de las pupilas, que para ellos era un signo fehaciente de defunción. Por eso es que las crónicas sostienen que el cadáver recién entró en descomposición una semana después, porque si sufría el SGB, aún vivía pero con pulso muy débil y respiración casi imperceptible. Este retraso en la putrefacción fue tomado como un signo de divinidad.

Sin embargo, fueron sus últimas palabras las que ocasionaron una discusión que terminó con una guerra. Cuando le preguntaron a quién legaba su imperio, parece que dijo “Krat’eroi”, que significa “al más fuerte”. Sin embargo, otros sostienen que dijo “Karate ‘oi ” o “a Crátero”, uno de los comandantes de su ejército.

Alejandro ya tenía un hijo ilegítimo y su pareja, Roxana, dio a luz a un niño después de la muerte de Alejandro, pero en pocas semanas todos habían desaparecido, víctimas de intrigas palaciegas nunca esclarecidas.

El cadáver de Alejandro Magno

El imperio terminó dividido entre sus generales, que pretendieron continuar la gesta de Alejandro, aunque ninguno de ellos tenía su carisma. La última expresión que se le atribuye muestra que estaba consciente de esa falta de fortaleza. De allí que para legitimar sus pretensiones, surgió entre sus generales la necesidad de adueñarse del cadáver del macedonio como fuente de poder, adelantándose a esa expresión de Sigmund Freud: “Los muertos son poderosos señores” (circunstancia póstuma que bien conocemos los argentinos por nuestra historia de cadáveres robados, mutilados, escondidos y usados como moneda de cambio).

El cuerpo de Alejandro fue conservado en miel y conducido a Menfis por uno de sus generales, Ptolomeo, para ser sepultado cerca del oasis de Siwa, como correspondía al hijo del dios Amón, de quien los egipcios decían que descendía Alejandro.

El general Arrideo fue el encargado de transportar el cuerpo de Alejandro en una fastuosa carroza, pero Pérdicas, el hombre fuerte de Babilonia, ordenó el desvió de esta carroza a Egas, lugar tradicional de enterramiento de los monarcas macedonios. Sepultar a Alejandro junto a su padre Filipo se hubiese reforzado la idea de un imperio dominado por macedonios, que constituían la parte más importante del ejército, pero Ptolomeo, jerarca de Egipto, no quería perder este cadáver, fuente del áurea carismática que brota de los muertos ilustres.

En Siria, Ptolomeo esperó al cortejo fúnebre frente a un ejército y se apoderó violentamente de los restos de Alejandro. Esta fue para Pérdicas la excusa perfecta para declararle la guerra a su antiguo camarada.

Alejandro Magno, como un faraón en una tumba extraviada

En el año 321 a.C., Pérdicas marchó hacia Egipto con el único objeto de adueñarse del cadáver de Alejandro. Mientras tanto, Ptolomeo condujo al cortejo fúnebre hacia Menfis y después fue llevado a Alejandría, donde se construyó un espléndido templo para preservar sus restos en un féretro de oro.

No solo se enterró a Alejandro, sino que de allí en más reposaron todos los reyes de la dinastía de Ptolomeo quienes, de esta forma, adquirían frente a sus súbditos la ascendencia divina propia de un faraón.

La campaña de Pérdicas fue un fracaso. No pudo cruzar el Nilo y poco a poco fue muerto por sus propios hombres. Sin oposición, Ptolomeo conservó el cadáver de Alejandro y la suya fue la única dinastía de los generales macedonios que subsistió por siglos, hasta que la hermosa Cleopatra VII Filopater –esposa del César y amante de Marco Antonio– se suicidó víctima de la picadura de un áspid.

La tumba de Alejandro se ha extraviado. Su féretro de oro fue robado y el cuerpo colocado en un ataúd de vidrio. Varios emperadores romanos visitaron esta tumba ubicada en Soma, Alejandría, hasta que un terremoto en el año 365 de nuestra era destruyó el mausoleo. Desde entonces, se ha perdido el rastro del cadáver, dando lugar a diversas versiones como que fue trasladado a una mezquita, destruido por cristianos, o llevado a la Basílica de San Marcos en Venecia. Lo cierto es que Napoleón, durante su campaña de Egipto, hizo buscar sin éxito la tumba del emperador macedonio.

Desde entonces se han llevado a cabo algunas expediciones submarinas, pero sin resultados.

Hoy, este regio cadáver, por el cual sus generales se enfrentaron en una guerra sin cuartel, probablemente se encuentre en el fondo del mar, descansando de su glorioso pasado.

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Hoy, este regio cadáver, por el cual sus generales se enfrentaron en una guerra sin cuartel, probablemente se encuentre en el fondo del mar, descansando de su glorioso pasado.

Sin embargo, fueron sus últimas palabras las que ocasionaron una discusión que terminó con una guerra. Cuando le preguntaron a quién legaba su imperio, parece que dijo “Krat’eroi”, que significa “al más fuerte”. Sin embargo, otros sostienen que dijo “Karate ‘oi ” o “a Crátero”, uno de los comandantes de su ejército.

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